Dios ha muerto ¡Lo hemos matado!

 fotografía de Newman Rubiera[…] esa inquietud innata, y esencial a todo hombre, que lo separa de sí mismo y lo arrastra hacia el infinito […] como si la naturaleza hubiera dejado una porción del caos infinito en cada alma y esa parte quisiera apasionadamente volver al elemento del cual salió […] todo cuanto nos eleva por encima de nosotros mismos […] lo hemos de agradecer a esa porción demoniaca que llevamos dentro. (El nacimiento de la tragedia)

La primera afirmación del filósofo alemán Friedrich Nietzsche  sobre la muerte de Dios la encontramos en su obra “La gaya ciencia”, en la que declara: «Dios ha muerto. Dios está muerto. Y nosotros lo hemos matado¡Cómo consolarnos, nosotros, asesinos entre los asesinos! Lo más sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo. ¿Quién borrará esta mancha de sangre? ¿Qué agua servirá para purificarnos?”. (Párrafo 125).

Pero, ¿cuál es la razón de que Nietzsche afirmara que el hombre había matado a Dios? Para poder comprender esto debemos ahondar en lo profundo de la filosofía de Nietzsche. Para este filósofo la existencia de un ser divino superior, creador de todo, no era aceptable, más bien consideraba esta creencia vana, como la actitud infantil de un niño que se opone a que le sea arrebatado su juguete preferido. Para Nietzsche  la idea de un Dios representa una involución, un correr hacia atrás, una búsqueda desesperada de una excusa, de una esperanza ultraterrena. Esta idea de la muerte de Dios que recorre la filosofía de Nietzsche no puede significar entonces una muerte literal, sino más bien una independencia del hombre de aquella vieja necesidad de encontrar fuera de sí un agente-causa. La muerte de Dios constituye uno de los más grandes pasos hacia el desarrollo de la humanidad, pues libera al hombre de esa exhaustiva e infructífera búsqueda de la nada.

imagen obtenida de internet para fines pedagógicosNietzsche consideraba que el conjunto de valores morales tradicionales constituía una “moralidad esclava”, una “moralidad destructora”, viciada por la filosofía cristiana que procura igualar y divinizar todas las cosas que representan la debilidad, la náusea humana, los valores contra el instinto. Esta moralidad, creada por y para débiles, procura la sumisión y el conformismo; el objetivo final de este conjunto de valores era crear esclavos morales sujetos a los jerarcas eclesiásticos, los cuales se autoproclamaron mensajeros de la moral. Esta moral de débiles también brindaba una esperanza, una especie de conformismo en aquellos que no podía llegar a la nobleza, ni al grado de héroes, ni de guerreros; o sea, la moralidad cristiana les brindaba una dosis de fantasía al ofrecerles otra oportunidad luego de esta vida terrena, con la consecuente atrocidad de que esta tabla de valores nos ha querido ser fijada, atrapándonos en la más profunda decadencia moral.

Nietzsche se dio cuenta de la necesidad de crear nuevos valores que se contrapusieran a los valores decadentes de la filosofía cristiana, este evento fue denominado por él como la transvaloración de todos los valores, es decir, una devaluación de los valores cristianos surgidos de la miseria y la decadencia, los cuales constituían leyes absolutas, inmutables, y, en consecuencia, a quien le correspondería realizar esa transvaloración de aquellos valores tradicionales era al superhombre (Übermensch en alemán).

Al afirmar la muerte de Dios, Nietzsche  procura que el hombre pase a la búsqueda de la verdad absoluta, que pueda valorar todo de una forma objetiva. En el contexto renovador de esta nueva filosofía aparece la figura del superhombre, una figura opuesta a los valores morales surgidos del cristianismo y la sociedad decadente. Para poder alcanzar la condición de superhombres es necesario desechar el viejo modelo de adoctrinamiento y fijar una nueva tabla de valores, surgida a partir de los propios instintos y no de valores contranaturales, como afirmara Nietzsche.

Como dice Zaratustra: “Ciertamente: mientras no os hagáis como niños pequeños no entraréis en aquel reino de los cielos. (Y Zaratustra señaló con las manos hacia arriba). Mas nosotros no queremos entrar en modo alguno en el reino de los cielos: nos hemos hecho hombres. –y por eso queremos el reino de la tierra” (Así habló Zaratustra)

Dios-ha-muerto

Las masas constituyen un rebaño que se deja arrastrar por la tradición, pero el superhombre se centra en un mundo real, no procura recompensas divinas, no busca las migajas prometidas por los decadentes de la moral, es seguro e individualista, ama la vida y el destino, y es capaz de soportar el sufrimiento y la aflicción que conlleva la existencia humana, el superhombre es un creador de valores.

[…] esa inquietud innata, y esencial a todo hombre, que lo separa de sí mismo y lo arrastra hacia el infinito […] como si la naturaleza hubiera dejado una porción del caos infinito en cada alma y esa parte quisiera apasionadamente volver al elemento del cual salió […] todo cuanto nos eleva por encima de nosotros mismos […] lo hemos de agradecer a esa porción demoniaca que llevamos dentro. (El nacimiento de la tragedia)

Si Dios ha muerto, el sistema de valores fundado en esa creencia carece de sentido, y el hombre ha pasado al gran escenario. Ahora es el hombre el que debe construir su historia, su destino, crear un nuevo orden, comenzar a navegar como un espíritu libre.

¿A dónde está Dios «, exclamóYo te diré. Nosotros lo hemos matado – usted y yo todos somos asesinos…. Dios ha muerto. Dios está muerto. Y nosotros lo hemos matado…”  (La gaya ciencia).

 

 

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