El amor es una falacia (II y III)

“El amor es una falacia”. Tomado de Los muchos amores de Dobie Gillis, de Max Schulman.
Adapatación de Edwin Santana

Ver entrega anterior aquí.

Capítulo II

-“¡Mira!” le dije a Pedro cuando volví el lunes en la mañana. Abrí de golpe la maleta dejando ver el grande, peludo y deportivo objeto que mi padre había usado en su años mozos.

-“¡Oh mi dios!”, dijo Pedro reverentemente. Hundió sus manos en el abrigo de piel de mapache y luego hundió su cara. “¡Oh mi dioooos!” repitió quince o veinte veces.

-“¿Te gustaría tenerlo?”, le pregunté.

-“¡Oh sí!” gritó, apretando la grasienta piel contra su cuerpo. Aunque luego una mirada prudente apareció en sus ojos: “¿qué quieres a cambio?”

-“A tu chica”, dije sin escatimar palabras.

-“¿A Poly…?” dijo en un horrorizado suspiro. “¿Quieres a Poly?”

– “Así es”.

Lanzó el abrigo lejos. “¡Jamás!”, dijo resueltamente.

Yo me encogí de hombros. “Okey, si no quieres estar en onda, es asunto tuyo.”

Me senté en una silla y me hice el que leía un libro, pero con el rabillo del ojo me mantuve vigilante observando a Pedro. Era un hombre destrozado. Primero miró el abrigo, con la expresión de un hambriento ante la vitrina de una pastelería. Después se dio vuelta y levantó la barbilla resueltamente. Luego, volvió a mirar el abrigo, aún con mayor deseo reflejado en su rostro. Luego se dio vuelta, pero no con tanta resolución esta vez. Finalmente, ya no dio vuelta la cara; se quedó mirando fijamente el abrigo, enloquecido por el deseo.

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-“No es que yo estuviera enamorado de Poly”, dijo con voz ronca. “O que fuera mi novia, o algo por el estilo”

– “Es cierto” murmuré.

-“Ha sido solo una relación casual –sólo unas pocas risas, eso es todo”

– “Pruébate el abrigo”, dije.

Aceptó. El abrigo sobresalía por arriba de sus orejas y caía hasta abajo, hasta la punta de sus zapatos. Se veía como una montaña de mapaches muertos. “Me queda estupendo”, dijo feliz.

Me levanté de mi silla. “¿Es un trato?”, pregunté, extendiéndole la mano. Tragó saliva. “Es un trato”, dijo, apretando mi mano.

Capítulo III

Tuve mi primera cita con Poly la tarde siguiente. Fue una especie de examen. Yo quería averiguar cuánto tendría que trabajar para lograr que su mente llegara al nivel que yo requería. Primero la llevé a comer. “Fue una comida riquísima”, dijo cuando salimos del restaurante. Después la llevé al cine. “Fue una película padrísima”, dijo al salir del teatro. Y luego la llevé a su casa. “La pasé súper”, dijo al despedirse.

Volví a mi cuarto con el corazón apesadumbrado. Había subestimado gravemente la magnitud de mi tarea. La falta de conocimiento de esta niña era espeluznante. Tampoco bastaría simplemente con proporcionarle información. Primero, había que enseñarle a pensar. Este parecía un proyecto de no pequeñas dimensiones, y al principio estuve tentado en devolvérsela a Pedro. Pero luego empecé a pensar en sus abundantes encantos físicos y en el modo como entraba a una habitación y la manera en que manejaba el cuchillo y el tenedor, y decidí hacer un esfuerzo.

Procedí en esto, como en todas las cosas, sistemáticamente. Le di un curso de lógica. Sucedía que yo, como estudiante de leyes, había tomado un curso de lógica, por lo que tenía los datos al dedillo.

-“Poly”, le dije, cuando la pasé a buscar en nuestra siguiente cita – “esta noche iremos a caminar hasta el parque y conversaremos”.

-“¡Oh, qué bien!”, dijo. Una cosa debo decir de esta niña: es difícil encontrar otra tan fácil de agradar.

Nos fuimos al parque principal, el lugar de citas de la universidad , y nos sentamos bajo un viejo roble. Ella me miró expectante. – “¿De qué vamos a conversar?”, dijo.

-“De lógica”.

Lo pensó por un momento y decidió que le agradaba.

-“¡Oh…., suena genial!”, dijo.

-“La lógica”, dije, aclarando mi garganta, “es la ciencia del pensamiento. Pero antes de que podamos pensar correctamente, debemos aprender primero a reconocer las falacias más comunes de la lógica. Nos ocuparemos de ellas esta noche”.

-“¡Bravo!” gritó, aplaudiendo con anticipado placer.

Yo sentí encogérseme el corazón, pero continúe valientemente. “Primero examinemos la falacia denominada Dicto Simpliciter”.

-“¡Claro que sí!” rogó Poly batiendo sus pestañas con entusiasmo.

-“Dicto Simpliciter es un argumento en el que se aplica, de manera impropia, una generalización a casos individuales. Por ejemplo: el ejercicio es bueno. Por lo tanto, todos deberían hacer ejercicio.”

-“Estoy de acuerdo”, dijo Poly con entusiasmo. “Me refiero a que el ejercicio es maravilloso. Quiero decir que mantiene el cuerpo en forma y todo…”

-“Poly”, le dije amablemente, “el argumento es una falacia. Decir que el ejercicio es bueno para todos es generalizar lo que sólo se acepta para ciertos casos. Por ejemplo, si sufres de una enfermedad del corazón, el ejercicio es malo para ti. A muchas personas sus médicos les ordenan no hacer ejercicio. Es necesario limitar la generalización. Debes decir que el ejercicio es casi siempre bueno o que el ejercicio es bueno para mucha gente, pero no para todos sin excepción. De lo contrario, estarás cometiendo Dicto Simpliciter. ¿Te das cuenta?

-“No”, confesó. “Pero haz más! ¡Haz más!”

-“Sería mejor si dejaras de halarme de la manga”, dije, y cuando desistió continué: “A continuación, tomemos la falacia llamada Generalización Apresurada. Escucha atentamente: tú no hablas francés, yo no hablo francés y Pedro tampoco habla francés. Por lo tanto, debo concluir que nadie en la universidad sabe hablar francés.” – “¿De veras?” dijo Poly, incrédula. “¿Nadie?”.

Oculté mi desesperación. “Poly, es una falacia. La generalización se hace apresuradamente. Hay muy pocos ejemplos para apoyar tal conclusión.”

-“¿Conoces más falacias?”, preguntó ansiosamente. “Esto es más entretenido que ir a bailar”.

Luché contra una ola de desesperación. No estaba llegando a ninguna parte con esta niña, absolutamente a ninguna parte. Sin embargo, si hay alguien persistente, ese soy yo. Así que continué. “Ahora viene la Post Hoc. Escucha esto: “no llevemos a William a nuestro picnic. Cada vez que salimos con él, llueve.”

-“Conozco a alguien así”, exclamó. “Es una chica de mi pueblo, Eulogia Becker se llama. Nunca falla, cada vez que la llevamos a un picnic…-”.

-“Poly”, la interrumpí cortante, “es una falacia. Eulogia Becker no es causa de que llueva. No tiene ninguna relación con la lluvia.

Si le echas la culpa a Eulogia Becker, eres culpable de Post Hoc.”

-“No lo volveré a hacer nunca más”, prometió afectada. “¿Estás enojado conmigo?” Suspiré. “No, Poly, no estoy enojado”. – “Entonces, cuéntame más falacias”

Consulté mi reloj. “Pienso que basta por esta noche. Te llevaré a casa ahora y tú repasas todas las cosas que aprendiste. Tendremos otra sesión mañana por la noche.”

Capítulo final aquí.

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