Alejandro Arvelo Polanco

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P: ¿Qué función tiene la música en tu vida?

R: ¡Imposible describirla con precisión convincente! Crecí en una casa grande, de vigas cansadas y somnolientas, en la que no pasaba un día en que no se escuchara gemir a alguna guitarra o hablarle al cielo el piano o el violín de mi hermano Genaro. Como tenía que pasar, hasta algo de música aprendí: aprobé el Eslava y hasta llegué a tocar malamente algún instrumento en una o dos agrupaciones. Busco decirte, Kianny, que la música se impregnó en mi alma y en mi piel desde la pubertad, y ya jamás he podido zafarme de ella. Soy un consumidor hormonal de música, de toda la música. Mis preferencias cubren un espectro tan amplio que en ellas lo mismo caben lo mismo las composiciones de Schumann y Nietzsche, que la grandilocuencia de la 5ª sinfonía y «La patética» de Beethoven, que la tristeza sin nombre del Réquiem de Mozart, la sinfonía «El filósofo» de Haydn, los Nocturnos de Chopin y los aires felicitarios del barroco (Corelli, Vilvaldi, Bach), que la zarzuela (en la voz de Eduardo Brito, por ejemplo), el bolero (al estilo de Bienvenido Granda, Lope Balaguer, Javier Solís), las baladas (pongamos por caso, de Niní Cáfaro, Nino Bravo, José José, Omar Franco o José Luis Perales), el flamenco (Camarón de la Isla, El Cigala), el son (Los Compadres, la Buena Vista Social Club), el merengue orquestal (por ejemplo al estilo de Johnny Ventura o de Ramón Orlando), la bachata (en modo en que es interpretada por Rafael Encarnación, Luis Segura y Juan Manuel, entre otros) y el merengue típico (desde Tatico Henríquez y Rafelito Román hasta El Prodigio). Es cuestión del momento anímico en que nos topemos la música y yo: si leo o si escribo, si me valgo de ella para eludir el bullicio ambiente o si, simple y sencillamente, me siento a escuchar música, con un poco de té o una copa de negro vino al alcance de la mano. Sin música, en una palabra, y perdona que me extienda, no es vida la vida. Cuando escribo, por ejemplo, la música es mi aliada, tanto para alcanzar el estado de espíritu evocador en que me gusta hacerlo como para ayudarme a tejer frases y nociones con cierto sentido de la armonía, la gracia y el ritmo. La música es el antídoto por excelencia del denominado bloqueo del escritor que tanto aterra a algunos escritores norteamericanos, como si hubiera que estar escribiendo siempre o este arte se rigiese por un principio de heteronomía. Así como Schumann y Tchaikovski han dejado saber que, literalmente, escuchaban notas musicales en sus cabezas, y Delaunay se propuso pintar un cuadro capaz de vibrar en una determinada escala, como una pieza musical, y Kandinsky asegurara haber visto colores agitarse antes sus ojos mientras asistía a la representación de Lohengrin de Wagner, en el Teatro Bolshói de Moscú, en 1895, salvando las distancias, como el Martí de los Versos sencillos, yo también escucho de vez en vez, de la mano de la noche y de la música, «los rayos de lumbre pura de la divina belleza», pretendo que las menudencias que escribo se sacudan ante los ojos de los lectores, los conmueva y los induzca a pensar por ellos mismos. Lo quieras o no, si escribes mientras escuchas música, los flujos y la fuerza de determinados pasajes se trasponen en tus escritos. Con el paso de los años, lo que en la niñez y en la adolescencia fue una inclinación que se alimentó del hecho de que la música era parte del decorado cotidiano (llegados a este punto acaso resulte útil decir que, en aquellos tiempos, en mi pueblo natal, los muchachos no salían de sus casas sino a asuntos puntuales), se convirtió en una necesidad inmanente. A estas alturas de la vida, necesito de la música para leer, para escribir, y aun para realizar trabajos de oficina y para caminar.

Prof. Alejandro Arvelo

P: ¿Te consideras una persona alegre o con afinación a la tristeza?

R: Ni alegre ni triste. Todo depende del momento anímico en que te encuentres. Hay tiempo para todo, para todo hay tiempo, incluso para la tristeza, la remembranza que duele y la melancolía que desgarra sin piedad el alma. La clave está en situarse respecto a cada uno de nuestros estados de espíritu; esto es, determinar cómo sacarle provecho a uno y a otro. En cualquier caso, tenemos que procurar vivir en plenitud y a profundidad nuestros sentimientos y padecimientos. Es el primer paso hacia la verosimilitud de lo que contemos o cantemos, o pretendamos representar, sugerir o comunicar. La tristeza es tan propia de la condición humana como la alegría. Cerrar las vislumbres del alma a ésta o aquélla equivaldría a sustituir el decurso fluyente de la vida por prejuicios o esquemas a priori. En lo personal, no reniego de éste ni de aquél. Pero la sumatoria de mis momentos de alegría quintuplican aquellos en que la pena me acorrala, que también los he tenido. Diríase que me calificaría, en este sentido, como una persona proyectiva, que tiene la mirada puesta en el horizonte de posibilidades que somos, antes que en la queja o el resentimiento que emerge con espontaneidad del victimismo y la autocompasión. La vida es demasiado breve para malgastarla cazando penas y quebrantos, mientras que la vida, lista para salir a nuestro encuentro, «nos tienta con sus frescos racimos», según la expresión feliz de Rubén Darío.

 P: Un/a escritor/a famos@ cuya obra no te llega: ¿Por qué?

R: Mario Vargas Llosa y, la verdad, no sé por qué no logro conectar con su producción literaria. Pienso que se debe a una lectura extemporánea de La casa verde, cuando tenía unos doce o trece años. Descarto la cuestión ideológica, el estilo o el manejo del idioma e incluso su particular visión acerca de la República Dominicana. He intentado una y otra vez acercarme a su obra, pero no logro permanecer asido a ella más allá de ciertos límites, como ha sido siempre mi deseo. Te puedo confesar, incluso, que ni siquiera he leído, me avergüenza decirlo, La fiesta del chivo, un libro que nos concierne. En 1997 sus Cartas a un joven novelista y yo permanecimos en compañía hasta la altura hasta el capítulo VII: «El nivel de la realidad», si mal no recuerdo. Mi intento de lectura —que no el último, pues aún no he rendido del todo mis armas— de un libro suyo lo motivó la publicación de su ensayo La civilización del espectáculo (2012). Te digo más: llegué a poco más de la mitad, pero hubo un momento en que percibí que me abrumaba la cantidad sin nombre de universales fantásticos o falsas generalizaciones: que la cultura atraviesa una crisis profunda, que está a punto de desaparecer, que la literatura más representativa de nuestra época es la literatura light, que los lectores de hoy lo que demandan es libros fáciles, que los entretengan, que la crítica es una especie en extinción, etc. En fin, llegó un momento en que me pareció que, de lector crítico, había devenido en espíritu de contradicción. Sé de gente, del presente y del pasado, que lee para contradecir u objetar, pero mi actitud al acercarme a un libro es diferente. En este último caso, es posible que influyera también el hecho de que, años antes, me había sentido mucho más a gusto con La sociedad del espectáculo, de Guy Debord, y La cultura como espectáculo, de Eduardo Subirats.

Prof. Arvelo (2)

P: Un evento de tu adolescencia que te define.

R: No sé si me define, pero me marcó profundamente. Al entrar al bachillerato, específicamente en la primera hora del primer día, la profesora de Lengua Española, Ramona Morales, hizo un análisis de entrada de las destrezas escriturales de los alumnos. Al día siguiente, consagró más de la mitad de jornada de su clase a ponderar las virtudes de mi escrito; y, luego, fue leyéndolo a modo de ejemplo en cada uno de los cursos en que impartió docencia ese día, incluidos los dos últimos, en que tenía a su cargo las clases de Teoría Literaria y Literatura Americana y Dominicana, respectivamente. Este caso muestra, me parece, cuánto puede influir en la vocación de un estudiante el entusiasmo y la sensibilidad de al menos uno de sus educadores.

P: Si pudiera escoger/tener un súper poder, sería…

R: Borrar, de una buena vez y para siempre, del planeta el fantasma de la guerra, lo cual supondría la eliminación de las causas y de las derivas instintivas que la hacen posible. Las armas, los carros de asalto, los aviones, tripulados y no tripulados, los tanques y los portaviones, una vez fundidos, podrían constituir valiosos insumos para la industrialización de villas y ciudades, la tecnificación de la agricultura y el transporte a gran escala de la ciudadanía. La guerra es un reducto del substrato animal que, en más o menos, co-habita en nosotros. Es una muestra elocuente de que neandertales, cromagnones y sapiens-sapiens son perfectamente compatibles, y ejercen como tales en los tiempos que corren.

P: ¿Qué te gustaría que la gente supiera de ti?

R: Que escribo porque me ayuda a clarificar las propias ideas, y me proporciona un medio de dialogar con mis coetáneos y con los lectores del porvenir. Los humanos tenemos una profunda necesidad de saber a qué atenernos. Salir del mundo por la puerta natural con algunas convicciones básicas, además de común, es una aspiración legítima de cualquier persona. La escritura, toda vez que se habla a un lector ideal, como decía Umberto Eco, incita al orden, al rigor, a la argumentación y a la re-flexión; es decir, a hacer girar más de una vez el entendimiento sobre un mismo asunto. Asimismo, Kianny, ¿qué te digo?, me gustaría que la gente supiera que no soy, ni me he creído nunca nada especial, sino, antes al contrario, una persona común y corriente que, de un lado, ha tenido la suerte de contar con una familia que lo ha apoyado en las verdes y en las maduras, lo cual me ha inducido, a fijar la mirada en el horizonte, a la caza del argumento de mi vida; y, por otra parte, de un conjunto amplio de amigos, y aun de gente, así en general, que, sin apenas conocerme, ha apostado a mí, no siempre con razones para hacerlo, a mi ver; en fin, no mucho más que un hijo de dos gasparenses como yo, de origen campesino y casi analfabetos, que tiene mucho que agradecer y pocos, muy pocos méritos para alcanzar todo lo que la vida le ha dado.

Alejandro Arvelo polanco

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