Injusticia Epistémica: la fuerza de los grupos marginados

UNIVÉRSITAS || 
Katherine Báez, M.A.
Katherine Báez

En una entrega anterior abordamos el tema de injusticia epistémica del tipo testimonial propuesto por Miranda Fricker en su libro Injusticia Epistémica. El poder y la ética del conocimiento (2017). En esta ocasión, nos abocaremos a trabajar el segundo tipo de injusticia epistémica que ella propone: la injusticia hermenéutica.

La injusticia epistémica del tipo hermenéutica puede entenderse a partir de la participación de los diferentes grupos sociales en la construcción de significados colectivos como, por ejemplo, en la construcción de conceptos. Los constructos que se crean en el seno de una sociedad se hacen para entender y explicar las prácticas sociales, no las individuales. A partir de las prácticas colectivas cada individuo intenta comprender su propia experiencia.

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De esta forma, el grupo favorecido (por ostentar el poder, por ser mayoría o algún otro aspecto que le confiera mayor participación en la construcción de los significados colectivos), inclinará la balanza hacia la construcción de conceptos que le permitan comunicar y entender las experiencias de su grupo particular. En este proceso, las prácticas de ciertos grupos quedan en segundo plano y no alcanzan el desarrollo de otros grupos mejor posicionados.

De ahí que, cuando un individuo necesite entender su experiencia individual, tendrá que recurrir a los recursos colectivos que se hayan desarrollado hasta su momento histórico. Cuando pertenezca al grupo privilegiado, su experiencia podrá ser comprendida por el individuo, podrá ser comunicada y entendida por los demás. Si el individuo pertenece al grupo marginado, no le será posible entender a cabalidad su experiencia individual, y mucho menos comunicarla con efectividad, debido a su carencia de recursos (conceptos, figuras, prácticas).  En esa situación, se identifica una injusticia del tipo hermenéutica: no existen recursos epistémicos que posibiliten el encendimiento de ciertas experiencias de un grupo social debido a una participación desigual en la construcción de significados.

Usando el mismo ejemplo que presenta Fricker en su libro, pensemos en las mujeres que sufrieron depresión postparto previo a que se desarrollara el concepto. Simplemente la mujer no comprendía lo que le sucedía (un extraño y paradójico sentimiento de tristeza luego de tener en sus brazos a un tan esperado hijo o hija). A fortiori, tampoco podría expresar totalmente su sentir y, una persona hombre o mujer que no hubiese tenido la experiencia, tampoco la comprendería. Sería esta mujer, entonces, acusada -incluso por ella misma- de ser una mala persona, una mala madre, etc. La mujer y su alrededor recurrirían a los conceptos disponibles: «mala persona», «mala madre», «endemoniada» o «loca», por ejemplo.

Cuando las mujeres se empiezan a reunir, y notan que esa depresión posterior al parto es común, en diferentes niveles, se inicia la sensibilización tanto de las mujeres como de los hombres respecto a este proceso postparto, y esto constituye un proceso que ha densembocado en el hecho de que, al día de hoy, contamos ya con los conceptos para explicar y entender la experiencia.

En este tipo de injustica, al igual que en la testimonial, el sujeto que se ve agraviado por no comprender su experiencia no es consciente de que le hacen falta recursos epistémicos, como tampoco lo es cociente su colectivo, es decir, no se trata de que un colectivo intente de manera consciente de evitar producir los conceptos, teorías y demás que permitan la construcción del individuo, sino que es un proceso inconsciente para ambos grupos hasta tanto el grupo agraviado lo reconoce y es capaz, de alguna de manera, de mostrarlo a todo el colectivo.

El llamado está, pues, sobre los grupos marginados, a que se reúnan e intenten ver sus relaciones sociales de una forma diferente para identificar brechas de recursos epistémicos por construir. Sobre el grupo favorecido, se corre el riesgo de interpretar bajo contextos distintos la situación del otro y mantenerlo, con ello, silenciado a pasar de tener buenas intenciones.

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