Análisis del ensayo “El individuo y sus máscaras” de Belén Altuna

Paola Álvarez
Por: Paola Álvarez

En la historia de la humanidad hay conceptos que permanecen sin importar el tiempo y la sociedad en que se presenten, como la figura de una madre y el rol que representa. En contraste, hay también algunas nociones que pueden parecer abstractas a la interpretación y van evolucionando según el período de la historia y las corrientes de pensamiento del momento. Este el caso de la persona. Ha habido conceptos ligados al individualismo que surgen y se desarrollan tomando como referencia la definición de “rostro” y la de “máscara”.

Como punto de partida, se entiende por “rostro”, aquello que hace visible la singularidad y valía de cada ser humano; y con “máscara” se hace referencia al estereotipo que categoriza su singularidad. Altuna (2009), explica que es un fenómeno habitual ver a las personas en sus máscaras sociales, sin embargo, cuando se mira únicamente el estereotipo genérico dejando a un lado las importantes características individuales, comienza a crecer una actitud clasista, racista, sexista, etc. Cita también, el pensamiento de Levinas (1999), argumentando que vemos utilizando unos anteojos culturales llenos de prejuicios y estereotipos para clasificar rápidamente a los demás.

Creo que hay un atajo cognitivo necesario en esta necesidad que tenemos los seres humanos de clasasificar la información que recibimos, para analizarla tomando como referencia las ideas preconcebidas. Este proceso mental facilita la respuesta rápida, que generalmente es demandada. Por ejemplo, en el contexto dominicano, va una persona caminando de un lado de la acera donde no hay nadie, y escucha acercarse lentamente una motocicleta. Al dar un rápido vistaso hacia atrás, nota que van dos hombres en ella y se acercan cada vez más. Se activa una alerta fisiológica inmediatamente para responder a esa demanda externa, que según las ideas estereotipadas de la situación, será un atraco. Asimismo, caminando tan rápido como puede y casi al punto de correr, llega a una esquina donde hay dos hombres, uno de ellos está despeinado, lleva unos jeans rotos y está tomándose una cerveza, y el otro, tiene una conversación teléfonica y viste formalmente un esmóquin. ¿A quién pedirá ayuda más rápido?

Los prejuicios y las ideas preconcebidas ayudan el procesamiento de la información para tomar decisiones que requieren inmediatez, y a pesar de que pudieran resultar erróneas, las probabilidades indican un mayor márgen de certeza. Puede que los hombres en la motocicleta se hayan acercado con la intención de preguntar una dirección, puede que el hombre de esmóquin sea en realidad un asaltante, y el de cabello alborotado, un hombre decente. Pero ante la duda, y con la única información de la máscara, actuamos como si estuviésemos viendo el rostro propiamente. Pero es importante saber discernir entre cuándo usar la información de la máscara, y cuándo acercarse para ver el rostro único y personal del individuo. Es necesario lograr el balance entre los rostros vestidos y los desnudos.

El griego clásico no distinguía diferencia entre persona y máscara, y se representaban teatralmente dos tipologías expresivas: el hombre tosco (con rasgos grotescos) y el personaje de alma noble (con características relacionadas a la belleza). Estos personajes hacían referencia a tipos sociales, y no a individuos. Más adelante en la historia, la civilización romana comenzó a otorgar derechos a sus ciudadanos y se subrayó el rol o papel social que era otorgado a cada persona, e indicando que un individuo podía representar distintas funciones, intercambiando sus máscaras y actuando como padre, amigo, comerciante, etc. Siento que actualmente es la definición del ser que se concibe mayormente en la sociedad actual. La gente se define respetando los roles que lleva a cabo en la sociedad. La respuesta a la pregunta “¿quién eres?” va indudablemente acompañada del nombre asignado por la familia, y después de las funciones sociales que se ejecutan.

Recuerdo en una ocasión haberme perdido en una reunión familiar en Nagua donde había muchas personas. Yo era una niña de algunos cinco años, y una señora con una copa de vino en la mano se acercó a mí y me preguntó: “muchachita, ¿quién tú eres?”, yo le dije: “soy Paola”, pero mi respuesta no le arrojó ninguna luz a su duda. Entonces me preguntó: “¿y de quién tú eres?”. Quedé un poco desconcertada porque no tenía ideas preconcebidas que me hicieran entender que yo pertenecía a alguien, y le respondí “soy Paola, vine de Santiago”. Entonces la señora se agachó y volvió a preguntar: “pero, ¿de quién tú eres, quién es tu mamá?”, a lo que respondí: “mi mamá es Nila”, y después se fue a contarle mi madre lo contenta que estaba de haberme conocido.

Es lo único que recuerdo de ese encuentro familiar, y no lo he olvidado porque quizás fue la primera vez en que me cuestionaron sobre mi identidad, y yo no tuve la respuesta apropiada en el momento. Y en los años siguientes, cada vez que se presentaba la misma pregunta de “¿quién eres?” en contextos educativos, mis respuestas nunca eran satisfactorias para definirme en realidad. Después pude comprender que la gente no pide más que una referencia que pueda contextualizarla de manera general, porque en realidad no está interesada en conocer las características únicas e individuales, al menos que tenga algún interés especial en la persona. Y es totalmente comprensible, porque sería demasiada información innecesaria que terminaría olvidándose al final.

Siguiendo con la cronología conceptual, dentro del movimiento cristiano protestante, destaca Kant (1785 ), mostrando el sentido ético de la persona, que “es un fin en sí misma, porque tiene dignidad y no precio”. Esta perspectiva deja atrás la idea de que una persona podía ser pertenencia de alguien más con mayor estatus y poder. Luego se comienza a apreciar la singularidad del rostro resaltando que cada quien tiene caracterisíticas únicas que representan su persona. Los pintores de la época comenzaron a realizar “retratos” de personajes importantes, pero estos eran una representación caricaturezca en un extremo hasta la idealización, similares quizás, a los avatares o emojis que usamos actualmente.

Con la llegada del Renacimiento, se reclamó la importancia de personas de la sociedad con estatus menos elevado, haciéndose inmortalizar por medio de retratos, y elevando así su reputación. La pintura francesa hacía retratos de figuras nítidas y sin imperfecciones, hasta que la influencia de la reforma protestante hizo que el retrato comenzara a funcionar como un espejo que refleja la verdad sin retoques embellecedores. Y es interesante poder echar un vistaso a toda esta información para comprender cómo hemos regresado a ese perfeccionismo de la belleza, que nos impulsa a eliminar del rostro todo lo que sea considerado antiestético, y utilizar filtros y retoques que en la actualidad nos permite la fotografía y la edición, con la finalidad de ocultar cualquier defecto.

Llegó el invento de la fotografía en 1824, que más adelante, al ser perfeccionada y ser de dominio público, coincidió con la revolución industrial y la extensión del espejo, que se conviritió en un objeto doméstico común incluso entre los estratos más humildes. Verse a sí mismo se convirtió en un hecho habitual, casi banal. Se fue volviendo algo normal que la gente sustrayese múltiples retratos o imágenes de sí mismo. Me resulta interesante la expresión disgustada de Melville (1850), diciendo: “el retrato, en lugar de inmortalizar al genio como lo hacía antes, no hará más que mostrar un tonto al gusto de la moda. Y cuando todo el mundo disponga de su retrato, la verdadera distinción consistirá sin duda en no tener ninguno”. Ciertamente así puede considerarse la propagación del rostro como una plaga en las redes sociales. ¿Por qué digo una plaga? Porque se expone la belleza peculiar de cada quien de forma descarada, que pierde sentido al ser tan repetitivo y no tener ningún valor intelectual agregado.

Tomó tanta importancia la identidad del rostro que en París, en 1867, comenzó a usarse una carta de identificación con el nombre completo y una fotografía del rostro, que debía ser de frente y con una expresión neutra. Los artistas, ya cansados del hiperrealismo de la fotografía, comenzaron a explorar vías más abstractas de la naturaleza, pintando retratos fundiéndose en una escenografía de fondo, o con otros movimientos de pintura contemporánea, como el cubismo, el collage o arte pop.

Actualmente veo una sobreexplotación de la imagen del rostro. Ya no importa quién sea la persona, sino que se presente con una belleza exaltada hacia la perfección. No se valoriza la singularidad, sino entrar en los estándares de belleza, que en los últimos años se ha incluido también “la belleza exótica” para aceptar las pieles negras y cabellos crespos. Es tan importante la individualización, que todos queremos ser reconocidos por nuestro rostro, todos queremos ser importantes, todos queremos ser famosos a través de las redes sociales… Y tal como dijo Melville, está la imagen del tonto al gusto de la moda, y todo lo que hay detrás de esa máscara, pasa desapercibido.

Para mí, la máscara es la parte física de la persona y la forma en que actuamos ante los demás; sin embargo, la persona, el ser, es lo abstracto, que no puede ser visto ni medido. Eso que se descubre a partir del trato frecuente, y ni siquiera del diálogo, porque al final una persona puede decir solo lo que cree que el otro quiere escuchar. Y al mirar el colectivo deberíamos ver a la muñeca dominicana sin rostro, que simboliza la mujer única e irrepetible, producto de una mezcla de razas y culturas. Eso somos todos, una mezcla infinita de características e influencias que termina en un producto perfecto y singular.

Termino con una frase de Altune en otro de sus escritos: “sin importar lo bien que vistamos, todos vamos desnudos del cuello hacia arriba”.

Paola Álvarez es de Santiago, República Dominicana, amante de las artes y los deportes. Cristiana, y psicóloga de profesión. Contacto: Paolanalvarez@gmail.com

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