METACIENCIA ||
La religión, igual que el mito, se ocupa de dar explicaciones de la realidad. Sin embargo, los conocimientos válidos o predominantes en la religión son unas verdades reveladas por seres supremos. Pero, además, ésta originalmente suple una necesidad radical del ser humano, a saber, la de la existencia de un ente (o varios entes en algunos casos) supremo(s) que sustente(n) esa realidad y que esté(n) más allá del orden natural, de modo que ese ser no tenga que verse sometido a las limitaciones que padece el ser humano. En ese sentido, la concepción de todo lo relativo a Dios y las explicaciones, ritos y justificaciones que emanan en ese campo es lo que se conoce como religión.
Como ya hemos dicho en entregas anteriores, en la filosofía es muy difícil –si no imposible- encontrar consenso entre todos los filósofos sobre un mismo aspecto. La relación mito-religión no escapa a esta dinámica, así que no hay acuerdo en torno a la relación que existe entre la tradición mítica y la tradición religiosa, y así lo expone el profesor José García López de la Universidad de Murcia:
Es verdad también que, sin que exista un consenso general en torno a la relación entre esos dos campos de la cultura de la humanidad, sí son mayoría los estudiosos que creen que existe una estrecha interdependencia entre ellos e incluso los hay, ciertamente no los más numerosos, que no encuentran diferencias entre ambos; pero no faltan igualmente aquéllos que niegan cualquier relación entre mito y religión e incluso hablan de términos antagónicos (López, 1991).
Con regularidad la religión ha hecho uso del discurso mítico para establecer sus explicaciones, y se ha fundamentado históricamente en la tradición. Aún en la actualidad el mito tiene un papel relevante en la explicación religiosa. Esos puntos, de tradicionalidad y uso instrumental del mito constituyen básicamente los puntos de relación entre este y aquella.
De su lado, la filosofía, en tanto que saber puramente racional que intenta llegar a una verdad por el ejercicio del intelecto y explicaciones lógicas, también se divorcia de las explicaciones religiosas aunque mantiene un diálogo con estas, en algunos casos para explicar las intríngulis de la religión misma (como en la filosofía de la religión), en otros para defender el papel de una u otra, como ocurrió en los primeros años de la Edad Media, en que pensadores cristianos (los denominados padres apologistas) intentaron ubicar en un orden jerárquico la religión y la filosofía, la búsqueda de la verdad a través de la fe o de la razón. Obviamente, para los pensadores cristianos, la fe, como medio para llegar a la verdad, primaba sobre la filosofía y, en la mayoría de los casos, se proponía a la filosofía como una sierva de la fe o un camino para llegar al perfeccionamiento de la fe cristiana.
Desde esa perspectiva, la religión y la filosofía comparten un mismo contenido: la búsqueda de la verdad. Una diferencia importante a este respecto está en el método propio de cada una para alcanzar ese objetivo: mientras la religión persigue el conocimiento a través de la fe, la “creencia en…”, confía en la verdad revelada, y además da por sentada esa verdad por el hecho de ser revelada por una autoridad superior e incuestionable; la filosofía por su parte emprende la búsqueda de esa sabiduría por medio de la razón. De modo que el filósofo no “cree en…” sino que “cree que…”, conjetura, argumenta, y busca desvelar la verdad, no creyendo necesariamente en una verdad absoluta, sino que puede estar incluso convencido que existen verdades relativas y regularmente confía en el progreso de la razón en ese proceso de búsqueda del conocimiento. Es así que la duda, inadmisible en la religión, es reconocida como una herramienta fundamental para el progreso del conocimiento en la filosofía.
Adicionalmente, sería bueno explorar, dentro de esa propuesta de hablar de «filosofía de las religiones», cuáles son esas características comunes que hacen que esas diferentes manifestaciones puedan ser denominadas, cada una, como «religión».
En el caso de que tengan características comununes, se infiere sin dificultad que estamos ante un conjunto que, como tal, puede ser objeto de estudio de la filosofía. Si el conjunto se llama «religión», la reflexión filosófica que lo tome como objeto de estudio puede llamarse apropiadamente «filosofía de la religión».
En el caso de que no tengan características comunes, nos será difícil agruparlas en un sólo conjunto, en este caso, no podríamos hablar de que todas esas manifestaciones son religiones, ergo, no encajan en lo que se llama «filosofía de la religión» y, en cuanto al conjunto de manfiestaciones en cuestión, sería más sensato denominarle con un nombre distinto y más adecuado al conjunto resultante.