La plasticidad de los cambios sociales permea una serie de conductas humanas que son comprendidas a medida que se desarrollan las relaciones interpersonales. El dominicanismo “estar en olla”, hace referencia a una situación de precariedad en la que el individuo carece de ciertas facilidades económicas para desenvolverse socialmente. Al momento de suscitarse una traslación de lo cómodo a lo dificultoso, las personas se ven expuestas a revelar los instintos más puros de su corazón, por tanto, se desecha la fiabilidad del desdén amoroso en tiempos de iliquidez económica. Percibiendo el asunto, cabe preguntarse si el amor existe, o si es sólo una necesidad circunstancial de la realidad humana.
La típica frase “en la salud y en la enfermedad”, se ha vendido como ungüento en los compromisos matrimoniales, sin siquiera analizar todo lo que conlleva decidir unir lazos eternos. Una relación amorosa trae consigo una serie de conductas que proponen colaborar con el bien común, y así afianzar la durabilidad de la misma mientras se logre estabilidad emocional. En el artículo “La diferencia que pocos entienden entre amar y enamorarse”, de Alejandro López Martes, se defiende la idea de que tanto el amor como el enamoramiento dependen espacial y temporalmente de la cultura y de un sitio determinado, así como de la cosmovisión que integre esa sociedad y la forma en la que esta se organiza. Quiere decir que, aunque se haya jurado amor real, pesan más las condiciones en las que se encuentran las personas, puesto que la cultura y las formas de pensamiento influyen enormemente en la conducta amorosa.
En los tradicionales roles de género, el hombre es quien provee monetariamente en el hogar, en tanto que la mujer aporta a la limpieza y los demás quehaceres. Este sistema patriarcal ha desembocado en que las mujeres sean consideradas la parte compleja de la relación y las primeras en ser cuestionadas sobre la fiabilidad del amor cuando se presentan los problemas económicos. Al depender económicamente de un hombre, la mujer tiene escasas opciones y estas, a su vez, se arraigan de la economía. En una primera instancia, es posible afirmar que la mujer presenta un avasallamiento voluntario o involuntario y en base a esta cuestión es que se confirma un interés meramente factual o meramente chapeadorístico. Puede que existan otras actitudes, un poco más positivas. Sin embargo, es necesario resaltar lo hostil de vivir económicamente mal y sus efectos contundentes en una relación de pareja. Quizás, no es que el amor se va cuando llega la crisis, sino que resulta complejo hacerse de la vista gorda ante las situaciones de precariedad. No obstante, hay hombres y mujeres que viven enamorados de alguien que saben que jamás les corresponderá por motivos sociales (Kenia, “11 enfermedades del amor”.). Esto permite concluir que las clases sociales pueden enlazar o divorciar una historia de amor, o bien, no llegar a consumarla, pero una mujer que cree dependencia económica de un hombre, tendrá la economía como principal lazo de unión. Las mujeres no deben casarse con una persona de escasos recursos para decidirse a tener otro foco que no sea lo monetario, sólo hay que desestimar la economía como algo que importe más de lo debido, y recordar lo que verdaderamente provocó el enamoramiento, si hablamos de un sentimiento genuino.
Ante la cuestión de salvaguardar la relación pese a los achaques de la economía, hay que plantearse si el dinero puede comprar el amor. Para esto, primero hay que entender hasta qué punto el dinero beneficia una relación amorosa. Todo aquel análisis conduciría a un punto: estabilidad financiera, y en cierta medida, emocional. Con dinero se pueden pagar los menesteres del hogar, no hay que discutir sobre el almuerzo del día, o siquiera molestarse de que no hay dinero suficiente para frecuentar salidas y darse gustos exclusivos. Es posible inferir que unos buenos ingresos aportan considerablemente al romance. Inclusive, las relaciones de amistad llegan a ser elitistas. Consciente o inconscientemente el ser humano se fija en el estatus social de alguien y crea en sí mismo ciertos estándares de personas que pueden converger en su círculo social. En este tenor, es debido catalogar al dinero como un potenciador eficaz, pero poco fiable para cualquier tipo de relación. Al respecto, López Martes cuestiona si el amor es realmente una convención social, ya que si el dinero puede comprar el amor, tendríamos que afirmar que el amor no sería legítimo y, por ende, preguntarnos si realmente es amor. Esta es la razón por la que el amor no puede ser comprado, pues se tendría que vulgarizar su esencia y no poseeríamos la capacidad de amar como tal, sino meras intenciones de tiempo y espacio.
Los casos en que el rey se casa con una plebeya son mínimamente vistos. Las películas de Disney narran bellamente las situaciones en las que un hombre adinerado fija su objetivo en una joven de la prole. Trayéndolo al contexto, se vislumbra lo que afirma Luis Javier Plata, en el texto “La ciencia de los celos”: “Entre mejor sea la estabilidad económica de los hombres, estos se involucran con mujeres mucho menores que podrían ser sus hijas… O, incluso sus nietas”. Partiendo de este hecho, se sobreentiende la necesidad del hombre por dominar económicamente en una relación, y más allá, la inseguridad de ser víctimas de una infidelidad por poseer el dinero como su único atractivo. De todas formas, si existe balance económico, teniendo ambos la suficiente liquidez financiera en una relación, o el suficiente respeto para tratar al otro con equidad pese a las disyuntivas, es posible lograr la estabilidad económica que se busca y, sobre todo, la estabilidad emocional. Es así como se viabilizaría una cofradía entre el amor y las finanzas.
Parece ser que el amor es difícil de sobrellevar, y más cuando existen complicaciones económicas. En definitiva, no se puede confiar tan fácilmente en el amor de una persona cuando esta no demuestra resiliencia en medio de dificultades monetarias. Ahora bien, cuando una pareja se compromete a apoyarse y a buscar mejoras en medio de la escasez pone en alto el verdadero amor. Pues, es fácil amar, pero no es sencillo amar en tiempos de olla.