Filosofía de una didáctica de la autodidáctica

Omar Simé Santana

“No puedo aprender a ser yo mismo si no decido nunca.”

¿Puede existir educación sin que exista una idea de libertad que permee la realidad de los sujetos y los conduzca a la realización de sí mismos? El mecanicismo que maneja la voluntad y el espíritu del educando -por lo menos en cuanto al accionar, a tomar partido en el desenvolvimiento social- hace vigente el planteamiento de esta cuestión; es más, ella lleva consigo una importancia vital tanto para el ser que se educa de forma sistémica como para el ser que, arropado por el sinsentido que para él supone asumirse como estudiante o por la imposibilidad material de darle continuidad a su formación, se ve forzado a desertar de la escuela y, consecuentemente, incrustarse en el seno de una sociedad que lo forma según lo que ella misma es o considera que debe ser.

Ese “debe ser” que, en términos culturales puede suponer una unidad que garantiza la armonía y el “orden” necesarios para el buen desenvolvimiento social y político (la homonoia de la polis), es trastocado en su significado y objeto cuando se trata específicamente del sujeto desertor y del sujeto que se educa de forma sistémica. No nos detendremos en el primero de estos (ya se abordará en un escrito aparte) pero es oportuno comenzar por preguntar: ¿qué debe ser aquel sujeto que deserta?  Por ejemplo, más allá del viejo sentimiento marxista de la reivindicación de los obreros, el sujeto desertor queda inmovilizado social y políticamente, desde el momento mismo en que ejecuta dicha acción. Inmovilizado, no como concepto metafísico, sino como situación real que padece dentro de la sociedad.  En ese sentido, la sociedad también forma al sujeto que continúa el proceso educacional institucionalmente, sin embargo, lo hace en conjunto con la entidad educativa. Entonces, ¿qué debe ser aquel que “decide” continuar con su formación?  ¿Cómo debe ser? ¿Podrá el sujeto comprender lo que “debe ser” y, consecuentemente, empezar a ser de forma autónoma? ¿Cuál es el papel de quienes intervienen directamente en esa consecución?

Entendiendo que la educación resulta -como toda actividad humana- de la interacción entre los sujetos y de estos con las circunstancias particulares que los rodean, escritores como Paulo Freire ofrecen una noción  de la acción educativa impregnada de una intensidad necesariamente humana, en cuanto a la relación entre el docente y el educando y  el papel  que debe desempeñar el primero en la ayuda hacia la comprensión de la realidad que podrá hacer el segundo; en tanto sujeto que es guiado pero que, no obstante, puede y debe, necesariamente, construir su propia interpretación de la realidad otorgándole un determinado significado. Este significado, que debe partir intrínsecamente del sujeto que aprende de manera activa, es el símbolo más representativo del ejercicio pleno de su libertad.

Es preciso pensar en la idea de libertad, porque solo con ella es posible concebir la educación. No obstante, no se trata de utilizar el concepto de libertad como mera cuestión abstracta ni se trata de parlotear sobre su existencia cayendo en ambigüedades de las que no es posible salir, se trata de asumir un concepto de libertad que necesita de ciertos límites. Pero no de unos límites impositivos, sino de unos que son necesarios para la existencia de la pluralidad del concepto y su aplicabilidad, la cual ha de ser también necesariamente plural. De esta manera es posible pensar en la existencia de libertades que parten de la subjetividad de los individuos y es posible, además, su materialización a través de acciones concretas, particulares y responsables.

El docente debe partir, entonces, de la idea de libertad. Al no restringir la acción educativa imponiendo la aceptación de la realidad o, más bien, el padecimiento de la misma abre el camino a la posibilidad de la existencia de la libertad como idea que se materializa en cada elección que realiza el educando. De esta manera, el sujeto que aprende activamente, “se hace libre cuando elige” y cada elección va construyendo su identidad en tanto sujeto autónomo capaz de asumir la responsabilidad de su libertad, haciéndose a la vez, responsable de su aprendizaje y del significado que le otorgará al mismo, a la construcción de sí y a la realidad que será capaz de cambiar.

Hasta ahora, no solo se identifica la relación entre educación y libertad y el impacto de ambas en la particularidad de los educandos, sino que nos proporciona una noción de cuál debe ser el papel del docente, por lo menos respecto de una posible teleología de la acción educativa. Pero más allá de una teleología en tanto meta del proceso, el docente debe desempeñar un papel continuo en el mismo, el cual impacta en el pensamiento de los educandos. De ahí surge una pregunta sumamente importante, la cual parte de lo expuesto por Freire en su libro “Pedagogía de la autonomía”: ¿la educación tiene como función la reproducción de la ideología del sistema o su desenmascaramiento?

La educación no puede ni debe ser neutral. Sin embargo, tampoco debe ser unilateral, es decir, no debe ser una simple reproducción de la ideología del sistema dirigida por la clase dominante, ni simplemente una enseñanza de lo opuesto a esa ideología. Freire propone, a pesar de esto, una educación que interviene en el desenvolvimiento del estudiante como ente que recibe el impacto de determinadas ideologías políticas. Estas ideologías más directamente son transmitidas a través de los maestros. Estos últimos poseen sus inclinaciones y convicciones y no les es posible esconderlas del todo. Ahora bien, Freire, en respuesta a la ideología neoliberal que es la que promueve el sistema dirigido por la clase dominante, y que propende por la prosternación ante la endiosada fatalidad que venera, propone un maestro que enseña las bases de esta ideología (reproducción), pero que, a pesar de esto, muestra su verdadera cara, abriendo paso al cuestionamiento de la misma (desenmascaramiento). De ahí que el docente no pueda limitarse simplemente a la reproducción de contenidos y la neutralidad ideológica; Freire propone un docente que conoce su realidad y que es capaz de motivar a los estudiantes al cuestionamiento de la misma; un docente que es coherente en lo que dice, lo que escribe y lo que hace (Freire 1997). El objetivo de este accionar del docente ha de tener siempre como punto de partida la consideración del educando como ente protagonista del desenvolvimiento educativo y la búsqueda que podrá   hacer el mismo de su autonomía, a través de la contemplación de la realidad social, su comprensión particular y su accionar consciente en la misma como ente generador de cambio.

De esta manera, no puede haber un “debe ser” social impositivo que anule el “querer ser” particular de los sujetos. No es posible pensar -como se haría en los tiempos de posguerra- en la enajenación total de los individuos, en la expropiación de la responsabilidad derivada del accionar, en la amputación fatídica de su autonomía; no es posible pensar, en suma, en un ente mecánico, incapaz de decidir, de tomar partido ante las circunstancias sociales que lo afectan.

Omar Simé Santana, actualmente culmina la carrera de Educación Mención Ciencias Sociales en Universidad Autónoma de Santo Domingo. Contacto: omarsime20@gmail.com

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