Volví, porque ya no soportaba el aguijonear de mis nostalgias en mi conciencia acorralada. Devorado por la jungla de humo y de concreto, un día me dije: “es hora de volver. Necesito volver a respirar el aire verde de esos campos que vieron a mis pies descalzos chapalear inocentes en el fango del amanecer….» Vine, con la ilusión de deleitarme en el elíxir reconfortante de aquel pasado que ya era idilio en mi memoria. Vine, porque tenía que convencerme que de verdad aquello que experimenté en otras tierras era mejor vida que la que viví bajo este cielo. Y la verdad, nunca se me hubiera ocurrido retornar a este lugar y mucho menos recrearlo en mi imaginación como quimera traviesa en la que me regodeaba cuando la asfixia del concreto y el asfalto se me hacía más insoportable. Nunca, si no me hubiera ido lejos gran parte de mi vida como lo había vaticinado mi madre. Si no me hubiera tocado defenderme y sobrevivir en la jungla urbana, hostigado por grotescos monstruos de ruido, de vaciedad humana y de escalofriante indiferencia. Ese mismo recorrido por aquel camino fangoso e inhóspito, probablemente azaroso para mi padre y el resto de mi familia, se convirtió en mi mente poco a poco en una hermosa aventura sembrada de maravillas. La magia del tiempo y la distancia había desvanecido totalmente lo tosco y lo sombrío, dejando solamente lo sublime. Miles de pájaros de todas las formas y colores revoloteando sobre el camino y elevando su trino al firmamento y aquel verde perenne que resucita el sueño y la esperanza, solo eso quedó de aquella travesía hacia la incertidumbre en la que nos había embarcado mi padre en la búsqueda febril de su sueño de una vida mejor para los suyos.
Fuente: www.facebook.com