Cuando Jerónimo entraba en su yola y remaba hacia el recodo del excelente puerto de Blanco, donde echaba su cordel para pescar, se le iba el espíritu en peregrinación hacia el pasado, contemplando ese panorama poético y majestuoso a la vez, que ofrecen las aguas mansas y encajonadas como un río, mientras que en las ormas, como apretada muchedumbre salvaje, crecen los árboles disputándose el aire y el terreno y descendiendo hasta las aguas los enmarañados mangles, patriotas útiles, porque todos los días agrandan el territorio nacional robándoles espacio a los mares, convirtiendo en suelo dominicano los sedimentos minerales y sus propios detritus orgánicos.
Jerónimo, a fuerza de pensar, se había hecho una filosofía rara que le servía de programa político. A Dios rogando y con el mazo dando era su primera consigna; pero al mismo tiempo había resuelto abandonar el campo del luchador y no correr detrás de las cosas, sino acecharlas y empuñarlas cuando le pasaran cerca.
Un día su compadre Pancho quiso acompañarle en la pesca, y así que estuvieron lejos del embarcadero le habló así: -Compadre, el Gobierno es de los malos, de los peores. Ya no se puede aguantarlo. -¿Usted cree, compadre? contestó Jerónimo. -Hombre, ¿cómo dudarlo? ¿No se está viendo? Si hasta la cosecha de tabaco ha sido mala este año. -Pues a mí no me ha ido mal en la pesca. -Porque el gobierno no se mete todavía con los peces. Pero usted verá como al fin se lo vende a algún musié y se queda mi compadre pescando sabandijas… -y yo, ¿qué puedo hacer compadre? -¿Y usted me lo pregunta? Ya se está peleando en Santiago. Metámonos en la revolución. Pronunciémonos en Blanco y, lo menos, lo menos que usted saca es la Jefatura Comunal. -Compadre yo, ya que no puedo hacer otra cosa, me reservo para después del triunfo. Usted conoce mis principios: «a Dios rogando y con el mazo dando». He aprendido a leer y escribir, y vivo honorablemente de mi trabajo. No corro detrás de las cosas como hice en mi juventud. Me siento tranquilamente en el camino por donde tienen que pasar y, cuando están a mi alcance, les salto encima y las empuño por el cocote. Mire, compadre. Las cosas corren más que un tren de ferrocarril, y si usted las persigue, a poco rato lo dejan con la lengua afuera, y ellos en el confín del horizonte. -De manera, compadre, que usted no entra … -contestó Pancho. –No compadre. Me reservan para después del triunfo, si me creen útil·. Pancho no insistió. Regresaron a la aldea, terminada la pesca, y en la noche, acompañado de treinta individuos, el revolucionario se pronunció en el lugar en favor de su partido. Inmediatamente reclutó algunos más, y marchó sobre Bajabonico. Se apoderó de la población y en seguida atacó a Altamira, donde el combate fué más reñido y le quebraron una pierna de un balazo. » La revolución había estallado también por el Este. En Sosúa había un fuerte destacamento de insurgentes y, como la bola de nieve, ambas fuerzas marcharon sobre la ciudad de Puerto Plata engrosándose de manera que cuando llegaron eran ya un poderoso ejército al cual se rindió la guarnición. Pancho, entre tanto, había sido conducido a Blanco, donde se curaba lentamente, sin médico y con pocas medicinas. En su lecho supo todas las noticias de la guerra, del triunfo de los suyos, de La constitución del nuevo Gobierno, y cuando se trató de nombrar Jefe Comunal en Blanco, todavía solo podía andar apoyado en una muleta en su aposento.
El Gobierno pidió entonces informes sobre candidatos y todos estuvieron contestes en que Jerónimo era el hombre, y en su favor fue emitido el nombramiento. Una tarde estaba Pancho sentado a la puerta de su casa, contemplando la plaza de un verde suave que reposaba los ojos, cubierta de cabras, vacas y cerdos que pastaban tranquilamente, mientras por el lado del monte, en el camino que llega a Bajabonico, aparecían de tarde en tarde aldeanas que venían de la laguna con una lata o una damesana de agua en la cabeza, cuando llegó Jerónimo a visitarlo. -¿Cómo le va, compadre?- preguntó. -Aquí, cada vez más convencido de la verdad que usted me dijo en la yola. No vuelvo a correr más nunca y no porque esté cojo, sino porque que más se alcanza cuando uno sabe donde debe sentarse.