La obsesión del cura Nicodemo Del Santuario

fotografia del doctor Cesar Cuello
Por César Cuello

En ese tiempo, Estero Viejo, el paraje donde nací y me crie, era  un próspero caserío de más de cincuenta viviendas, con una escuela, un campo de pelota, tres pulperías, una capilla, una carnicería, una gallera, una barbería, un alcalde pedáneo y, desde luego, una  maipiolería. “El Buen Pastor”, era el nombre de aquel pintoresco establecimiento ubicado en el mismo centro del caserío y manejado por sus propias dueñas, María, a quien todos llamaban “la Sopa Fría” y Dolorita, apodada “la Cuca Loca”.  Muchos fueron los enfrentamientos en plena calle que se escenificaron por ese nombre entre las dueñas del negocio y don Nicodemo Del Santuario, cura Párroco de Nueva Matanzas, y quién venía un domingo cada mes a oficiar misa en la capilla de Estero Viejo. Don Nicodemo, un español de Salamanca que según contaba mi abuela llegó muy joven a la región, cuando Nueva Matanzas era aún un pequeño poblado de cuatro calles polvorientas, era un hombre de un carácter recio y principios inconmovibles, como él mismo solía proclamar. “Si cedes en tus principios se te cae encima el edificio”, era su lema para todo. Pero aquellas hermanas tampoco eran dos fierecillas fáciles de domar. Si el cura Nicodemo conocía a la perfección cuál era su misión como intermediario de Dios y guardián de la fe, ellas también sabían muy bien en lo que estaban. De allí se mantenían. Igual que el cura, de su iglesia. Aquel domingo, dos meses después de inaugurada la capilla el padre Nicodemo llegó bien tempranito a Estero Viejo, ofició su misa, pero en lugar de detenerse casa por casa a conversar con los lugareños como lo había hecho en las dos ocasiones anteriores, subió a su caballo, lo acicateó y cabalgó directamente hasta El Buen Pastor. Allí, tendidas medio soñolientas en sendas hamacas colgadas en medio de la galería del viejo caserón que les había heredado su padre y que alojaba su negocio, estaban las dos hermanas, María la Sopa Fría y Dolorita la Cuca Loca. En una tabla, pendiendo de dos alambres, se veía en letras rojas el llamativo letrero: “El Buen Pastor. Pase adelante. Somos fuente de vida”. Al verlas así, semidesnudas junto a otras servidoras del negocio que yacían sobre esteras de junco tendidas en el piso y debajo de aquel sugestivo rótulo, el padre Nicodemo Del Santuario no pudo contener su indignación y cual Nazareno enfurecido pateando mesas, animales y tarantines a la entrada del templo de Jerusalén, les gritó a todo pulmón:

-¡Zorras desfachatadas! ¡No permitiré que os vengáis a profanar el santo nombre de Dios en semejante antro de perdición! “El Buen Pastor”, es un nombre único, sagrado y le pertenece al más grande, al Gran Rey de la tierra y de los cielos. ¡Nuestro Señor Jesucristo!

De las dos, era Dolorita la más instruida y también la más atrevida. Cuando murió su madre, ella tenía apenas ocho años. Era tremenda, se decía, y la muerte de la madre, la única a quién le obedecía y además adoraba, hizo que se fortaleciera aún más su indómito carácter. Su padre no pudo con ella, así que un año después la internó en un convento de monjas en Santiago de los Caballeros, con la esperanza de que la moldearan un poquito. Allí estuvo contra su voluntad, hasta que, al morir el padre, cuando terminaba de cumplir los dieciséis, vino a su entierro en Estero Viejo y no regresó más al convento. “En ese lugar, disque santo, yo vi de todo y viví de todo, así que a mí no me vengan con esa ridícula pendejada de los pecados de la carne, que en esos sitios la carne y el pecado andan tranquilamente de la mano”, solía decir cuando le hablaban sobre su pecaminoso modo de vivir. Pero Dolorita era también la más locuaz. Siempre era ella la que hablaba, y lo hacía a nombre también de su hermana María, quien era por naturaleza su opuesto en todo, hasta en el hablar.

-¡Tranquilo, Padre, tranquilo! ¡No se enoje tanto, que ya a su edad eso le hace mucho daño! – le respondió Dolorita esa mañana, con absoluta tranquilidad y dominio de sí misma, mientras se restregaba los ojos con su mano derecha. -Pero, además, Padrecito, si se fija usted bien, lo que nosotras hacemos acá en El Buen Pastor no es muy diferente de lo que usted hace en su iglesia.

-Pero, ¿cómo te atreves, desgraciada, a pronunciar esa blasfemia?

-Sí, Padre, así es. Usted acoge en la casa del Señor a las ovejas descarriadas y las pastorea hasta su redil. Nosotras también. Recibimos aquí a esas pobres almas desgarradas, enfermas de aburrimiento y las curamos. Usted reparte consuelo a esas solitarias almas afligidas. Y lo mismo nosotras. No se imagina usted, Padrecito, lo aliviados que salen de aquí esos desdichados pecadores después de una noche con nuestras muchachas. Usted les imparte fuerza para que puedan sobrellevar esa azarosa vida de pecadores que les entregó sin preguntarles el Creador. Nosotras también. Aquí les damos nuevo aliento, de manera muy especial, a esos moribundos maridos para que puedan seguir llevando sobre sus espaldas esa pesada cruz del matrimonio para toda la vida que los aplasta y que usted y su iglesia santifican.

-¡Sucias perras rameras de Satanás! ¡Vosotras arderais en el infierno! ¡Os juro que no descansaré hasta hacer que os cierren esta inmundicia!

-¡Padre, Padre, no se lo tome tan a pecho! ¡Ah! ¡Y recuerde, que según la Santa Biblia, la grosería también es un pecado! ¡Nosotras no lo hemos tratado con groserías! Porque, aunque usted no lo crea, tenemos también nuestra propia biblia y nuestro corazoncito santurrón, querido Padrecito.

-¡Un pecado mortal es el que os estais cometiendo! ¡Profanando el santo nombre del Señor y descarriando a su rebaño! ¡Grosería es esta putería que habéis montado en medio de un vecindario de gente decente! ¡Grosería es corromper a esas jovencitas casi niñas que sonsacáis para hundirlas en el fango de la perdición!

-¡Ay no, no, Padrecito! Usted se equivoca nuevamente. Esas ovejitas del rebaño de Dios ya están descarriadas cuando vienen a El Buen Pastor. Igual que cuando llegan a su iglesia. Es ese mundo de lobos de ahí afuera el que las hace descarriar, el que las persigue y las lanza al precipicio. Nosotras lo único que hacemos es tenderles la mano en su caída. Les transmitimos nuevas ansias de vivir y las devolvemos al camino por donde vinieron. ¿Usted se imagina lo que es para estos pobres desdichados campesinos tener que amolar su machete todo el tiempo en la misma piedra desgastada? ¿Usted se imagina lo que significa para ellos tener que saciar su sed siempre en el mismo pozo expuesto a la niega y la sequía? No, Padre, usted no tiene la menor idea. ¿Y sabe por qué? Pues porque usted afila su machete siempre en una piedra diferente. Y porque usted, sin tener su propio pozo, siempre toma agüita fresca de diferente manantial. ¡Ah! Y hasta se la llevan a su mesa, de las reservas que hay dentro y fuera de su Iglesia. ¿No es así, Padrecito? ¿Qué le parece? Y en cuanto a esas jovencitas casi niñas que según usted estamos hundiendo en la perdición, también se equivoca querido padre Del Santuario. ¡Pregúntele a cada una de ellas cómo vivían antes de llegar aquí y cómo viven ahora! ¡Pregúntele a quién le importaba si comían o no; si tenían un techo donde vivir o no;  si tenían ropa que ponerse  o no! ¡Pregúntele si la Iglesia se interesó por su suerte alguna vez! Vamos, Padre, ¡pregúntele! ¡Le damos permiso para que entre y las interrogue! Y después, si quiere quedarse con alguna de ellas a expiar sus culpas entre las sábanas blancas de su cama, lo puede hacer sin costo alguno. ¿O prefiere que se las lleve secretamente a sus aposentos en la noche y las saque en la madrugada? ¡Curita hipócrita!

-¡Pero esto ya es el colmo de la blasfemación! Y yo, ¿por qué coño tengo que seguir escuchando a estas malparidas difamando de Dios y de su Iglesia? ¡Me voy! ¡Un día el Señor de los cielos os pasará la cuenta, zorras pervertidas!

-¡Igual que a usted, Padrecito! ¡Igual que a usted! ¡Ah, Padre, que el Señor lo acompañe en su empedrado peregrinar!

-¡Púdranse, desgraciadas!

A punto de estallar de la rabia, el padre Nicodemo Del Santuario terminaba poniendo punto final a la discusión con las hermanas de El Buen Pastor. Se alejaba del lugar echando chispas y gritando improperios. Muchas personas que querían acercársele para tratarle sus penurias se quedaban con las ganas. Y es que el cura no tenía tiempo para escuchar asuntos individuales. Él tenía un rebaño entero que defender de la amenaza sombría de ese centro de perdición de las perversas hermanas María la Sopa Fría y Dolorita la Cuca Loca. Su lucha se convirtió en obsesión. La siguiente vez volvía a escenificar con más fervor aun aquel interminable enfrentamiento. En cada misa que oficiaba en su iglesia en Nueva Matanzas se refería a ese centro de perdición en Estero Viejo llamado El Buen Pastor. Pero mientras más el padre Nicodemo denunciaba el negocio perverso de aquellas dos hermanas endemoniadas, más y más hombres de todas partes de la región llegaban a visitar el lugar. Hasta tal punto, que ya no daba abasto y las hermanas tuvieron que construir un anexo que en poco tiempo tampoco fue suficiente y construyeron otro más para poder satisfacer la creciente demanda. En tanto el cura Nicodemo seguía con su denuncia impenitente, domingo tras domingo, misa tras misa, no importaba el lugar o la ocasión. La gente terminó cansándose e ignorándolo. Las propias hermanas ya ni se inmutaban cuando lo escuchaban vociferando como un demente frente a la casa. Se reían a carcajadas y se decían entre ellas: “Ahí está de nuevo rondando El Buen Pastor el pobre cura Del Santuario. ¿Será que esa es su extraña forma de querernos?”  Y cuentan los lugareños, que muchos años después, cuando El Buen Pastor era apenas una estampa lejana en el recuerdo de los mayores, en algunas noches de luna llena se solía ver la figura fantasmal del cura Nicodemo Del Santuario sobre su caballo negro como azabache vociferando y rondando la vieja casa donde reinó una vez el próspero negocio y dentro, como lúgubre caja de resonancia, el retumbar de las carcajadas de las dos hacendosas hermanas, María la Sopa Fría y Dolorita la Cuca Loca.

Fin


Nota biográfica

Cesar Cuello: Coordinador del Jurado. PhD en Urban Affairs and Public Policy, con énfasis en desarrollo sostenible y gestión ambiental, Universidad de Delaware, EE.UU. M.Sc. en Historia de la Ciencia y la Tecnología, con énfasis en transferencia tecnológica, Polytechnic University, Nueva York, EE.UU. B.A. en Filosofía, con concentración en teoría sociológica, Universidad Estatal “Lomonosov” de Moscú, Rusia. Actualmente se desempeña como profesor investigador del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC) y de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Autor de varias publicaciones relativas a la tecnología y la sostenibilidad. Idiomas: Español, Inglés y Ruso.
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