Los comienzos de la filosofía: el protagonismo de los griegos

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Edwin Santana, M.A.
Edwin Santana

Aunque más adelante profundizaremos un poco sobre la historia de la filosofía, es importante resaltar ahora el protagonismo que tiene el pueblo griego antiguo en la concepción filosófica del mundo.

El mito era la forma popular de conocimiento que primaba en las sociedades más avanzadas de la Edad Antigua. A través de sus relatos las personas hallaban explicaciones para todos los fenómenos a los que tenían que enfrentarse: la muerte, los inicios de la vida, el planeta y la naturaleza; los fenómenos atmosféricos, las enfermedades, la conducción de la sociedad (la política y los gobernantes), etc.

Nadie osaba cuestionar la voluntad de los dioses o los designios del destino, al menos no de manera crítica, pues las explicaciones mitológicas satisfacían las demandas de todas sus grandes cuestiones.

En una zona alejada del territorio que conformaba la Grecia en la Antigüedad (siglo VI a.C., aproximadamente), una isla llamada Jonia situada al oriente tenía una relación comercial con los países asiáticos de culturas totalmente distintas a las costumbres griegas, y eso incluye una forma diferente de ver el mundo y sus fenómenos. Ese contacto con otras formas de ver la vida y relacionarse con el mundo es lo que posiblemente llevara a que algunas personas de la ciudad más importante de aquella isla, Mileto, tuvieran la curiosidad de encontrar explicaciones que no solamente fueran verdaderas para una sección de la humanidad; de buscar razones más allá de los mitos locales; lo que les llevó a preguntarse si de verdad el origen del mundo obedecía a la voluntad de dioses, o a una materia específica que, de alguna manera, constituye todo ser.

El primero que se conoce en hacer propuestas en esa línea fue el ya reconocido intelectual de la época Tales (siglo VI a.C.), destacado matemático[1], quien, luego de sus reflexiones, llegó a la conclusión de que la materia originaria de todo y que estaba en todo (el arjé) era el agua.

A él le sucedieron otros milesios[2] que se vieron ante la misma pregunta. Destacan sus discípulos Anaximandro y Anaxímenes quienes propusieron que el arjé era, para el primero, lo que él denominó ‘el ápeiron’ (una materia indeterminada, ilimitada que podía tomar cualquier forma y por eso podía estar en todo); mientras que, para Anaxímenes, el arjé lo constituía el aire.

Estos tres milesios, Tales, Anaximandro y Anaxímenes, componen lo que posteriormente se denominó la Escuela Jónica, y tienen el mérito de ser los primeros en buscar respuestas racionales para los fenómenos de la naturaleza, en especial, de buscar eso que acabamos de esbozar, una explicación del ser. Pero, además, recae sobre ellos el mérito de iniciar una cultura de pensamiento crítico que acepta revisión incluso de los discípulos, pues, a pesar de ser discípulos de Tales, ninguno de los dos asumió que debían de estar de acuerdo con el maestro, ni tampoco el maestro castigó el disenso de sus pupilos, actitud que a todas luces acoge a la crítica como algo válido y hasta positivo para el avance del conocimiento. Con esto, la Escuela Jónica, se constituye en la iniciadora del pensamiento crítico en Occidente.

Luego de la Escuela Jónica, en la historia de la filosofía occidental destacan nombres y posiciones como Heráclito de Efeso, del siglo V (a.C.), para quien el arjé era el fuego y propugnaba el cambio como la única constante en el universo; Pitágoras de Samos (s. V a.C.), en torno al cual se formó todo un movimiento que buscaba explicaciones a problemas que se plantearon en las matemáticas, y veían al universo con un cosmos ordenado explicable a través de relaciones numéricas; Parménides, Jenófanes y Zenón, quienes juntos conforman la denominada Escuela de Elea; Empédocles y Anaxágoras; Leucipo y Demócrito.

Empédocles es el filósofo que propone que todo ser proviene no de un elemento en particular, sino de cuatro “raíces”, hoy conocidas como “los cuatro elementos”: agua, fuego, aire y tierra. Leucipo y Demócrito defendían la posición de que todo estaba formado por átomos, una partícula tan pequeña que era invisible al ojo humano y que, además, era indivisible.

Cada uno de los filósofos que destacaron en esa etapa del pensamiento occidental tenía una especie de línea de razonamiento particular y original, sin embargo, todos se ocupaban de un mismo problema: la explicación de la naturaleza (en griego, physis). De ahí que sean llamados filósofos de la naturaleza y, en ocasiones, para hacer referencia a su relación temporal y temática con Sócrates (de quien nos ocuparemos más adelante), se les denomina “presocráticos”.

[1] Tales era conocido especialmente como astrónomo, ingeniero y matemático.

[2] Gentilicio de Mileto.

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