Examinando documentos haitianos en las bibliotecas de París para nuestra investigación sobre las Elites dominicanas ante el dominio haitiano (1822-1844), “descubrimos” un acontecimiento inédito y por ende desconocido por los historiadores dominicanos: el capitán hispano-dominicano Lázaro Fermín, después de neutralizar con sus hombres al jefe local de la policía rural, en la aldea de San Francisco de Macorís (2,500 habitantes), se vio compelido a enfrentar a más de cuatro mil soldados haitianos enviados por el dictador Jean Pierre Boyer.
¿Qué ocurrió para que este modesto oficial nombrado por los haitianos capitán de la guardia rural de la sección Cueva Arriba de San Francisco de Macorís, dirigiera, en un gesto desesperado, una insurrección de envergadura y enfrentara a la séptima parte del pletórico ejército haitiano, a apenas un año de la ocupación? A fin de disminuir los costos en la mantenimiento de caminos y en las tareas de producción de las haciendas de sus altos oficiales, el dictador generalizó el sistema “corvees” , es decir trabajos forzados, inspirados del sistema señorial francés. Era un impuesto en trabajo.
El proyecto expansionista de los mulatos de Puerto Príncipe, cuyos miembros eran grandes propietarios de ingenios, latifundios de café o algodón y hatos, se caracterizó por el afán de hacerse de tierras fértiles en la parte Este, repartirlas entre sus generales, y oficiales y a los miles de habitantes enviados desde el occidente para distender las tensiones por el acceso a la tierra en el Oeste. El corolario político de estas medidas fue la implementación de leyes coercitivas de trabajo, propias a una dictadura militar. Los ex esclavos dominicanos integrados al ejército (por un salario de dos pesos), después de jornadas agotadoras debían trabajar en cañaverales o cafetales para los comandantes distritales. Era obligatorio. Esas leyes, impuestas primero en Haití a toda la población, fueron extendidas al ejército. Tal fue la impopularidad suscitada, que el presidente vitalicio Petión las abrogó en 1817. Boyer, para minimizar los costos del rústico sistema vial, restauraría esas “corvees” mediante un decreto en 1818, y la movilización ocasional de la población civil. Para los hispano-dominicanos, mayoritariamente libres y propietarios (campesinos comuneros, estancieros y hateros) durante la España Boba, a excepción de reos y esclavos, se trataba de medidas reaccionarias, impropias a sus formas de vida tradicionales donde primaba la libertad. Provocó desde los primeros meses de la presencia haitiana, protestas y conatos preinsurreccionales en Santo Domingo y al Este de La Española (Bayaguana, El Seibo, Higüey) así como en el Cibao, es decir en toda la parte hispano-dominicana. Los vejámenes contra la población de habla hispana comenzaron desde el primer mes de la masiva presencia militar haitiana. En Puerto Plata, por ejemplo, en 1822 (acontecimiento inédito también), un mes después de la invasión, el Batallón 27, compuesto exclusivamente de haitianos, cometió hurtos, saqueos y tropelías contra la población. Para detener estos desórdenes, Boyer, mientras escuchaba las quejas del capitán y campesino Alejo de los Santos sobre las depredaciones cometidas por su ejército en los conucos de La Vega, envió a Balthazar Inginac, segundo hombre del régimen, con una brigada de fusileros a la ciudad del Norte, a fin de reprimir severamente a elementos de su ejército.
Los informes que llegaban a manos de Boyer durante el verano y otoño 1823 eran alarmantes, según el gran historiador haitiano Madiou, pariente cercano del dictador. En un informe (1823) del comandante de Samaná, Charlie Charlot, se consignó el sentir de los dominicanos; textualmente dice que “negros, mulatos y blancos manifestaban su aversión contra la anexión del territorio hispano-dominicano a Haití y expresaban sin temor su adhesión al Rey de España”.
En este contexto de descontento, Lázaro Fermín, después de recibir órdenes humillantes para hacer trabajos forzados con sus hombres, en castigo a una acalorada discusión sostenida con un coronel, lo ultimó. Se desató así una insurrección mayúscula contra las autoridades. Temeroso de que se desatase una guerra en la parte hispano-dominicana, Boyer escogió a la crema y nata de la oficialidad del ejército haitiano para dirigir la represión. Los generales Guerrier, Bienvenu, Lacuyere, Souffront, y el coronel Becker, dirigidos todos por un hombre de su confianza, el general Magny, trajeron consigo desde el Norte unidades de élite. Se les dio las órdenes de entrar por Puerto Plata donde el ambiente estaba caldeado. No es ocioso subrayar que Lacuyere y Bienvenu, así como Boyer, habían formado parte como simples capitanes de la expedición de Leclerc que acostó en 1802 en la Isla para neutralizar a Toussaint Louverture.
Es de advertir que no movilizó a los tres batallones compuestos de dominicanos (31, 32 y 33), que se habrían negado a ultimar a sus hermanos, humildes soldados como ellos. Ni tampoco a los dos batallones haitianos estacionados en territorio hoy en día dominicano. No daban abasto. Calculamos que los hombres de Fermín sumaban alrededor de ochenta a ciento cincuenta combatientes, o más, guardias rurales de base (entre ellos ex esclavos) y campesinos comuneros, todos armados, a diferencia del ejército, de escopetas y tal vez de armas escondidas del periodo español.
La represión culminó con el apresamiento de 26 insurrectos. El movimiento fue tan importante, que Fermín fue secundado por otros líderes como Marcos Acevedo, Buenaventura Lantigua, Olivares Lefebre, apresados y castigados con la horca. Los relatores haitianos, no dicen cuántos haitianos e hispano-dominicanos fallecieron en los combates. Mantuvieron el silencio sobre Fermín, quién seguramente pereció.
El comandante distrital Placide Lebrun, en un discurso (enero 1824) dirigido a los pobladores de las localidades de Moca, La Vega, Cotuí y San Francisco, que componían el distrito de La Vega, acusó a Lázaro Fermín de haber querido fomentar una revolución, lanzando una insurrección “criminal”. El susto fue tal para las autoridades haitianas, que en sus cortas memorias de 120 páginas sobre el período de 26 años de Boyer, Inginac no puede omitir tan importante acción. Es incluso uno de los pocos hechos de los veintidós años de dominio haitiano en la parte Este que mereció ser incluido. No exageramos si afirmamos que Lázaro Fermín fue a su manera uno de los pioneros de la idea nacional, expresada con el fusil. Es menester que se le haga pasar por la gran puerta al panteón de nuestra historia, sin regatear mezquinamente su sitial y, que este hecho de resistencia armada sea integrado a la Historia Nacional.
Fuente: Diario Libre.