El amor es una falacia I

“El amor es una falacia”. Tomado de Los muchos amores de Dobie Gillis, de Max Schulman.
Adapatación de Edwin Santana

CAPÍTULO I

Yo era frío, absolutamente racional, lógico. Agudo -calculador, perspicaz, certero y astuto- todo eso era yo. Mi cerebro era tan poderoso como un dínamo, tan preciso como las balanzas de un químico, tan penetrante como el bisturí de un médico. Pero, sobre todo -¡piensen en esto!- solo tenía 18 años.

No sucede a menudo que alguien tan joven tenga un intelecto tan gigantesco. Tomen, por ejemplo, a Pedro Bello, mi compañero de cuarto en la universidad. La misma edad, el mismo origen social, pero tonto como un buey. Un tipo bastante agradable, pero sin nada en la cabeza. Del tipo emocional. Inestable. Impresionable. Y lo peor de todo, esclavo de la moda. Opino que las modas son la verdadera negación de la razón. Ser arrastrado por cada nueva locura que llega, rendirse a la idiotez sólo porque todos los demás lo hacen -esto, para mí, es la cima de la irracionalidad-. Sin embargo, no lo era para Pedro.

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Una tarde lo encontré tirado en su cama con una expresión tal de desesperación en su cara, que inmediatamente diagnostiqué apendicitis. “No te muevas”, le dije. “No tomes ningún laxante. Llamaré un médico”.

-“Piel”, murmuró con voz ronca.

-“¿Piel?” pregunté, deteniéndome en mi carrera.

-“Quiero un abrigo de piel”, se lamentó Pedro.

Me di cuenta de que su problema no era físico, sino mental. -“¿Por qué quieres un abrigo de piel?”

-“Debí haberlo sabido”, gritó, golpeándose las sienes. “Debí haber sabido que volverían cuando el Charleston volvió. Como un estúpido gasté todo mi dinero en libros de texto y ahora no puedo comprarme un abrigo de piel.”

-“¿Quieres decir”, dije incrédulamente, “que la gente realmente está usando abrigos de piel, de nuevo?”.

-“Todos los grandes hombres de la uni los están usando. ¿Dónde has estado?”

-“En la biblioteca”, dije, nombrando un lugar no frecuentado por «los grandes hombres de la uni».

Pedro saltó de la cama y se paseó por el cuarto. “Tengo que tener un abrigo de piel”, dijo apasionadamente. “¡Tengo que tenerlo!”.

-“¿Por qué, Pedro? Míralo desde una perspectiva racional. Los abrigos de piel son insalubres. Te hacen transpirar. Huelen mal. Pesan demasiado. Son desagradables de ver. Son…”

-“Tu no entiendes”, me interrumpió con impaciencia. “Es lo que hay que hacer. ¿No quieres estar en onda?” – “No”, respondí con toda verdad.

-“Bueno, yo sí”, declaró. “Daría cualquier cosa por un abrigo de piel. ¡Cualquier cosa!”.

Mi cerebro, ese instrumento de precisión, comenzó a funcionar a toda máquina. “¿Cualquier cosa?”, pregunté mirándolo escrutadoramente.

-“Cualquier cosa”, respondió en tonos vibrantes.

Golpeé mi barbilla pensativamente. Sucedía que yo sabía cómo poner mis manos sobre un abrigo de piel. Mi padre había tenido uno en su época de estudiante. Ahora estaba en un baúl en el altillo de mi casa. También sucedía que Pedro tenía algo que yo quería. No lo tenía exactamente, pero tenía los primeros derechos sobre eso. Me refiero a su chica, Poly Espino.

Por mucho tiempo yo había ambicionado a Poly Espino. Permítanme enfatizar que mi deseo por esta joven no era de naturaleza pasional. Ella era una chica que me excitaba las emociones, pero yo no era alguien que fuera a dejar que su corazón gobernara su cabeza. Quería a Poly por una razón enteramente cerebral, calculada astutamente.

Yo era un estudiante de primer año de leyes. En pocos años saldría a practicar la abogacía. Era bien consciente de contar con el tipo adecuado de esposa para promover la carrera de un abogado. Los abogados exitosos que yo había observado estaban, casi sin excepción, casados con mujeres hermosas, gráciles e inteligentes. Poly llenaba estas características perfectamente: con una sola omisión…

Me explico:
Era hermosa. Aún no tenía las proporciones de una modelo, pero yo estaba seguro de que el tiempo supliría la falta.
Era grácil. Tenía una distinción al caminar, una libertad de movimiento, un equilibrio, que claramente indicaba la mejor educación. En la mesa sus modales eran exquisitos. La había visto en un restaurante comiendo la especialidad de la casa -un sándwich que consistía en trozos de carne asada, salsa, nueces picadas y aderezo- sin ni siquiera humedecerse los dedos.
Pero… inteligente no era. De hecho, se orientaba en la dirección opuesta. Pero yo creía que bajo mi guía ella se despertaría. En todo caso, valía la pena hacer un intento. Después de todo, es más fácil hacer inteligente a una hermosa niña tonta que hacer hermosa a una inteligente niña fea.

-“Pedro”, le dije, “¿estás enamorado de Poly Espino?”.

-“Pienso que es una gran chica”, contestó, “pero no sé si llamarlo amor. ¿Por qué?”.

-“¿Tienes”, le pregunté, “algún tipo de arreglo formal con ella? Me refiero a si es tu novia, o algo por el estilo.”

-“No. Nos vemos bastante, pero ambos tenemos otras citas. ¿Por qué?”

-“¿Existe”, pregunté, “algún otro hombre por el cual ella sienta algún cariño en particular?” – “No que yo sepa. ¿Por qué?”.

-“En otras palabras, si tú estuvieras fuera del cuadro, el campo estaría libre. ¿No es así?”

-“Supongo que sí… ¿Qué demonios estás tramando?”

-“Nada, nada”, dije inocentemente, y saqué mi maleta del ropero.

-“¿Adónde vas?” preguntó Pedro.

-“A casa por el fin de semana”. Respondí mientras ponía alguna cosas dentro de la valija.

-“Escucha”, me dijo, tomándome del brazo con entusiasmo, “mientras estás en tu casa, ¿podrías conseguir algo de money de tu viejo, podrías…, y luego, tal vez podrías prestármela para que yo pueda comprarme un abrigo de piel?”

“Puedo hacer algo mejor que eso”, dije haciéndole un misterioso guiño; cerré la puerta y me fui.

Capítulo II aquí.

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