Partiendo desde lo obvio, difícilmente un o una adolescente llegará a la consulta del psicólogo, como consecuencia de conflictos derivados de la confirmación de una identidad y orientación heterosexual, pues la elaboración de aquello, desde la infancia, habrá contado con un soporte social robusto, que facilita un proceso de término a lo menos parcialmente exitoso, en tanto la propia sexualidad y repercusión en la vida afectiva. Excluyo a priori de esta observación a quienes han sido víctimas de vulneraciones sexuales, previo a la adolescencia o durante su curso, pues en adelante hablamos de un trauma.
En el caso de un o una adolescente homosexual, lo que debiera constituir un proceso natural y normativo, llega muchas veces a convertirse en motivo de consulta propio y/o de su familia.
Dentro de un proceso natural de desarrollo, la exploración del propio cuerpo, la diferenciación anatómica entre hombre y mujer, e incluso las primeras experiencias -en ese momento no simbolizadas como tales- de excitación sexual, son normales, presentándose incluso como juegos entre niños y niñas, independiente de su sexo, y pudiendo llegar a representar sus primeras instancias de socialización y normalización de su sexualidad, que con el tiempo y la maduración necesarias adquirirán mayor sentido y coherencia.
Sin embargo, mi experiencia clínica con pacientes adolescentes homosexuales, me ha permitido confirmar, cómo desde la pubertad, muchas veces este proceso pierde su carácter social, dado que tanto al interior de la familia como en el contexto escolar y de grupos de pares no cuentan con un soporte adecuado. Con dicha carencia a la base, he observado en varios pacientes un rezago importante en su desarrollo emocional y afectivo, pues la falta de apertura social y de modelos identificatorios y/o de naturalización de su identidad y orientación sexual, los lleva a retraerse, marginarse del grupo mayoritario e incluso prolongando un estilo infantil y precario de socialización, salvo con figuras puntuales que representan una zona segura en términos vinculares (padre y/o madre, mejor amigo/a, u otro).
Un proceso de éstas características, puede derivar en un sinnúmero de manifestaciones que hacen más vulnerable a quien lo ha vivido, no sólo en términos de una socialización deficiente, sino, por ejemplo, en problemas de autoestima, autoconfianza, trastornos del estado de ánimo o las emociones, síntomas ansiosos/angustiosos, e incluso llegar a presentar conductas sexuales inadecuadas.
La responsabilidad que tenemos como sociedad, desde nuestra familia en adelante (colegios, comunidad, etc.), es la de abrir los ojos y el corazón ante la diversidad, con responsabilidad, respeto y afecto, pues el desarrollo saludable de un ser humano parte por el sentirse acogido, aceptado y valorado, siendo la pubertad y adolescencia un período evolutivo crítico, en términos de diferenciación, autoafirmación y consolidación de una identidad personal.
Fuente: psiconetwork.com