Origen subjetivo del filosofar: admiración, duda y situación límite

METACIENCIA ||
Edwin Santana, M.A.
Edwin Santana

Como se ha visto, la filosofía es un esfuerzo racional de explicación de la realidad. Esta explicación de la realidad, en el ser humano, es el resultado de una necesidad, una necesidad que a decir de una tradición de pensadores en filosofía, puede sobrevenir en el sujeto por medio de la acción de unos «disparadores» del ánimo del pensar. Estos disparadores han sido identificados como el asombro, la duda y las denominadas situaciones límites. Hablaremos de ellos en las líneas que siguen. (Cabe aclarar que «asombro» es entendido aquí como sinónimo de «admiración» y «sorpresa». De modo que asombrarse ha de ser lo mismo que quedarse admirado frente a algo, para nuestros fines).

La admiración

Desde los orígenes de la filosofía, es decir, en la Grecia Antigua, tanto para Platón (Teeteto), como para Aristóteles (Metafísica), y para muchos otros filósofos posteriores, la capacidad de admiración (o asombro) era considerada una condición sine qua non para ser filósofo, para practicar el pensamiento racional riguroso,  ya que esa capacidad, a decir suyo, es la que mueve al individuo a averiguar el porqué de las cosas; y si convenimos en que la filosofía “es una búsqueda de explicaciones suficientes”, saber el porqué, las razones por las que sucede un hecho cualquiera, es un punto de partida importante para cualquier individuo que esté interesado en emprender esa búsqueda.

El filósofo alemán Martin Heidegger (1889-1976) afirma que el asombro sostiene y domina por completo la filosofía, y la sostiene y la domina por completo porque para él ese asombro no es solamente un momento inicial desde el cual nace la filosofía y, una vez nacida, le abandona para seguir su propio rumbo, sino que la capacidad de asombro va siempre acompañando al ejercicio filosófico.

El asombro siempre va a compañado por el reconocimiento de la ignorancia propia, un estado de alta relevancia para poder tener una apertura óptima para conocer: no se asombra quien ya conoce o cree que conoce algo. No nos asombra ver caer la lluvia, ni ver las aves volando; de hecho, no nos asombra ver al ser humano volando en un aparato que hemos dado en llamar avión. Y no nos asombramos porque sabemos, o creemos que sabemos, cuando no todo, mucho acerca de eso. Por esto el filósofo griego Sócrates estaba seguro de que reconocer la propia ignorancia era mejor actitud de aprendizaje que pretender saber las cosas.

Cuando ignoramos algo (y así lo reconocemos) nos asombramos ante su manifestación, y como consecuencia directa del asombro nos viene la curiosidad. Mientras la admiración crea la necesidad de saber, la curiosidad impulsa a inquirir la razón de aquello que nos ha asombrado. Ese es el inicio del acto de conocer.

Con la curiosidad el ser humano empieza a hacerse las preguntas pertinentes para responderlas con los datos que su acercamiento al fenómeno le provee. Ese fenómeno que le ha asombrado puede ser de origen y naturaleza diversos (físico, metafísico, imaginario, etc.). En todo caso, el sujeto, admirado y curioso, intentará satisfacer su curiosidad y su espíritu no estará satisfecho hasta dar con explicaciones que a él parezcan suficientes. Esas explicaciones de los fenómenos que le han inquietado son, en conjunto, lo que se denomina conocimiento. Cuando el sujeto tiene unas explicaciones acerca de un fenómeno, se dice que tiene conocimiento acerca del mismo. Pero ¿puede considerar verdadero a ese conocimiento que ha obtenido?

La duda

Posterior al asombro, la curiosidad, y el conocer que partiendo de estas se pudiera alcanzar, está la duda, y la pregunta final del párrafo anterior no es más que una manifestación de esta: esa conciencia de que no todo lo que se nos dice, ni todo lo que percibimos a través de los sentidos es tal y como lo captamos, y que nos invita entonces a preguntar sobre la certeza última de las cosas que dábamos por conocidas,  y que a su vez llevan a la razón a sus últimos límites en un constante preguntar en busca de verdades. En definitiva, cuando el sujeto pasa por estas etapas puede decir que ha realizado un ejercicio filosófico completo.

Hegel, filósofo alemán del siglo XVIII, está convencido de que la duda es generadora de conocimiento verdadero: “Con el desconcierto es con lo que la filosofía en general tiene que comenzar y es lo que la produce; hay que dudar de todo, abandonar todos los presupuestos para mantenerlo luego como producido por el concepto” afirma en su Historia de la Filosofía. Pero antes que él, el francés René Descartes, ya había propuesto la duda como el eje del procedimiento para llegar a la mayor verdad posible respecto de cualquier problema.

“…Pensé que era preciso que […] rechazara como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, hecho esto, no quedaba en mi creencia algo que fuera enteramente indudable” (Descartes,  Discurso del método).

Es obvio que con lo que nos dicen Descartes y Hegel no estamos frente a una duda vista como ambivalencia frente a algo, sino como un instrumento utilizado conscientemente para llegar a la verdad. Es por ello que Descartes le llama “duda metódica”. La duda metódica, para él, era la única forma de llegar a una verdad absoluta de la que no sea posible dudar.

De ese modo, la admiración o asombro, al provocar el acercamiento a los fenómenos, nos llevan a cuestionarnos al respecto y nos acercan al filosofar; y así mismo la duda, cuando entra en acción en nuestros pensamientos, nos hace cuestionarnos si lo que creemos saber es tan verdadero como lo creíamos. De ahí que tanto la duda como la admiración sean considerados posibilitadores o disparadores de la actividad del filosofar.

Las situaciones límites

Otro elemento que se ha propuesto como disparador del filosofar son las denominadas situaciones límites. Se trata de situaciones de conmoción que empujan al ser humano a tomar conciencia de su ser y su realidad, que le llevan a cuestionar el porqué de las cosas que le suceden y le angustian, trascendiendo las herramientas conceptuales que tiene en el momento en que se halla ante esa situación. Ejemplos de este tipo de situaciones pueden ser: no poder tener algo que se quiere, no poder algo que se desea saber, no poder vivir para siempre, etc., son cuestiones que ponen de relieve la finitud del ser humano en muchas dimensiones y que provocan en este un filosofar al respecto al buscar por sí mismo, a través de un ejercicio racional, respuestas que satisfagan esas cuestiones.

También se suelen citar como situaciones límites : la muerte de un familiar cercano o un amigo, la imposibilidad de conseguir un bien específico o incluso la imposibilidad de conquistar una posible pareja. Para Karl Jaspers, un defensor de este concepto, (1949) “la conciencia de estas situaciones límites es, después del asombro y de la duda, el origen más profundo de la filosofía”.

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One comment

  1. muy buen trabajo…por su rica bibliografía
    Gracias por compartir

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