Ángelo, hermano del alma!

Por: Avelino Stanley

Hay noticias que uno nunca quisiera escuchar. Hay noticias que llegan y nos negamos a creerlas. La sola lectura de su titular se vuelve inaceptable. Dudamos. Quisiéramos que lo leído fuera una equivocación, una interpretación incorrecta. Una broma pesada. Suele suceder cuando recibimos la inadmisible mueca de la muerte. Tal vez es el recurso al que acude el dolor mientras hace el espacio para ensancharse en nuestros adentros.

Desgraciadamente la ilusión, ese estado ideal al que solemos aferrarnos, siempre es vencida por la testarudez de la realidad. Forzados por esa realidad ahora tendremos que resignarnos a pensar en Ángelo Valenzuela habitando otro espacio del cosmos. Su presencia física se ha esfumado. Queda, sin embargo, la seguridad de que se convertirá en una indestructible columna del recuerdo. En una estrella cuyos rayos de luz siempre estarán en contacto con todos aquellos que compartimos con él la estima y el afecto.

Odiosa y casi siempre inoportuna como es la parca, para doblegarlo, no tomó en cuenta el gran ser humano que era Ángelo. Tampoco las variadas condiciones que lo convirtieron en ese ser polifacético en que se había convertido. Alegre. Siempre alegre. Fue un gestor cultural nato, incansable; alguien que con su don de gente persuadía a militantes del sector y conquistaba a mecenas para el apoyo de la causa.

Un artista plástico que con persistencia y dedicación ya había logrado eso que tanto trabajo cuesta: crear un estilo particular en sus obras. Durante casi dos décadas, en la plástica, también impartía docencia en la Escuela de Diseño de Altos de Chavón.

Un dramaturgo perspicaz; con sus obras obtuvo varios galardones literarios en Casa de Teatro, en la Universidad Central del Este y en el Premio Anual de Literatura.

Joven aun, lleno de energía, estaba en esa edad de la vida donde todo artista toma la seguridad del sendero en el que se crea la obra producto de la reflexión, de la madurez y del dominio de las técnicas.

Fue un compañero abnegado de su esposa. Y con sus hijos un padre amoroso y comprensivo. Fue un amigo de los amigos y un ser solidario con todo aquel que lo requería.

Todo se nos vuelve más inaceptable solo de pensar que Ángelo es ahora otra víctima del desatino con que se guía en las carreteras de la República Dominicana. El desastroso estado final del vehículo es una revelación: la esposa y los tres hijos que lo acompañaban en ese momento fatal salvaron sus vidas milagrosamente. Otra vez el chofer desaprensivo de una voladora destroza otra vida. ¡Y qué vida! De nuevo “La peste de estos días” (la imprudencia en el volante) vuelve a llevar luto a la familia. ¡Y qué familia más vasta somos todos, ramificados en los cuatro puntos cardinales del país!

Aún no encuentra espacio el dolor que nos embarga a todos, el dolor que nos subyuga. Para ensancharse en nuestros pechos ese dolor tendrá que construir un espacio demasiado grande. ¡Ay, Ángelo, hermano del alma, qué joder! Y luego tener que resignarnos.

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