Para las personas que han sido formadas bajo la tutela de los valores cristianos resultará extremadamente difícil construirse como sujetos auténticos, porque en el marco de esta cultura se prohíbe a los individuos exteriorizar sus verdaderos pensamientos, ideas, pasiones y sentimientos. Para ser auténtico, en esta cultura, se hace necesaria la ruptura definitiva con los valores socialmente ponderados como buenos.
Frente a la muerte hasta los idiotas deben ser presentados como héroes.
En nuestra cultura, está permitido hacer juicios críticos sobre las acciones de las personas mientras están vivas, pero inmediatamente pasan al mundo de los finados queda suspendido todo juicio no apologético. La autenticidad en el juicio no es un valor apreciado cuando nos referimos a alguien que ha muerto recientemente. Tal y como ocurre en la novela “El extranjero”, de Albert Camus, donde Meursault es condenado, socialmente, por atreverse a exteriorizar las ideas y sentimientos que le provocaba cada situación de su vida sin tomar en cuenta lo que se esperaba de él.
La sociedad nos ordena expresar dolor frente a la muerte.
Meursault tenía hambre y le apeteció comer y se atrevió a hacerlo frente al cadáver de la madre- Durante todo el proceso del sepelio, no sintió deseo de llorar y no lloró. Todo aquel ceremonial de saludos, condolencias, lágrimas fingidas y demás, le provocaba un terrible aburrimiento y no disimuló el deseo que tenía de que terminara aquella farsa. Una vez concluidos los ceremoniales, sintió deseo de ver una película y fue al cine con una amiga a ver una comedia que exhibían, después del cine sintió deseo de tener sexo y se llevó la amiga a su cuarto.
Un sujeto auténtico es alguien que no puede mentirse a sí mismo.
El gran problema de Meursault es que es autentico, alguien que no puede mentir sobre sus sentimientos y, en consecuencia, le resultaba imposible encajar dentro de aquel festival de máscaras que le rodeaba. Resulta evidente que vivir en sociedad implica necesariamente estar dispuesto a cambiar de máscara de manera permanente y el abandono de todo intento en pos de la construcción de una vida auténtica. Pretender ser auténtico significa marginarse socialmente, para recibir la aceptación de nuestro grupo debemos comprometernos a mentir de manera permanente.
¿Borra la muerte una historia de maldad y estupidez?
Esta afirmación resulta una verdad incuestionable, cuando de repente nos vemos obligados a emitir juicios sobre alguien que ha fallecido recientemente. Como por suerte de complicidad inconsciente nos vemos empujados a recordar y en muchos casos a inventar acciones positivas que nos permitan ser solidarios con la familia que ha sufrido la pérdida. La cultura nos aconseja mantener silencio prudente, silencio que en la mayoría de los casos se convierte en un listón cómplice e irresponsable, por cuanto no es cierto que la muerte borre una historia de maldad y estupidez.
Qué decir cuando alguien no escatimó esfuerzos para azarar la existencia de todos.
Cuando murió el compañero de mi abuela, me encargaron escribir unas palabras para leerlas en la iglesia de la comunidad en su novenario. Confieso que escribir unas palabras elogiosas exaltando los valores positivos de alguien no es una tarea demasiado difícil para mí, pero este encargo me resultó imposible de cumplir, porque me pasé la semana entera escribiendo y reescribiendo aquellas palabras y solo pude resaltar la entrega al trabajo que mantuvo siempre este señor. Pero como todo discurso debe tener una entrada que atrape y un final que amarre todos los cabos, nunca pude terminar mi discurso, pues después de haber valorado la vida de aquel hombre, las únicas palabras sinceras que en realidad lo definían eran: “después de valorar los frutos del paso de este hombre por la tierra, en su corto peregrinar, no nos queda otra opción que admitir que no escatimó esfuerzos ni recursos para azararle la existencia a todo aquel que tuvo la desdicha de conocerle”.
Una verdad que se conoce pero que no se dice de los muertos.
Esta expresión sin lugar a duda está cargada de verdad y realismo y sintetizaba de manera magistral el perfil del difunto. Estoy seguro que el 90% de aquellos que le conocieron estarían de acuerdo con esta valoración, incluyendo a sus hijos, sin embargo, si hago pública esta verdad, toda la familia, por el lado de mi abuela, comenzaría a buscándome para crucificarme por haberme atrevido a exteriorizar una verdad que se conoce pero que no se dice de los muertos.
No logro un sentimiento de solidaridad.
Con la muerte del ex presidente de la República, Salvador Jorge Blanco, me ocurre algo similar, pues por mucho esfuerzo que he realizado para sentir, al menos un sentimiento de solidaridad para con su familia, que sin duda lo merece, todavía no logro nada parecido.
Me pregunto si al atreverme a publicar esta nota estoy dando muestra de mi autenticidad como sujeto que aspira a la libertad o estoy mostrando una de mis máscaras.