En la primera mitad del siglo XX, y a pesar de la influencia de las teorías freudianas, la escuela conductista dominante aducía que las relaciones entre progenitores e hijos estaban modeladas por retroalimentaciones materiales; que los hijos necesitaban sobre todo comida, refugio y atención médica, y que los vínculos que establecían con sus padres se debían simplemente a que estos satisfacían esas necesidades materiales. De los niños que solicitaban calor, abrazos y besos se decía que estaban «mimados». Los expertos en puericultura advertían que los niños que recibían besos y abrazos de sus padres se convertirían en adultos necesitados, egoístas e inseguros.[21]
John Watson, una autoridad reconocida de la puericultura en la década de 1920, advertía severamente a los padres: «No abracéis ni beséis nunca [a vuestros hijos], no dejéis nunca que se sienten en vuestro regazo. Si tenéis que besarlos, hacedlo una vez en la frente cuando les deseéis buenas noches. Por la mañana, estrechadles la mano».[22] La popular revista Infant Care explicaba que el secreto de criar a los hijos es mantener la disciplina y proporcionarles las necesidades materiales según un rígido programa diario. Un artículo de 1929 daba el siguiente consejo a los padres si el niño lloraba pidiendo comida antes de la hora de comer: «No lo cojáis, ni lo acunéis para que deje de llorar, y no lo alimentéis hasta que llegue la hora exacta de comer. Llorar no hará daño al bebé, ni siquiera al de muy corta edad».[23]
No fue hasta las décadas de 1950 y 1960 cuando, en un creciente consenso, los expertos empezaron a abandonar estas estrictas teorías conductistas y reconocieron la importancia fundamental de las necesidades emocionales. En una serie de experimentos famosos (y sorprendentemente crueles), el psicólogo Harry Harlow separó de la madre a monos recién nacidos y los aisló en jaulas pequeñas. Cuando se les daba a escoger entre una madre simulada de acero dotada de un biberón y una madre simulada revestida de una tela suave sin biberón, los monitos se agarraban con todas sus fuerzas a la madre de tela sin comida.
Nota: Tomado del libro: Homo Deus del Prof. Yuval Harari