“La Española es maravilla: las sierras y las montañas, las vegas y las campiñas y las tierras tan hermosas y gruesas para plantar y sembrar, para criar ganado de todas las suertes y para edificar villas y lugares. Los puertos de la mar, aquí no habría creencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes y buenas aguas, los más de los cuales traen oro. En los árboles y frutos y yerbas hay grandes diferencias de aquellos de la de Juana (Cuba, JC): en esta hay muchas especias y grandes minas de oro y de otros metales. La gente de esta isla y de todas las otras que he hallado, habido o no haya habido noticias, andan todos desnudos, hombres y mujeres, así como sus madres los paren, aunque algunas mujeres se cobijan un solo lugar con una hoja de yerba o una cosa de algodón para que ello hacen”.
De igual modo, en carta enviada al Cabildo de Sevilla a finales de 1493 por el Doctor Diego Álvarez Chanca( ) -quien fue enviado por los Reyes Católicos a acompañar a Cristóbal Colón-, da un panorama extenso del medio ambiente y los recursos naturales que había en la Isla de La Española por aquella época:
“Desde que llegamos a esta Española, por el comienzo de ella era tierra baja y muy llana, del conocimiento de la cual estaban todos dudosos si fuese la que es, porque aquella parte ni el Almirante ni los otros que con él vinieron habían visto, y aquella como es grande es nombrada por provincias, y a esta parte que primero llegamos llaman Haytí, y luego a la otra provincia junta con ésta llaman Xamaná, y a la otra Bohío, en la cual ahora estamos; así hay en ellas muchas provincias porque es gran cosa, porque según afirman lo que la han visto por la costa de largo, dicen que habrá 200 leguas: a mí me parece que a lo menos habrá 150; del ancho de ella hasta ahora no se sabe; allá ha ido hace cuarenta días a rodearla una carabela, la cual no ha venido hasta hoy.
Es tierra muy singular, donde hay infinitos ríos grandes y sierras grandes y valles grandes rasos, grandes montañas: supongo que nunca se secan las yerbas todo el año. No creo que hay invierno ninguno en ésta ni en las otras, porque por Navidad se hallan muchos nidos de ave, de ellas con pájaros y de ellas con huevos. En ella ni en las otras nunca se ha visto animal de cuatro pies, salvo algunos perros de todos colores, como en nuestra patria, la hechura como unos bosques grandes; animales salvajes no hay. Asimismo, hay un animal de color de conejo y de su pelo( ), el tamaño de un conejo nuevo, el rabo largo, los pies y manos como un ratón, suben por los árboles, muchos los han comido y dicen que es muy bueno de comer; hay muchas culebras, aunque no son grandes; lagartos, aunque no muchos, porque los indios hacen tantas fiestas con ellos como haríamos allá con los faisanes; son del tamaño de los de allá, salvo que en la hechura son diferentes, aunque en una isleta pequeña, que está junto con el puerto que llaman Monte Cristi, donde estuvimos muchos días, vieron muchos un lagarto y muy grande que decían que sería de la gordura de un becerro( ), y es tan correcto como una lanza, y muchas veces salieron a matarlo y con la mucha espesura se metían en la mar, de manera que no se pudo atrapar. Hay en esta isla y en las otras infinitas aves de las de nuestra patria y otras muchas que allá nunca se vieron: de las aves domésticas nunca se ha visto acá ninguna, salvo en la Zuruquia había en las casas unos patos, los más de ellos blancos como las nieves y algunos de ellos negros, muy lindos, con cretas rasas, mayores que los de allá, pero menores que los gansos.
Por las costas de esta isla corrimos al pie de 100 leguas, porque hasta donde el Almirante había dejado la gente, habría en este compás, que será en el centro o mitad de la isla. Andando por la provincia de la llamada Xamaná parados echamos en tierra uno de los indios que el otro viaje había llevado vestidos y con algunas cosillas que el Almirante le había mandado dar…Salieron a la barca en llegando a tierra muchos indios, de los cuales algunos traían oro al cuello y a las orejas; querían venir con los cristianos a los navíos y no los quisieron traer, porque no llevaban licencia del Almirante; los cuales desde que vieron que no los querían traer se metieron dos de ellos en una canoa pequeña y se vinieron a una carabela de las que se habían acercado a tierra, en la cual los recibieron con su amor, trajéronlos a la nave del Almirante y dijeron, mediante un intérprete, que un rey fulano( ) los enviaba a saber qué gente éramos, y a rogar que quisiéramos llegar a tierra porque tenían mucho oro y le darían de ello y de lo que tenían de comer: el Almirante les mandó dar sendas camisas y sombreros y otras cosillas, y les dijo que porque iba a donde estaba Guacanagarix no se podría detener, que otro tiempo habría que le pudiese ver y con él se fueron”.
El cronista Gonzalo Fernando de Oviedo ( ) también nos habla de las características que poseía la Isla de Santo Domingo, bautizada por Colón como La Española, a principios del siglo XVI, en los siguientes términos:
“La Isla Española tiene de longitud, desde la Punta de Higüey hasta el cabo del Tiburón, más de cientos cincuenta leguas, y de latitud, desde la costa o playa de Navidad, que es al norte, hasta el cabo de Lobos, que es de la banda del sur, cincuenta leguas. Está la propia ciudad en diez y nueve grados a la parte del mediodía. Hay en esta muy hermosos ríos y fuentes, y algunos de ellos muy caudalosos, así como el del Ozama, que es el que entra en la mar, en la ciudad de Santo Domingo; y otro, que se llama Reiva ( ), que pasa cerca de la villa de San Juan de la Maguana, y otro que se dice Batibónico ( ), y otro que se dice Bayna ( ), y otro Nizao, y otros menores, que no quiero expresar. Hay en esta isla un lago que comienza a dos leguas de la mar, cerca de la villa de la Yaguana, que dura quince leguas o más hacia el Oriente, y en algunas partes es ancho, una, y dos, y tres leguas, y en las otras partes todas es más angosto mucho, y es salado la mayor parte de él, y en algunas es dulce, en especial donde entran en él algunos ríos y afluentes. Pero la verdad es que es ojo de mar, la cual está muy cerca de él, y hay muchos pescados de diversas maneras en el dicho lago, en especial grandes tiburones, que de la mar entran en él por debajo de tierra, o por aquel lugar o partes que por debajo de ella la mar espira y procrea el dicho lago, y esto es la mayor opinión de los que el dicho lago han visto. Aquella Isla fue muy poblada de indios, y hubo en ella dos reyes grandes, que fueron Caonabo y Guarionex, y después sucedió en el señorío Anacaona. Pero porque tampoco quiero decir la manera de la conquista, ni la causa de haberse apocado los indios, por no detenerme ni decir lo que larga y verdaderamente tengo en otra parte escrito, y porque no es esto de lo que he de tratar, sino de otras particularidades de que vuestra majestad ( ) no debe tener tanta noticia, o se le pueden haber olvidado, resolviéndome en lo que de aquella isla aquí pensé decir, digo que los indios que al presente hay son pocos, y los cristianos no son tantos cuantos debería haber, por causa de que muchos de los que en aquella isla había se han pasado a las otras islas y Tierra Firme…”.
Esa situación comenzó a cambiar en el momento mismo en que los españoles iniciaron el proceso de conquista, sojuzgamiento, colonización y explotación de los habitantes nativos y de los recursos naturales que había en la isla, rompiendo así el equilibrio existente entre la biodiversidad natural y el ser humano.
Ya para el 12 de diciembre de 1492, el Almirante había llegado a la parte norte de la Isla, a lo que hoy se llama Cabo Haitiano, bautizado por él como Cabo de La Concepción, donde estaba ubicado el asiento del cacique Guacanagarix del cacicazgo de Marién. Allí toma posesión de forma solemne de la Isla y la denomina con el nombre de La Española.
El propósito principal del viaje de Colón era la obtención de oro, razón por la cual envió varias comisiones a explorar el entorno para adquirir informaciones que le condujeran a los lugares donde se pudiese encontrar el preciado metal. Sus primeras indagatorias en la parte Noroccidental fueron infructuosas, ya que lo obtenido fue insignificante con respecto a sus expectativas.
El 25 de diciembre Colón construye el Fuerte de La Navidad, tras estrellarse su nave Santa María contra un arrecife coralino en el Cabo, lo que le obliga a dejar 39 de sus hombres para que continuaran las exploraciones mientras volvía a España a informar de sus hallazgos a los Reyes Católicos. Antes de partir tomó muestras de todo lo encontrado para impresionar a los monarcas, logrando enteramente su objetivo.
En 1493 regresa con más 1,500 hombres, todo tipo de animales domésticos, plántulas y semillas de frutos que se cultivaban en España y en las Islas Canarias. Al llegar al Fuerte de La Navidad, encontró que el mismo había sido destruido y quemado por los aborígenes del cacique Caonabo y que todos sus compañeros habían sido aniquilados.
Al encontrar este panorama desolador y comprobar que Guacanagarix no tenía responsabilidad en el hecho, decide avanzar hacia el Este de la Isla y en la desembocadura del río Bajabonico estableció la primera ciudad europea en América, designándola bajo el nombre de La Isabela, garantizando así la seguridad del oro que le habían informado existía en el Cibao (que Colón creía se trataba de Cipango, hoy Japón).
La obsesión de Colón con el oro era tal que llegó a afirmar: “Con él se hace tesoro y quien lo tiene hace cuanto quiera en el mundo y llega a echar hasta las ánimas del Paraíso”. Con el propósito de verificar las informaciones que tenía de que el Cibao había mucho oro, envió a los misioneros Alonso de Ojeda y Ginés Gorvalán. Estos regresaron con la noticia de que los ríos por los cuales pasaron, corría el oro en abundancia.
El 14 de marzo de 1494, Colón partió con sus hombres hacia el Cibao, pasando por Santiago de los Caballeros y llegando hasta el valle que bautizó con el nombre del Valle de la Vega Real, al cual comparó con el “Paraíso Terrenal”, por su inmensa belleza y su agradable clima.
Colón llegó hasta las márgenes del río Yaque del Norte y su afluente el río Bao, así como por los ríos Yuna, Camú y otros no menos importantes, cuyos cauces arrastraban en sus arenas abundante oro. Estos ríos estaban rodeados de bosques y abundante madera preciosa en condiciones vírgenes.
A partir de ese momento los conquistadores ponen en práctica múltiples sistemas socio-económicos que privilegiaban el lucro, al margen de toda consideración humana o ética, que protegieron con la instalación de diferentes fuertes militares: Santo Tomás, La Concepción, La Esperanza, Santo Domingo, Torre del Homenaje, Torre de Haina, San Felipe, Samaná, San Luis y otros.
La primera medida implantada por los Reyes Católicos en la isla La Española, a través del Almirante Cristóbal Colón, fue obligar a los indígenas a pagar tributos en oro, incluyendo a menores de catorce años. Así los aborígenes quedaron adscritos al lavado de oro y las excavaciones mineras. El sistema de tributación impuesto por la corona española a los nativos consistía en obligar a todo aborigen de catorce años en adelante a pagar trimestralmente un cascabel de oro en oro molido o pepitas de oro, si vivían en las zonas auríferas del Cibao o en las inmediaciones de Haina, o una arroba de algodón, equivalente a 25 libras, a los demás.
Hacia el año 1496 el adelantado Bartolomé Colón fundó la ciudad Nueva Isabela, que luego pasaría a denominarse Santo Domingo, al ser traslada en 1502 por el comendador Nicolás de Ovando de la margen oriental a la margen occidental del río Ozama, tras ser destruida por un violento huracán, muy próximo a las minas de Haina. De este modo se iniciaban en la Isla de La Española las llamadas factorías colombinas.
El sistema de repartimientos de indios entre los españoles y el sistema de encomiendas fueron puestos en práctica como resultado de la rebelión del Alcalde Mayor de la Isabela, Francisco Roldán, por disposición del almirante Cristóbal Colón en el año 1498 y por Nicolás de Ovando el 20 de diciembre de 1503, con la anuencia de la corona española, quien le dio legitimidad a través de las Leyes de Burgos, firmadas por el rey Fernando II el 27 de diciembre de 1512 en la ciudad de Burgos, tras el pronunciamiento del Sermón de Adviento del 21 de diciembre de 1511 por parte de Fray Antón de Montesinos.. Estos sistemas contribuyeron al genocidio o etnocidio de los pobladores originarios de la Isla en poco menos de 50 años, si se parte del dato de que en promedio se estima que la población nativa era de alrededor de 300 mil personas a la llegada de los conquistadores españoles a estas tierras en 1492 y tan sólo quedaban alrededor de 500 en 1548, al someterlos a trabajos intensivos en la búsqueda del oro y en los sistemas de producción agrícola.
Alrededor de la ciudad de Santo Domingo crecieron a partir de 1520 los cultivos de caña de azúcar, base de la nueva economía una vez agotadas las minas de oro. Impulsadas las obras por el presidente de la Real Audiencia, Alonso de Fuenmayor, y por el oidor Zorita, este último construyó el fuerte de San Fernando para vigilar el acceso desde el río.
El sistema de plantaciones aplicado por los españoles a partir de la segunda década del siglo XVI jugó un papel sumamente dinámico en la incorporación de las tecnologías altamente desarrolladas de la época al cultivo, explotación, acarreo y procesamiento industrial de la caña de azúcar a través de los trapiches y los ingenios azucareros. De igual manera sirvió como eje para la utilización de la mano de obra esclava tanto para las labores agrícolas rudimentarias y semi especializadas de la industria azucarera. A partir de ese momento comienza en gran escala el proceso de contaminación de las fuentes acuíferas rurales y urbanas y del entorno ambiental, al tiempo que se crean mecanismos de sojuzgamiento y explotación humana cada vez más crueles e irracionales.
La ciudad de Santo Domingo fue amurallada en lo principal entre 1543 y 1567, pero las obras continuaron hasta avanzado el siglo XVII con un despliegue amplio que dejaba espacio libre sin urbanizar dentro de las murallas. Debemos a la vez considerar que la población indígena había sido diezmada por las epidemias en 1518 y 1519.
La muralla franqueaba el acceso a la ciudad con puertas puestas bajo las nominaciones de la Misericordia (por la ermita próxima), de Lemba, de la Atarazana (hoy reconstruida) y de San Diego o del Mar, que ejecutará el afamado cantero Rodrigo de Liendo.
Las murallas tenían varios baluartes, dedicados a San Gil (Matadero), Santiago (Palo Hincado), San Genaro (El Conde) y La Concepción, por el oeste; hacia el norte estaban los baluartes de La Caridad, San Lázaro, San Miguel, San Francisco, San Antón, Santa Bárbara y El Ángulo; por el este, los baluartes de El Almirante, San Diego (avanzado sobre el río Ozama), El Invencible, la Fortaleza con la Torre del Homenaje y el fuerte de Santiago; y, por el sur, los de Santa Clara, San Fernando, San José y Santa Catalina.
El intercambio ilegal de cuero de ganado y otros productos tropicales por productos manufacturados provenientes de Europa que desarrollaban los habitantes de las bandas norte y oeste de La Española a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII con piratas, corsarios y otros lobos de mar enemigos de España, procedentes de Holanda, Inglaterra, Francia y Portugal, que les abastecían de harina, vinos, textiles, herramientas de trabajo, armas, cerámicas y esclavos negros.
La generalización de ese tipo de comercio clandestino en las costas de las bandas norte y oeste llevó al rey Felipe III, tras la muerte de su padre Felipe II, a tomar la infausta determinación de autorizar el más grande ecocidio contra los recursos naturales y el medio ambiente efectuado en la Isla de Santo Domingo o La Española, conocido popularmente como las Devastaciones de Osorio de 1605 y 1606 o el Gran Incendio, afectando poblaciones como Monte Cristi, Puerto Plata, Bayajá, La Yaguana, San Juan de la Maguana, Santiago y Azua.
Esa acción fue un atentado inmisericorde e irreparable contra la biodiversidad vegetal y animal que se desarrollaba en esos lugares e implicó un desarraigo violento y abusivo de los pobladores de su hábitat natural. Esta medida posibilitó a corto, mediano y largo plazo que los gobernantes y habitantes de la Isla Tortuga se fueran estableciendo progresiva y sistemáticamente en las tierras devastadas de la parte occidental de la Isla de Santo Domingo, mientras estaba prohibido para los habitantes de la parte oriental traspasar los linderos establecidos, hasta convertirse con el tiempo en la colonia más próspera de Francia en todo el mundo.
Entre los siglos XVII, XVII y la primera mitad del siglo XIX, el sistema del hato ganadero fue lo que prevaleció en la parte oriental de la Isla de Santo Domingo, consistente en una unidad basada en la combinación del trabajo de propietarios libres con el de trabajadores esclavos, como elemento fundamental, cuya característica principal estaba relacionada con la posesión de miles de tareas de tierras de bosques y pastos, así como de una cantidad determinada o indeterminada de cabezas de ganado vacuno, caballar y de otro tipo. Esta unidad productiva era de tipo extensiva, lo que nos permite afirmar eran poco aprovechados que los recursos de la naturaleza, la capacidad productiva del ganado y la fuerza de trabajo de las personas libres y esclavas.
Otro sistema económico importante implementado entre los siglos XVI, XVII, XVIII, XIX y XX en gran escala fue el corte de madera preciosa para la exportación a Europa y los Estados Unidos, pasando a constituirse en una actividad mercantil de carácter intensivo a partir del gobierno francés de Louis Ferrand de 1804 en adelante, constituyéndose en su principal fuente de ingresos.
Ese proceso se llevó a cabo en las principales provincias costeras de la Línea Noroeste, del Sur, del Este y de la zona mediterránea del Cibao, lo cual dejó secuelas irreparables para el ecosistema nacional. Desde entonces, algunos árboles endémicos o nativos como la caoba, la cuaba, el cedro, el guayacán y el ébano verde, entre otras, pasaron a engrosar las filas de especies vegetables en peligro de extinción, quedando tan sólo las zonas desérticas y semidesérticas que bosques secos y de xerófilas del Cibao occidental y el llano de Azua. Este hecho ha incidido negativamente en la permanencia y reproducción de las faunas propias de los lugares donde se producían las talas indiscriminadas de bosques, ya que de más en más se han vistos expuestas a las inclemencias del clima tropical.
Aunque el campesinado de la parte oriental de la Isla de Santo Domingo comenzó a conformarse a partir del siglo XVII, es con la abolición de la esclavitud primero ejecutada por Toussaint L’Ouverture en 1801 y nuevamente con la abolición de la esclavitud por parte de Jean Pierre Boyer en 1822 es cuando se puede hablar de la clase campesina en el territorio dominicano. Este sistema basado en la pequeña y mediana propiedad de la tierra, la producción artesanal y el comercio a pequeña y mediana escala es lo que se conoce el modo de producción mercantil simple, el cual mantuvo predominancia desde 1822 hasta finales del siglo XIX, cuando las relaciones capitalistas lograron la supremacía económica y social.
El sistema de la pequeña y mediana propiedad de la tierra es a considerar, ya que muchos campesinos utilizan la tala y quema de árboles para hacer sus siembras, provocando así elevados niveles de deforestación que inciden significativamente en la erosión del suelo.
En las últimas décadas del siglo XIX nace la industria azucarera moderna de la República Dominicana de la mano de inversionistas extranjeros cubanos, italianos y norteamericanos, contribuyendo así a hacer predominantes las relaciones capitalistas de producción. Los vertidos de los desechos sólidos y líquidos de los ingenios azucareros, que casi siempre estaban instalados a orilla de ríos navegables o del mar, elevaron los niveles de contaminación que ya venían generando algunas pequeñas y medianas industrias que se habían instalado en el país en décadas anteriores en los acuíferos urbanos y semiurbanos.
El proceso acelerado de urbanización que sufrió el país entre los años 1935 y 1960, el cual se evidencia en el crecimiento de un 6.8% anual de la población de Santo Domingo contra un 3.23% del resto del país y de un 4% de Santiago de los Caballeros. A partir de la década de 1950 el dictador Rafael Leónidas Trujillo ordenó la construcción de los ensanches Luperón, La Fe, Mejoramiento Social, María Auxiliadora, Ozama y Los Mina, muchos de ellos destinados a militares y empleados públicos.
Con el ajusticiamiento de Trujillo se abrieron las compuertas migratorias, lo que unido al proceso de industrialización creciente y a la falta de planificación del crecimiento de las ciudades, hizo posible el asentamiento humano en zonas no urbanizadas, que a partir de entonces reciben el nombre de barrios populares, procediendo así a arrabalizarse los entornos de los ríos más importantes de las ciudades, como el Ozama, Isabela, Yaque del Norte, Haina, Higuamo y otros, convirtiéndolos progresivamente de ríos con aguas cristalinas y aptas para el consumo humano, en las cloacas que hoy son.
Esperamos que los dominicanos y las dominicanas continuemos empoderándonos de la problemática ambiental y de la defensa de los recursos naturales para hacer posible una República Dominicana verde, sostenible y próspera.
Fuente: www.eldinero.com.do