La muerte de nuestros seres queridos siempre será difícil de superar, pero resulta más difícil aun, cuando la persona que desaparece lo hace de manera inesperada y además es alguien joven lleno de proyectos.
Un 24 de diciembre hace unos 30 años fuimos sorprendidos por la trágica noticia de la muerte de la prima negra, hija mayor de mi tía María. Yo recuerdo aquellos primeros años y siempre pensé que mi tía no lograría superar aquella pérdida. Era su hija mayor, una persona con la que había desarrollado fuerte lazos afectivos, por el gran carisma que irradiaba la prima y por su espíritu solidario con toda la familia.
Fue difícil para todos, pero para mi tía fue casi imposible, pues la elaboración de este duelo le tomó más de siete años. Lo cierto es que la tía siempre estuvo muy pendiente de los recuerdos de la negra, visitaba su tumba frecuentemente, les llevaba flores, les prendía algunas velas, algún velón, y rezaba alguna oración por la salvación de su alma.
Un día, mi prima Arelis, quién acompañaba a su madre en una de estas visitas le dijo en tono de reclamo, María no sé porque tú compra esos cirios tan caros y tan grandes para dejarlos ahí, donde tu sabe que inmediatamente nos retiremos se lo robarán para venderlos a otras personas.
Mi tía le respondió sin inmutarse, dando muestra de un conocimiento metafísico superior al de la prima, su segunda hija, “yo no sé para qué es que ustedes estudian, ya la difunta sabe que ese cirio es de ella y donde quiera que lo prendan ella lo busca y lo recibe”.