Los avances en la combinación de máquinas y seres vivos pueden dar lugar a una enorme y potente industria no exenta de riesgos y preocupaciones éticas.
Implantes médicos, complejas relaciones cerebro-máquina, insectos robóticos por control remoto, androides… La frontera entre los seres vivos y los creados por la tecnología se hace cada vez más difusa. Avances recientes permiten, cada vez más, combinar máquinas y organismos vivientes de una forma cada vez más eficaz, dando lugar a toda una nueva industria que tiene, según los expertos, un enorme potencial… aunque no está exenta de riesgos y de serias preocupaciones éticas.
En un artículo recién aparecido en «Angewandte Chemie» («Química aplicada»), la revista más prestigiosa del sector de la química, con 125 años de antiguedad, investigadores del instituto alemán Karlsruhe Institute of Technology (KIT), liderados por Professor Christof M. Niemeyer, discuten las ventajas, los inconvenientes y los riesgos de esta mezcla entre biología y tecnología. Un fenómeno, por cierto, que parece imparable.
La ciencia ficción, el cine y la literatura llevan décadas mostrándonos organismos modificados que hacen alarde de poderes extraordinarios. El término «cyborg» procede, en inglés, de la unión y posterior contracción de las palabras «cybernetic organism». Pero los cyborg, en los que se combinan tecnología y biología, han dejado de ser una fantasía para entrar de lleno en el mundo real.
En los últimos años, por ejemplo, los implantes médicos basados en materiales inteligentes que reaccionan automáticamente a los cambios físicos se han convertido en una realidad. Igual que los tejidos artificiales, diseñados por ordenador a partir de datos obtenidos por resonancias magnéticas de las superficies orgánicas en las que deben «encajar» sin provocar rechazo.
La microelectrónica y la tecnología de semiconductores también ha avanzado, permitiendo el desarrollo de toda una nube de implantes electrónicos capaces de controlar, restaurar o mejorar las funciones naturales del cuerpo humano. Buenos ejemplos son los marcapasos, las retinas artificiales, los implantes auditivos o los que, insertados en el cerebro, sirven para estimular a los pacientes de Parkinson.
Implantes en el cerebro
En la actualidad, el desarrollo de la bioelectrónica se está combinando con la robótica para dar lugar a sofisticadas «neuroprótesis».
Hay también BMI que no se limitan a emitir impulsos eléctricos para cumplir su función, sino que liberan directamente en el interior del cerebro determinadas sustancias que pueden utilizarse para la comunicación entre dispositivos electrónicos y organismos vivos. Y permitir, a la inversa de los ejemplos anteriores, controlar un organismo «desde fuera».
De una forma hasta ahora mayoritaria, los BMI se consideran unos excelentes proveedores de datos. Sin embargo, estos implantes también pueden usarse para alimentar deteminadas señales cerebrales o inhibir otras, provocando respuestas físicas concretas. Lo cual puede ser algo muy controvertido desde el punto de vista ético.
Por ahora, este tipo de tecnologías se limita, en los seres humanos, a estimulaciones muy concretas y de carácter local. Nuestro cuerpo es demasiado complejo como para ser controlado por entero (por lo menos hasta ahora) por esta clase de dispositivos.
Los nuevos «biobots»
Pero los cerebros de otros seres vivientes, como los insectos, son mucho más sencillos. Y es posible insertar en ellos dispositivos que emiten señales específicas capaces de iniciar movimientos o conductas determinadas, como por ejemplo echar a volar. Llamados «biobots», se trata de criaturas vivas que esta clase de tecnología es capaz de controlar casi por completo. Auténticos autómatas controlador por un operador desde el exterior. Insectos con implantes cerebrales se están convirtiendo, de hecho, en una nueva generación de herramientas que se utilizan cada vez más en misiones de vigilancia aérea o de rescate. Es sólo cuestión de tiempo, afirman los investigadores, que se empiece a «controlar» electrónicamente animales más complejos…
Sin embargo, por el momento todas estas tecnologías tienen un talón de aquiles: necesitan energía para funcionar. Es decir, que dependen de una batería. El reto de los investigadores está ahora en conseguir que estos dispositivos sean energéticamente independientes y cubran sus necesidades eléctricas obteniendo la energía que necesitan directamente del calor, el movimiento o la energía química de los cuerpos en los que son implantados.
En su artículo, los investigadores del KIT sostienen que la combinación de tecnología y organismos vivos tiene un enorme y fascinante potencial. Y que podría servir para mejorar las vidas de un enorme número de personas, particularmente en el caso de determinadas enfermedades. Sin embargo, nadie está teniendo en cuenta las implicaciones éticas y sociales de la cuestión… por ahora.
Tomado de: www.abc.es/ciencia