Este texto es una reivindicación de la dignidad y honorabilidad de doña Adalgisa Polanco, quien ha sido blanco de ataques injustos e inoportunos de parte de algunos «analistas». He visto y escuchado con mucha atención y respeto a esta mujer desenvolverse en medio del dolor más punzante. Y mientras más la veo y la escucho más la admiro. Esta mujer de andar lento, de mirada transparente y dulce, de hablar sosegado y postura firme irradia paz en «medio de la tormenta». Su dolor es inmenso pero no tiene autoconmiseración. La pobreza no ha podido borrar sus encantos de mujer campesina llena de pudor y belleza. Pero no son los atributos físicos lo que más me llaman la atención, sino las prendas morales y emocionales que la adornan: estoica, serena, ecuánime, indulgente, magnánima, noble, honorable, inteligente, elocuente, abnegada, responsable, etc.
Podría justificar y ejemplificar cada uno de los atributos expuestos, pero este artículo se haría interminable, por lo que les sugiero, mis amables lectores, que la observen para que comprueben lo que afirmo. No sé cómo a alguien se le puede ocurrir juzgar a esta mujer ejemplar, y hasta compararla con los verdugos de su hija, y por tanto, con sus propios verdugos. Circulan adefesios orales y escritos que la acusa de consentir la relación de Émely siendo menor con quien luego sería su asesino. Doña Adalgisa ha explicado en múltiples ocasiones que se enteró de ese noviazgo cuando ya su hija estaba embarazada. El que Émely fuera menor de edad no quiere decir que anduviera por ahí sin control. Todo lo contrario, su entorno reconoce que era una niña muy decente, tierna y hogareña. No debe obviarse que Marlon, su madre y sus hermanos eran personas respetadas y queridas en el hogar de la familia Peguero Polanco. Entonces, que nadie venga con preguntas estúpidas a cuestionar la responsabilidad e integridad de doña Adalgisa Polanco. Que no quieran convertirla en victimaria.
Otra tremenda injusticia es querer comparar el noviazgo de Émely con el de otras menores que son entregadas por sus padres a hombres de mucho más edad que ellas por beneficios económicos. Marlon no es un viejo rico que colmó de regalos a la familia de Émely. Doña Adalgisa ni su familia recibieron un centavo fruto de esa relación. De hecho, cuando se enteraron, no se sintieron cómodos, por la diferencia de estatus entre los dos jóvenes.
Doña Adalgisa a pesar de su dolor y de ser una iletrada (muy inteligente, por cierto) nos da lecciones de entereza. Lleva sus penas a cuesta sin maldecir ni insultar a nadie. ¡Cuánto estoicismo, cuánta ecuanimidad, cuanta serenidad, cuánta indulgencia irradia esta mujer excepcional!
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