El giro antropológico, Sócrates y los sofistas

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Edwin Santana, M.A.
Edwin Santana

Hasta el siglo V a.C., la actividad filosófica, tal y como puede evidenciarse en entregas anteriores, se centró en los problemas de la Physis, es decir, en hallar explicación para los fenómenos naturales, el problema del origen de la naturaleza y dar con las razones de sus cambios.

La ciudad de Atenas, que había devenido en una especie de capital para todas las ciudades griegas de entonces al vencer a los ejércitos persas que pretendieron conquistar a Grecia, gozó de muchos privilegios y de una preferencia como centro comercial y cultural, razón por la cual incursionaron en ella muchos sabios provenientes de otros litorales de la propia Grecia (pero ajenos a Atenas), que trajeron a esta gran ciudad una forma totalmente distinta de ver los problemas de la vida política y social.

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En Atenas se había constituido un sistema político, al que se le llamó democrático, en el que los ciudadanos, reunidos en asamblea, eran los que tomaban las más importantes decisiones siempre que hubiera una mayoría que apruebe las mociones presentadas.

En ese contexto era importante para todo ciudadano saber hacer valer sus posiciones en la Asamblea, y aquellos sabios llegados a Atenas desde otros litorales, conscientes de lo importante que era conquistar el voto en la Asamblea, empezaron a ofrecer sus servicios como maestros para enseñar cómo convencer con el discurso a cualquier interlocutor.

Todas esas y otras condiciones propiciaron que, más que enfocarse en los problemas de la naturaleza y sus cambios, se preocuparan por los problemas que conciernen al ser humano y su desenvolvimiento en la sociedad. Es justo a ese cambio en la perspectiva a lo que se le ha llamado “el giro antropológico”.

Así pues, la sofística se diferenció de la anterior filosofía griega por el objeto del que se ocupaba, a saber, el ser humano, su civilización y sus costumbres: trataba del microcosmos más bien que del macrocosmos. Con esta actitud, el ser humano empezaba a adquirir conciencia de sí

Aquel grupo de maestros que cobraban por enseñar son los que hoy conocemos como los sofistas, que fueron llamados así por el vocablo griego sophos, que significa sabio, y dieron lugar al movimiento que en la cita anterior se denomina sofística.

Los sofistas no necesariamente seguían una misma línea de pensamiento, sin embargo, sí poseen unas características que les son comunes y que permiten agruparlos; como esa, por ejemplo, de que cobraban por sus clases, además de que prometían enseñar a convencer (retórica) y que tenían una visión de los conceptos morales muy distinta a la dominante en la época: la mayoría eran relativistas, es decir, entendían que, como algo que es justo para una cultura no lo es para otra, lo justo en realidad no existe, sino que es una convención de un grupo social.

Dos de los nombres más destacados de los sofistas de la Antigua Grecia son Protágoras y Gorgias. Protágoras es el autor de la frase “el hombre es la medida de todas las cosas”, frase con la cual evidencia su relativismo: todo será relativo, pues es el ser humano el que determina el valor que tendrá cada cosa. Mientras que Gorgias se conoce popularmente por su escepticismo gnoseológico, resumido en la frase: “el ser no existe, si existiera, no podría ser conocido; en caso de que existiera y pudiera ser conocido, no podría ser comunicado”.

En el mismo tiempo del auge de los sofistas surgió la figura de un filósofo que se distanció de las enseñanzas de aquellos y que, marcando una diferencia radical, no cobraba por sus enseñanzas.

Se trata de Sócrates de Atenas, quien, frente al relativismo moral que predicaban los sofistas procuró hallar virtudes que fueran universalmente reconocidas, de manera que cuando se hablase de lo justo, lo bueno o lo bello, se estuviera hablando de lo mismo en cualquier cultura.

Sócrates implementó un método para llegar a la verdad que denominó “mayéutica” (parto) y que consistía en hacerle preguntas directas al interlocutor hasta el punto de llevarle a ‘sacar’ las razones que llevaba dentro de sí.

Su frase más conocida es “yo solo sé que no se nada” pues, contrario a los sofistas, Sócrates no se consideraba a sí mismo sabio, sino que entendía que el reconocimiento de la propia ignorancia era el principio para adquirir conocimiento.

Ciertamente Sócrates revolucionó la forma de ver el mundo y, sus discípulos más renombrados, Platón y Aristóteles, continuaron su legado fundando escuelas que multiplicaron sus enseñanzas, aunque cada uno le dio el matiz que creyó debían tener.

Platón fundó la Academia, lugar donde enseñaba su doctrina, que básicamente partía de que el mundo que percibimos con los sentidos no es más que una copia de un mundo original en el que hay un ejemplar original de cada una de las cosas que vemos: el mundo de las Ideas. Famoso es el denominado “mito de la caverna” en el cual explica la condición del ser humano que no reconoce que, en este mundo, está viviendo de engaños.

De su lado, y posteriormente, Aristóteles fundó el Liceo, y allí desarrolló importantes teorías que hoy en día son reconocidas como punto de inicio para muchas de las ciencias. Su enfoque, contrario al de Platón, no estaba en un mundo ideal, si no en conocer realmente las cosas que nos rodean.

Otros filósofos que aportaron a la reflexión y que son figuras representativas de la filosofía griega después del periodo socrático que culmina con la muerte de Aristóteles en el 322 a.C. son Epicuro de Samos (fundador del epicureísmo), Zenón de Citio (fundador del estoicismo) y Plotino (representante más importante del neoplatonismo).

Como puede verse, la Grecia de la Antigüedad fue la madre de la filosofía y con ella, de la forma de pensar del mundo occidental de hoy, por ello Jorge Millas (1970) afirma:

“Fue, en efecto, en el mundo helénico donde por primera vez la inteligencia humana consiguió romper las ataduras de la superficialidad, la superstición y del espíritu utilitario, para interrogarse libremente sobre los principios racionales del Universo. Fue allí donde nació la idea de un mundo sometido a leyes inteligibles, idea en que se encuentra el punto de partida y el objeto de la actitud crítica y, con ellos, las posibilidades de un auténtico saber práctico” (Millas, 1970).

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