Una aproximación literolingüística al texto El suicida de Enrique Anderson Imbert


Lic. Ólfir A. Guzmán Méndez
Maestrante en Literatura
Universidad Autónoma de Santo Domingo

La lengua, además de funcionar como sistema de comunicación social, se presta para que el hombre produzca rupturas y alteraciones en los planos del signo con una finalidad estética, permitiendo que puedan crearse universos imaginativos. Esto implica que el lenguaje literario (como se le conoce en el terreno de la literatura) está constituido por las mismas palabras de un idioma, pero con la salvedad de que estas adquieren, en la producción literaria, una connotación diferente, favoreciendo la construcción de ambientes, personajes, escenarios, tratamiento de temas y conflictos que ponen de manifiesto los sentimientos del ser humano. Por eso, cada categoría empleada por los escritores cumple un papel significativo en sus textos.

En cada género literario, la palabra tiene un valor indiscutible. Sin embargo, en los terrenos de la minificción, esta desempeña una labor distintiva en cuanto a su estructura, ya que es una modalidad textual caracterizada por su brevedad, y, por tanto, cada término empleado cuenta. Para demostrar esto, en el presente trabajo se analizará el microrrelato El suicida del escritor argentino, Enrique Ánderson Imbert, a la luz de propuestas formalistas, estructurales, morfosintácticas, narratológicas, sociológicas, psicocríticas y semióticas. Además, se evidenciará la importancia que tienen los recursos morfológicos y sintácticos en los textos literarios.

Los criterios tomados en cuenta para seleccionar a esta producción como objeto de análisis fueron los siguientes:  1) Que el texto se correspondiera al género de la minificción, 2) Que el autor hubiera sido poco estudiado por el creador de este trabajo, 3) Que el texto no excediera de 250 palabras, atendiendo a la delimitación del Dr. Lauro Zavala (2011), 4) Que la temática fuera de interés personal para el autor del análisis y 5) Que la muestra sirviera para demostrar la importancia de los recursos morfológicos y sintácticos en la microliteratura.

El suicida es un microrrelato que fue publicado en la primera mitad del siglo XX y forma parte de los 21 textos del libro: Las pruebas del caos (1946) del referido autor. En este último, la minificción que aquí se analiza aparece dentro de la clasificación de casos, como el no.12. Pero, ¿Por qué?

En su Teoría y técnica del cuento (1979), Imbert, mientras aborda las formas breves, se detiene a distinguir a los casos. Este los define como: “(…) una coyuntura o situación de dificultosa salida”. Esta situación, agrega: “(…) puede ser real o fantástica, reveladora del carácter humano y también de la naturaleza absurda del cosmos o del caos.” (p.29). Lo que significa que en cada uno de los textos breves que presenta en este acápite los personajes no tienen escapatoria de lo que se les avecina.

Por otro lado, por sus características, es una minificción. Zavala (2004), define a este género como: “(…) el género más reciente y complejo en la historia de la literatura.” (p.7). Es una narración breve que no excede de una página y tiene aproximadamente 250 palabras. (Zavala, 2011). Además, se caracteriza por ser breve, diverso, por establecer complicidad con el lector, por ser fractal, fugaz y virtual. (Zavala, 2004).

El hecho de que El suicida esté escrito en esta modalidad literaria y que otras del autor compartan los mismos elementos (Tabú, Las dulces remembranzas, 1968; Necesidad de creer, 1998; servicios, 1973, etc.)  alude a que el escritor siente fascinación por el género. Esto, además, queda demostrado por lo que Ánderson Imbert señala en el prólogo de su libro: El gato de Cheshire (1965): “He preferido siempre las formas breves: se ciñen mejor a una teoría relativista del mundo y a una práctica imaginista de la literatura.” (p.5).

En cuanto a su trama, El suicida adentra al lector en la historia de un personaje que toma la decisión de acabar con su vida. Sin embargo, pese a sus múltiples intentos, no puede lograr su cometido y termina por retirarse a su hogar. La tensión narrativa comienza a desatarse cuando el actante se da cuenta del precio que debe pagar por las consecuencias de sus actos.

Por otro lado, en el texto se evidencia lo que el formalista ruso, Víktor Sklovskij señala como extrañamiento. Esto es, aquellas rupturas que provocan sorpresa y experiencias insólitas en los lectores. En El suicida puede percibirse desde que el personaje principal nota que el veneno no le ha hecho efecto: “Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno. ¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría.” (Imbert, El suicida, p. 1).

Además, surgen otras rupturas cuando intenta dispararse y falla: “Entonces disparó su revólver contra la sien. ¿Qué broma era ésa? Alguien -¿pero quién, cuándo?- alguien le había cambiado el veneno por agua, las balas por cartuchos de fogueo”. También, cuando se da cuenta que cada una de las formas de intentos suicidas provocaron la muerte de sus seres queridos y gente alrededor:

“Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el suelo, cada uno con un balazo en la sien.” (Imbert, El suicida, p. 1).

“Se derramó nafta en la ropa y los fósforos se apagaban chirriando.” (Imbert, El suicida, p. 1).

“Corrió hacia el balcón y antes de tirarse pudo ver en la calle el tendal de hombres y mujeres desangrándose por los vientres acuchillados, entre las llamas de la ciudad incendiada.” (Imbert, El suicida, p. 1).

Lo anterior provoca un efecto de lo que Zavala llamaría final epifánico, ya que lo que se le revela al personaje, a la par con el lector, es sorpresivo y concluyente. Este efecto es muy importante porque favorece la complicidad con el lector.

Por otra parte, en lo que respecta a su tema, se puede apuntar que El suicida presenta como temática a los efectos que provocan los intentos suicidas en el círculo familiar cercano y en la gente del entorno. Esto es, cómo afecta el suicidio a la gente que rodea al suicida.

Esta misma temática es presentada en otras producciones, de las cuales pueden citarse: Las desventuras del joven Werther (1974) de Johan Wolfgang Goethe, Hamlet (1600) de Shakespeare, La celestina (1499) de Fernando de Rojas, Entre nieblas (2003) Mélida García, entre otras, implicando que el suicidio en la literatura ha persistido. De la misma manera, las problemáticas materializadas en la obra (estructura estructurada, en el decir de Ferreras) presentan a la muerte como emancipación y solución ante las situaciones de los personajes, específicamente como catarsis (Arenas), ante el amor no correspondido (Goethe), solución ante la crisis (Mélida), etc. En el caso de El suicida, además de lo obvio, revela las consecuencias que provoca el suicidio en los círculos familiares y sociales.

En cuanto a su estructura lingüística, puede destacarse que es un microrrelato compuesto por 249 palabras, las cuales pertenecen a las siguientes categorías formales: determinantes, sustantivos, adjetivos, verbos, verboides, perífrasis verbales, pronombres interrogativos, variantes pronominales, adverbios, preposiciones y conjunciones.

Respecto al uso de determinantes, se percibe que Enrique Ánderson Imbert tiene preferencias por los artículos, específicamente por: la, las y el, los cuales han servido como modificadores directos de sustantivos indispensables para la comprensión del texto, como en los sintagmas nominales: “La Biblia, la pistola, la dosis, las cartas, el versículo, el veneno, etc. Esto significa que, en la brevedad, el autor realiza una selección pertinente, al igual que veremos con otras categorías.

Otro aspecto a resaltar, es que el autor le da protagonismo al artículo el, ya que es el determinante más utilizado (catorce veces). Esto se debe a que la mayoría de los sustantivos seleccionados en su texto son de género masculino y como se sabe, los determinantes deben coadyuvar a el establecimiento de coherencia entre género y número: el frasco, el versículo, el balcón, el cuchillo, el veneno, el dueño, el estruendo, el suelo, el vientre, el agua, el pez, el tendal.

Por otro lado, se denota la presencia de abundantes sustantivos, siendo esta la categoría formal más empleada por el autor. Sin embargo, hay que destacar que hay unos que se repiten más de una vez como: biblia, cartas, veneno, sien, alguien, agua, balas y balazo. Esto se debe a que son los empleados para comunicar al lector ciertas cosas: El texto  donde se encuentra la respuesta a lo que le ocurre al personaje (biblia), los distintos mensajes de despedida para su familia, amigos y un juez (las cartas), la primera forma de suicidio (el veneno), el segundo objeto que le quitaría la vida (balas, balazo) y el lugar que resultaría herido cuando su cuerpo abandonara el mundo con el tercer intento (la sien). En cuanto al sustantivo no contable agua, aparece varias ocasiones en comparaciones como: “La hoja se hundía en las carnes blandas y luego salía limpia como del agua.” y “Las carnes recobraban su lisitud como el agua después que le pescan el pez.” (Imbert, El suicida, p. 1). Lo anterior para aludir al estatus de limpieza en el que se encuentra el cuerpo del personaje sin laceraciones.

El autor muestra destrezas en el empleo de los sustantivos seleccionados para esta minificción. Se evidencia que antes de escribirlo tuvo que hacer una priorización de nombres acorde a los elementos presentados. Esto se ve, por ejemplo, con palabras relacionadas a armas de fuego: balazo, cartucho, fogueo, balas, revólver, estruendo; a la palabra de Dios: Biblia, versículo; a lo culinario: cuchillo, cocina e incendios: nafta, fósforos. También se denotan derivaciones de términos partiendo de sustantivos objetos para referirse al efecto que provocan una vez que son puestos en acción. Por eso Imbert, partiendo de bala, emplea balazo; y de cuchillo, cuchillada. En este contexto, haciendo referencia a la herida provocada por los primeros.

En otra tesitura, se puede localizar en El suicida alrededor de 10 adjetivos. La cantidad de estos muestra que Imbert domina la escritura breve, ya que como es sabido, en esta modalidad literaria, si un autor los emplea sin necesidad, puede maltratar el texto y limitar el cumplimiento de sus características, lo que provocaría tener un microrrelato de mala calidad. Por eso, como señala el escritor dominicano, Pedro Antonio Valdez (2020), en la minificción deben evitarse todos los elementos innecesarios. Mientras más tacaño uno sea, mejor.

Llama la atención cómo Imbert utiliza adjetivos aislados para contribuir con la elipsis. El ejemplo más evidente es con la palabra inutil, que aparece en el siguiente contexto: “Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil”. En este caso, el adjetivo sustituye expresiones como: “No pudo morirse porque, aunque disparó cuatro veces, ninguna bala le hizo efecto”, “tampoco le hizo efecto”, entre otras. Esto implica que el autor tiene dominio de recursos que le ayuden a establecer la complicidad y mantener la brevedad.

En otro tenor, se denota que el autor emplea adjetivos pospuestos con la intención de que las imágenes que desea formar en la mente del lector, se produzcan sin inconvenientes. Imbert solo los utiliza en contextos necesarios, como por ejemplo: “La biblia abierta” (para que pueda imaginarse cómo se encuentra esta y poder dar paso a una secuencia seguida con el sustantivo versículo), “mujer envenenada” (para comunicar el estado de la esposa del personaje principal cuando este llegó a su casa), “las carnes blandas” (haciendo alusión a la piel del personaje), “vientres acuchillados” (refiriéndose al estatus en el que se encuentra el cuerpo de las víctimas), “ciudad incendiada”(el estatus en el que se encuentra la misma, luego de que él, coincidencialmente, utilizara fósforos y nafta). Esto quiere decir que ninguno de los adjetivos empleados por Imbert ha sido al azar.

Además, aparecen adjetivos que dentro del texto tienen la función de sustantivo, como es el caso de curiosos: “Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos.”. Esto muestra que el autor de El suicida tiene dominio de las particularidades que tienen algunas categorías formales en diversos contextos.

Por otra parte, en cuanto a verbos, verboides y perífrasis verbales, es evidente que los primeros son más abundantes que los demás. En El suicida las conjugaciones verbales aparecen en pretérito perfecto simple del modo indicativo (acostó, bebió, miró…), pretérito imperfecto del modo indicativo (estaba, moría), pretérito imperfecto del modo subjuntivo (era) y pretérito condicional del indicativo (explicaría). Es importante resaltar que hay algunos que el autor repite dos o más veces y esto se debe por la repitencia de acciones: “Después bebió el veneno y se acostó.”, “Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo”; “Entonces disparó su revólver contra la sien” y “Disparó contra la sien las otras cuatro balas”.

El pretérito perfecto simple del modo indicativo se destaca porque el escritor no tiene otro interés en mostrar las acciones pasadas en un aspecto distinto al perfectivo, es decir, con comunicar lo ocurrido, como se ha percibido en ejemplos anteriores. Se denota que el escritor domina la forma verbal del pretérito ya que existen categorías conjugadas en aspectos perfectivos e imperfectivos: Bebió, bebía; era, estaba.

Otro aspecto que puede observarse en el texto es la incorporación de sintagmas verbales encabezados por verbos como el anteriormente mencionado: “recargó la dosis”, “alineó las cartas”, “miró el frasco”, corrió hacia el balcón”, “bebió otro vaso”, “disparó su revólver”, “bebió el veneno”, “recogió las cartas”, “tomó el cuchillo”. En todos ellos se evidencian acciones contundentes, sin rodeos, lo que muestra el dominio de esta categoría.

En otro orden, las perífrasis verbales están construidas bajo las siguientes fórmulas: auxilar+ participio (Había cambiado), verbo+participio (Estaba señalado, acudían alarmados) y verbo+gerundio (Fue dando, apagaban chirriando). Esto significa que Ánderson Imbert, para mantener el mismo tiempo narrativo, ha incorporado formas compuestas. De este se hablará más adelante cuando se aborde el discurso narrativo.

Por su parte, en lo que respecta a pronombres y variantes pronominales, se deja entrever como estas últimas son las más empleadas en el texto, específicamente el proclítico se y la pronominalización del objeto Indirecto en le. Esto indica que quizás para alcanzar la brevedad, evitando la reiteración de términos, el autor ha recurrido a ellas.

El autor evita utilizar pronombres personales en El suicidio para provocar ambigüedad en la percepción del personaje. Esto se denota como algo intencionado, ya que con ello se permite que el lector asuma cosas del actante de acuerdo a lo que perciben. Y esto garantiza la complicidad.

Por otra parte, el autor utiliza pronombres interrogativos para formar erotemas. En el texto se pueden encontrar los siguientes: Qué, quién, cuándo, los cuales encabezan dos preguntas retóricas que el autor ha otorgado al narrador para que el lector mantenga interés por los acontecimientos de la diégesis: “¿Qué broma era ésa?”  “¿pero quién, cuándo?”. Además, este efecto provocado por los referidos pronombres hace que se sostenga la ruptura del extrañamiento en la minificción, implicando que el escritor de El suicida tiene conocimiento de las cosas que puede lograr con los mismos.

La abundancia del proclítico se es una clara muestra de que Enrique Ánderson Imbert quiere mantener la narración del microrrelato en tercera persona. En este texto la referida variante pronominal acompaña a los verbos en pretérito perfecto simple del indicativo y también en el imperfecto del modo indicativo, haciendo la función de objeto directo en los siguientes contextos: “se acostó”, “se levantó”, “se desnudó”, “se encontró”, “se derrumbó”, “se hundía”. Además, aparece delante de las perífrasis verbales: “se apagaban chirriando”, “se fue dando”.

En lo que respecta a los adverbios, se percibe el empleo de algunos atendiendo al modo, a la cantidad, al lugar, a afirmaciones, negaciones y de tiempo. Sobre este último hay que destacar que es el que mayor hace presencia (dos veces) con la palabra después. Aparece por primera vez en la oración compuesta coordinada copulativa: “Después bebió el veneno y se acostó”. También aparece en el símil: “Las carnes recobraban su lisitud como el agua después que le pescan el pez”.

La repitencia de este puntualizador se da en dos contextos distintos, aunque semánticamente tengan el mismo valor. En un primer momento alude a una categoría propia del narrador para dar continuidad a los acontecimientos. En un segundo, como parte del elemento comparativo de la figura literaria para hacer alusión a la estabilidad de la piel.  Esto implica que el escritor de El suicida demuestra la multiplicidad de funciones que pueden desempeñar esta categoría en diferentes momentos del texto.

El hecho de que Imbert emplee otros como: entonces y luego para la secuencialidad de los hechos, muestra que el autor tiene dominio de categorías adverbiales para poder realizar sustituciones léxicas, no solo en este caso, sino, como ya se vio, con categorías como sustantivos, verbos, determinantes, etc.

En otro orden, también puede destacarse el uso de preposiciones y conjunciones con respecto a frecuencias. La preposición en y la conjunción y son las más utilizadas en esta minificción. La primera antecede a sustantivos y sintagmas nominales en el texto, permitiendo la formación de los complementos circunstanciales de modo (en rojo), de tiempo (en momentos), de lugar (en el suelo, en la calle), entre otros. Por otra parte, en cuanto a la conjunción copulativa, es utilizada porque las oraciones empleadas se encuentran en el mismo plano sintáctico.

La conjunción que aparece en el microrrelato para unir diferentes categorías: Para unir un sustantivo: “el versículo que lo explicaría todo”; un adverbio: “después que le pescan el pez” y después de una preposición: “momentos en que el dueño del hotel”. Es interesante notar un comportamiento en dos expresiones del texto, en las cuales la referida conjunción está en posición anterior a una variante pronominal (que le pescan, que lo explicaría). Aquí aparecen como polifuncionales.

Otro asunto a destacar es que se observa un comportamiento de contracción con la fórmula prep+art con: de+el y a+el.  Esto puede deberse por un asunto de economía o por la ley de menor esfuerzo en los diferentes contextos oracionales: “Salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos”, “Al pie de la Biblia abierta –donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo– alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos”, “Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada (…)”.

Por otro lado, es importante aludir que en El suicida el discurso del relato es fascinante.  Si se parte de las categorías establecidas por Gerard Genette (1973), puede señalarse lo siguiente:

La voz o tipo de narrador empleado en esta minificción es heterodiegético, ya que el narrador no está involucrado en la historia. Sirve, más bien, para comunicarle al lector desde afuera lo que ocurre: “Al pie de la Biblia abierta –donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo– alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó.” (Imbert, El suicida, p. 1).

En cuanto al tiempo narrativo, se evidencia una narración intercalada, ya que las conjugaciones verbales del texto aluden a unas narraciones ulteriores combinadas con unas simultáneas. Las primeras indican que las acciones ya ocurrieron: “Tomó el cuchillo de la cocina, se desnudó el vientre y se fue dando cuchilladas. La hoja se hundía en las carnes blandas y luego salía limpia como del agua. Las carnes recobraban su lisitud como el agua después que le pescan el pez.” (Imbert, El suicida, p. 1). Por su parte, la simultaneidad es provocada por la aparición de las formas del participio en las perífrasis empleadas en los siguientes contextos: “Al pie de la Biblia abierta –donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo– alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos” y “el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos.”

Por otro lado, sobre los niveles narrativos, se percibe una extradiégesis porque lo narrado se percibe en un nivel externo, desde afuera, en consonancia con la voz heterodiegética: “Corrió hacia el balcón y antes de tirarse pudo ver en la calle el tendal de hombres y mujeres desangrándose por los vientres acuchillados, entre las llamas de la ciudad incendiada.” (Imbert, El suicida, p. 1).

En cuanto a la perspectiva o focalización, se puede denotar que es omnisciente, ya que la voz narrativa conoce cada detalle de los acontecimientos del microrrelato:

¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría. Entonces disparó su revólver contra la sien. ¿Qué broma era ésa? Alguien -¿pero quién, cuándo?- alguien le había cambiado el veneno por agua, las balas por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil. Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos. (Imbert, El suicida, p. 1).

En resumen, la situación narrativa de El suicida puede presentarse de la siguiente manera:

           Por otro lado, respecto a los personajes, aquí se les llamará actantes, atendiendo a la categorización de Greimas (1966), ya que en el texto se perciben unas relaciones semánticas que podrán explicarse de forma completa a través de un modelo actancial.

El actante sujeto en la minificción El suicida es un hombre. Esto puede comprobarse a través de insinuaciones sobre su compañera de vida e hijos, cuando este los encontró muertos: “se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el suelo”. Imbert ha sido sutil con este aspecto, ya que ha evitado emplear artículos, sustantivos o pronombres que permitan su identificación. Es por ello que, en todo el transcurso de la narración, cuando el lector interroga a los verbos conjugados, estos pueden responder sin problemas a: el/ella. Sin embargo, la alusión a su género se produce en el ejemplo anteriormente citado.

En ese mismo orden, puede destacarse que el sujeto corresponde al sexo masculino, ya que, los diferentes métodos empleados para suicidarse, son muy violentos (disparo, acuchillado) y como indica Paula Clayton (2019): “Los hombres son más agresivos y utilizan medios más letales cuando intentan el suicidio”.

El actante objeto es la muerte, ya que es lo que el sujeto desea conseguir. De forma explícita en el texto no señalan que intenta suicidarse, pero cada una de las categorías formales empleadas lo dan a conocer. Esta acción, además, se repite durante todo el microrrelato.

En otro tenor, el destinador es algo confuso, ya que es complicado determinar las razones que llevan a las personas a suicidarse. De hecho, la misma Payton (2019) señala: “No hay un perfil típico del suicida”. No obstante, una hipótesis que se sostendrá aquí es que se ha debido a problemas legales, ya que el narrador heterodiegético comunica que el personaje le remite una epístola a un juez: “(…) alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó.”

Por otro lado, el destinatario es el mismo personaje principal, el hombre, ya que es quien tiene la creencia de que la muerte podrá calmar sus preocupaciones.

En cuanto los ayudantes, lo constituyen cada una de las herramientas utilizadas para quitarse la vida, como: el veneno, el revólver, el cuchillo, el balcón.

El actante oponente lo conforma el destino bíblico. Esto puede inferirse al principio del texto: “Al pie de la Biblia abierta -donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo- alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó”. Esto indica que todo lo que procede a través de los acontecimientos narrados está sujeto a lo marcado por la divinidad, por medio del referido versículo. Pero, ¿Cómo puede determinarse cuál es este? Si lo que se observa en el microrrelato es un deseo de morir e intentos suicidas interrumpidos, es probable que el libro abierto de la Biblia sea Apocalipsis, capítulo 9, versículo 6: “Y en aquellos días buscarán los hombres la muerte, y no la hallarán; y desearán morir, y la muerte huirá de ellos”. (Apocalipsis 9:6, versión Reina Valera).

Esquematizado, el modelo actancial de El suicida sería de esta manera:

En otra tesitura, es importante destacar que en esta minificción el autor instaura un arquetipo. Si se parte de la mitocrítica de NorthopFrye, puede destacarse que el arquetipo suicida sigue una esfera que engloba diferentes alcances:

A través de este cuadro, se muestra cómo Imbert plantea que las acciones suicidas tienen consecuencias para quien lo intenta, para las personas de su círculo cercano y con la sociedad. Por esa razón cada intento de suicidio afecta a cada uno de ellos dentro del texto. Este silencio inherente en la producción hace que el texto se posicione como uno de los más atrapantes de su autor.

Como se ha podido dejar ver, con esta minificción, Enrique Ánderson Imbert logra establecer una complicidad con sus lectores a través de una dialéctica de causa-efecto por los acontecimientos de la historia. Tanto las curiosidades lingüísticas y literarias, específicamente las referentes a las categorías formales, narratológicas y semióticas permiten que tanto el público del circuito popular como el culto puedan construir infinidades de interpretaciones.

Por otra parte, con este estudio se evidencia la rentabilidad del microrrelato como una modalidad literaria que puede servir para investigaciones orientadas a la morfosintaxis textual permitiendo la apertura a enfoques literolingüísticos para la enseñanza de la lengua.

En definitiva, El suicida es una lectura que muestra que cada palabra, sintagma, oración u proposición juega un papel relevante en la literatura, dejando en evidencia que el dominio de estas incide en la calidad de una buena producción literaria.

 

Referencias

Apocalipsis, capítulo 9:6: Reina Valera, 1960.

Clayton, P. (2019). Manual MSD. Publicado en: https://www.msdmanuals.com/es-mx/hogar/trastornos-de-la-salud-mental/conducta-suicida-y-autolesiva/conducta-suicida

Ferreras, J (1988). Fundamentos de Sociología de la Literatura. Barcelona, España: Círculo de lectores.

García, B. (2017). Morfosintaxis funcional del español: enfoque léxico, oracional y discursivo (7ma edición). Santo Domingo, República Dominicana: Editorial Surco.

Genette, G. (1973). Figuras III. Editora Lumen.

Greimas (1966). Semántica estructural: Investigación metodológica. Madrid, España: Editorial Gredos.

Imbert, A. (1979). Teoría y técnica del cuento. Buenos Aires, Argentina: Ediciones MARYMAR.            https://tuxdoc.com/download/anderson-imbert-enrique-teoria-y-tecnica-del-cuentopdf- 3_pdf

Imbert, A. (1946).Las pruebas del caos. Buenos Aires, Argentina: Colección Yerba buena.

Imbert, A. (1965).El gato de Cheshire. En Epublibre: Editor taklamakan. https://bajaepubgratis.com/ebook/el-gato-de-cheshire/

Redondo, F. (2008). Manual de Crítica Literaria Contemporánea. Madrid, España: Castalia Universidad.

Valdez, P. (2020).  Taller de escritura de microrrelatos. Santo Domingo, República Dominicana. Centro Cultural de España en Santo Domingo.

Zavala, L. (2011). Minificción contemporánea. La ficción ultracorta y la literatura posmoderna.

Zavala, L. (2004). Cartografías del cuento y la minificción. Renacimiento iluminaciones.

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