El culto a Trujillo y su impacto psicosocial en la sociedad dominicana

José Luis Moronta Serrano
José Luis Moronta Serrano

No hay en la historia republicana dominicana un episodio que genere tantos escritos, debates, opiniones, análisis, emociones y muchas otras cosas más que la “Era de Trujillo”, ni personaje sobre el que se haya escrito tanto como Trujillo mismo. Trujillo y sus acciones son la cantera más prolija de ensayos, anécdotas, comentarios y análisis, sin que hasta la fecha parezca que vaya a agotarse. Pero como todo lo que inspira muchos escritos, también ha generado una gran cantidad de títulos cuya única finalidad es explotar el morbo para vender temas que no aportan nada para comprender la impronta histórica más importante que ha marcado de manera determinante a la sociedad dominicana y cuyos efectos, profundos y perniciosos, continúan vigentes como sino inexorable en el discurrir nacional.

Desde que nuestros mecanismos represivos para enfrentar, prevenir y reprimir los flagelos del crimen y la delincuencia empezaron a presentar fisuras y las instituciones que los aplican a ser cada vez más vulnerables a la penetración de estos flagelos, evidenciando un deterioro progresivo e indetenible, en la mente de los ciudadanos surgía, como por arte de magia, la figura resplandeciente y omnipotente del hombre que “indudablemente’ podía resolver la situación de inseguridad ciudadana: Trujillo. Pero como Trujillo murió aquella noche del 30 de mayo de 1961 (no así el “trujillismo”), y en estos tiempos los muertos no regresan del Hades, los que evocan y reivindican el manejo de la seguridad bajo la “Era” de su adorado difunto, apelan a una de sus más deplorables “virtudes” para que se aplique como panacea y corregir lo que está mal: mano dura. Y es que el anhelo por un Trujillo no se limita al tema de la inseguridad, sino que, como cáncer que ha hecho metástasis en el tejido social, se ha extendido a casi todo lo público, en donde entienden que el ejercicio de un poder político responsable debe actuar como vigilante para que las cosas se hagan bien, como lamentablemente se puede apreciar en el foro producido por una publicación en Facebook, con el título “Hoy se cumplen 61 años de la muerte de Trujillo…”, de fecha 30-5-2022 en la web n.com.do, donde una gran cantidad de comentarios se muestran a favor de la dictadura, alabando a Trujillo e insultando a sus ejecutores Ante la presencia y vigencia del tufo omnímodo del hombre que desde 1931, y hasta 1961, dirigió de manera abominable la nación, es legítimo preguntarse, ¿cuál es el motivo de esa nostalgia por aquel yugo que durante tres decenios se enseñoreó sobre el destino del pueblo dominicano?, ¿ese anhelo por Trujillo es una muestra simple de la ignorancia de quienes lo anhelan?, ¿ha sucumbido el pensamiento crítico ante el embate del caos y el desorden permitidos por los gobiernos que se han sucedido después del tiranicidio?, ¿cuál aspecto de la “Era de Trujillo” ha sido el que mayor influencia ha ejercido en los dominicanos hasta el punto de mantener esa fascinación hacia la personalidad del tirano hasta el día de hoy?  Durante toda la dictadura trujillista hubo dos modos de control social que se ejercieron sobre todos los gobernados, incluidos funcionarios públicos de la intimidad del dictador: a) la represión contra cualquier tipo de disidencia u oposición, y b) el culto a la personalidad de Trujillo.

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De estos dos modos de control social es el culto a la personalidad el que marcó de manera significativa la psiquis colectiva de la población, debido a sus profundos efectos sobre el comportamiento. Veamos las dimensiones del culto a Trujillo y la explicación que la Psicología nos ofrece acerca de cómo pudo producirse esa influencia y su persistencia que aún se siente con fuerza.

Si bien es cierto que diferentes autores han hecho referencia al culto a la personalidad en la Era de Trujillo (Balaguer, Joaquín, 1975, 1988; Céspedes, Diógenes, 2002, Galíndez, Jesús de, 1999, Mateo, Andrés L., 2004, Wiese Delgado, Hans, 2005), no hay una investigación sistemática que haya tomado a ese culto como objeto de estudio, y mucho menos un análisis acucioso de sus efectos en la sociedad actual.  Podemos definir el término “culto a la personalidad” como los procedimientos utilizados, de manera deliberada, para obligar o persuadir a los gobernados a comportarse con sumisión y a expresar frases de endiosamiento y alabanzas hacia la figura de un jefe de gobierno, con el propósito de establecer niveles adecuados de control social. Éste exige a los gobernados, incluyendo a funcionarios públicos de la intimidad del jefe de Estado, observar un protocolo de comportamiento frente al objeto del culto, cuya inobservancia podría provocar la desgracia a quienes incurrieran en esa práctica Este “protocolo de comportamiento”, en algunos casos, es implícito en el sentido de que no existen textos o manuales en los que se expongan las “normas” a seguir delante del gobernante, pero en otros casos es explícito puesto que existen regulaciones escritas que definen el tipo de comportamiento que debe seguirse en determinadas actividades donde asista el jefe de gobierno o estadista (Galíndez, 2002).

Aspectos fundamentales del culto a la personalidad.

El culto a la personalidad puede dividirse en tres aspectos básicos: a) simbólico, el cual abarca todas aquellas elementos semióticos referentes a la figura venerada, como estatuas, retratos, afiches, nominación de puentes, calles, avenidas, plazas, acuñación de monedas, sellos filatélicos, etc.; b) conductual que contempla aquellos comportamientos que los cultores deben observar en público frente al objeto del culto e inclusive, en ausencia de éste, como los discursos, los actos en que se le menciona en primer orden, en las invitaciones para que visite provincias y localidades, en los bautizos masivos, en los títulos donde se le da primacía (Primer Maestro, Primer Periodista, etc.), y c) cognoscitivo, que abarca las creencias que en muchas personas se originan producto de la interacción de los aspectos  “a” y “b”, respecto al objeto del culto (x es el único capaz de enfrentar esta situación) (Moronta S., J. L, 2004).

Los símbolos son partes inseparables del ser humano y su uso ha estado, está, y estará muy difundido en toda actividad que tenga el sello de nuestra civilización debido, básicamente, a los significados que pueden transmitirse a través de ellos y a que su uso es un distintivo exclusivo nuestro. En el culto a Trujillo encontramos una riqueza simbólica extraordinaria que va desde la acuñación de monedas con los símbolos del partido de gobierno y la imagen del dictador, la designación de calles, avenidas y carreteras con los nombres de la familia Trujillo, la construcción de estatuas, bustos y placas, hasta la impresión de una extensa bibliografía cuyo único objetivo era la exaltación planificada y sistematizada de la figura del tirano (Rodríguez Demorizi, Emilio, 1955). Ni siquiera los cuarteles militares escapaban al extenso uso de los símbolos del culto a Trujillo, como lo demuestra el hecho de que  en 1933 fue creado el grado de “Generalísimo” para otorgárselo al mismo Trujillo, el nombre de “Generalísimo Trujillo” al  Primer Batallón de Regimiento del ejército en 1935, la designación del centro de enseñanzas del ejército con el nombre “General Trujillo”, la modificación de la Ley que creo la bandera del Ejército Nacional para incluir las cinco estrellas en alusión al rango de “Generalísimo”, la designación de un regimiento con el nombre de Ramfis, y muchos otros símbolos usados en los cuarteles que directa o indirectamente apuntaban a la exaltación de su figura (Vega Pagán, Ernesto, 1955). En el ambiente social dominicano de la época era normal encontrarse inmerso en ese mar de símbolos que apuntaban hacia la supremacía personal del hombre que gobernaba el país, y no tardaron en aparecer otros elementos, de uso más extendidos que el introducido en los cuarteles, como aquellos que colgaban en las paredes de los hogares y que decían “En esta casa Trujillo es el Jefe” y “Dios y Trujillo”  (Galíndez, Jesús, 2002). Cada logro alcanzado por Trujillo era explotado al máximo por quienes manejaban el culto hacia su persona. De esa forma, al desplazarse cualquier individuo por los diferentes rincones del país podía encontrarse con un recordatorio simbólico de quién era el “Jefe” y lo que había hecho o estaba haciendo. Los símbolos carecieran de importancia si no sirvieran de señal para que quienes los viesen, hiciesen algo o experimentasen emociones diversas ante su presencia, ¿de que forma había que comportarse dentro del ambiente dominado por el culto a Trujillo? La respuesta, aunque algo sencilla, en el fondo tiene implicaciones sumamente interesantes. Toda persona importante que hiciese alguna actividad o hecho notorio, realizado de manera pública o privada, debía mencionar en primer orden, y de manera elogiosa, a Trujillo y su obra de gobierno, pues si no era así, toda la presión y represión del estado caía sobre  los que se hubiesen atrevido a “violar” uno de los “protocolos de conducta” más estricto del culto a la personalidad: mencionar siempre a Trujillo en primer lugar, ¡siempre! Así se hacía en los Tedeum, en las entregas de premios, en las graduaciones, en los discursos !en todo!  Algunos autores (Balaguer, Joaquín, 1988, Galíndez, Jesús de 1999) ofrecen ejemplos de lo que significó para algunas personalidades de la época la desgracia de omitir el nombre de Trujillo en las actividades que realizaron o participaron, como los casos, entre muchos otros,  del prestigioso abogado Federico C. Álvarez en una actividad privada en reconocimiento a sus años de ejercicio profesional, quien al obviar el nombre de “El Jefe” en su discurso de agradecimiento, desató todo un infierno en su contra y de muchos de los que asistieron al evento; de un senador extranjero a nombre del cual se había hecho un brindis en Santiago, lo que provocó la protesta del General Piro Estrella, quien arguyó que el único merecedor de tales homenajes era Trujillo (Cruz Infante, José Abigaíl, 2004); el padre Castellano, quien el 21 de enero de 1933, en un acto litúrgico en el que estaba presente Trujillo, no hizo ninguna mención a éste y su obra de gobierno, por lo que, posteriormente, el estado dominicano solicitó al Vaticano la remoción del referido sacerdote (Balaguer, Joaquín, 1975).

Las creencias, y la persistencia de éstas, han sido de interés para los psicólogos sociales desde hace relativamente poco tiempo, puesto que algunas investigaciones han demostrado el efecto que ejercen sobre el comportamiento. La exposición al culto a la personalidad generó en muchos dominicanos un sistema de creencias que ha marcado de manera sustancial a la misma sociedad, dejando sus huellas en diferentes instituciones y en nuestra forma de actuar en diversos renglones. Muchos que nacieron o se formaron en la sociedad de aquellos tiempos, debido a las experiencias compartidas dentro de un mismo contexto social, desarrollaron lo que Abram Kardiner denominó como “personalidad básica” para referirse a aquellos patrones de comportamiento que caracterizan a un grupo humano que ha tenido experiencias comunes dentro de una misma cultura (Deutsch, Morton, Krauss, Robert M., 1980). No es casual que una gran cantidad de miembros de las generaciones que vivieron y se formaron en esa era muestren admiración hacia la “mano dura” y las medidas de carácter autoritario, así como expresiones de elogios hacia la figura de Trujillo.  Tampoco es casual que entre los objetos que atesoren se encuentren fotos del dictador y que aún disfruten, en su intimidad, de los merengues que se le tributaron al “Jefe” para rendirle homenaje.

¿Muchas personas llegaron a creer que realmente Trujillo era imprescindible para dirigir la nación? No todas las adhesiones al trujillismo fueron bajo la influencia de la represión o el temor, incluso muchos que conocieron la Era coinciden en hablar sobre las virtudes de Trujillo como mandatario, y en cuyas declaraciones se advierte el efecto del aparato propagandístico sobre el que se propulsó el culto a su persona (de Trujillo); de qué forma se inculcó esa creencia sobre Trujillo ya lo hemos descrito en líneas precedentes; cómo ha perseverado en el tiempo a pesar de las evidencias que desnudan a la “Era” como uno de los episodios más siniestros de nuestra historia, es lo que pretendemos explicar ahora, fundamentándonos en los investigaciones realizadas en Psicología Social.

Los psicólogos Lee Ross y Craig Anderson (Myers, David, 2005) en una investigación experimental, demostraron  que es “sorprendentemente difícil destruir una mentira una vez que la persona ha construido un fundamento para ella.”, y que aún presentando información en contra que desacredite esas creencias, éstas pueden desarrollarse solas y permanecer inmunes a los ataques en su contra. Este fenómeno se denomina “perseverancia de la creencia” (Myers, David, op. cit). Sin lugar a dudas que esa fenomenal promoción a la figura de Trujillo desde la prensa, la poesía, la educación, los discursos, los elementos folclóricos y otras áreas, tuvo sus efectos en el comportamiento de muchos, construyendo e inculcando aquellas creencias que divinizaban al jefe hasta el punto de que una condecoración que llevaba su nombre le fue otorgada a la Virgen de la Altagracia (Galíndez, Jesús, op. cit). Hay que señalar que los dominicanos de la época, debido a la mencionada “personalidad básica”, eran bastante vulnerables a la propaganda del culto a Trujillo, por el hecho de haber vividos, muchos, los episodios de agitación política por la invasión norteamericana de 1916, los levantamientos armados antes de la referida invasión, la crisis política conocida como “La Prolongación”, y otros eventos políticos que llevaron intranquilidad a la sociedad de aquellos tiempos.

Luego de esta breve exposición sobre el culto a Trujillo y su análisis en tres aspectos fundamentales, podemos plantear de nuevo la pregunta, ¿cuáles efectos produjo en la sociedad dominicana? Trujillo ha sido una imagen permanente en la mente colectiva, sobre todo cuando se habla de inseguridad, corrupción, disciplina y hasta de nacionalismo….siempre alguien sugiere, o dice de manera directa, que “hace falta un Trujillo.” Pero quienes generalmente nos hacen recordar los tiempos en que teníamos a un “dios” gobernándonos, paradójicamente, son los gobiernos democráticos que hemos tenido, puesto que ninguno de éstos, excepto el de Juan Bosch que apenas duró unos siete meses, ha podido desprenderse de los elementos heredados del culto a Trujillo, en el que la figura del Presidente de la República es el centro de atención porque es el que lo resuelve todo. Así tenemos a los presidentes suministrando la primera vacuna en el inicio de una campaña de vacunación, dando el primer golpe con el pico en las obras que se van a construir, cortando las cintas de las inauguraciones importantes, recibiendo los saludos de Año Nuevo de todos los funcionarios y personas importantes del país; vemos sus fotos colocadas en todas las oficinas públicas, en ocasiones muchos más notorias que las de los Padres de la Patria, campañas de promoción en las que se destacan más aspectos personales que atributos relacionados con el cargo, y para no olvidarnos de dónde viene todo eso, los funcionarios que acuden a los medios de comunicación, cuando declaran que van a iniciar una obra importante, no se duermen en decir que lo hacen “por instrucciones del señor Presidente de la República”.

Bibliografía

Álvarez-López, Luís (2001). Estado y sociedad durante la dictadura de Trujillo. Editora Colé, Santo Domingo, R. D.

Balaguer, Joaquín (1975. La palabra encadenada. Fuentes Impresores, S. A., México, D. F.

Balaguer, Joaquín (1988). Memoria de un cortesano de la Era de Trujillo (3ra. ed.) Editora Corripio, Santo Domingo, R. D.

Bruhat, Jean (1966). A propósito del culto a la personalidad. Revista Janus (documento www.). Recuperado: http://www.magicasruinas.com.ar/revaquello031.htm

Céspedes, Diógenes, et. al (2002). Los orígenes de la ideología trujillista. Editora Centenario, S. A., Santo Domingo

Crassweller, Robert D. (1968). Trujillo: La trágica aventura del poder personal. Bruguera, Barcelona, 1968.

Cruz Infante, José Abigaíl. (2004, octubre 12). Hombres de Trujillo: General José Estrella. Listín Diario.

Deutsch, Morton, Krauss, Robert M. (1980). Teorías en psicología social. Editorial Paidós, Barcelona.

Galíndez, Jesús de (2002). La Era de Trujillo. Editorial Letra Gráfica, Santo Domingo, R. D.

Labourt, José (2002). Trujillo: Seguiré a caballo (2da. ed.). Editora Manatí, Santo Domingo, R. D.

Mateo, Andrés L. (2004). Mito y cultura en la Era de Trujillo (2da. ed.).

Moronta S., José L. (2004). El culto a la personalidad en la Era de Trujillo (tesis inédita) Santo Domingo, R. D. Editora Manatí, Santo Domingo, R. D.

Myers, David (2005). Psicología social.

Rodríguez Demorizi,  Emilio (1955). Bibliografía de Trujillo.Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo.

Vega Pagán, Ernesto (1955). Historia de las Fuerzas Armadas. Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo.

Wiese Delgado, Hans Paul (2005). Trujillo: Amado por muchos, odiado por otros, temido por todos (5ta. ed.). Editorial Letra Gráfica, Santo Domingo, R. D.

 

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