En ningún historiador dominicano había encontrado una explicación del lema nacional, Dios, Patria y libertad. Tampoco ninguno se ha centrado en el contenido del Juramento de los Trinitarios. Ambos, el lema y el juramento, han sido examinados en el mensaje “Grito de Libertad” en la gran concentración de la Batalla de la Fe del 1 de enero del 2016.
Durante la ocupación de 1822, los haitianos prohibieron todas las fiestas religiosas; despojaron a la Iglesia de todos sus bienes: palacios, iglesias, conventos y abadías; prohibieron la lengua española en todos actos públicos y trámites de Estado; repartieron las tierras de Santo Domingo entre los oficiales de su Ejército de cincuenta mil hombres; anularon los títulos de propiedad; convirtieron muchos de los templos e iglesias del país en arsenales y almacenes de víveres; cerraron la Universidad más antigua del continente, como ya habían hecho con todos los liceos en Haití. E, implantaron en ambos pueblos de la isla, una dictadura oscurantista, con los poderes de un monarca despótico. Tras la independencia de los franceses en 1804, el régimen haitiano había adoptado un modelo de sociedad contrario al que asumieron los revolucionarios franceses. Inventaron la primera monarquía absoluta del continente americano, que luego se alternó con el llamado régimen de los presidentes vitalicios, que, a decir verdad, ha sido la única invención típicamente haitiana. Esa dictadura bárbara sólo pudo ser derrocada por la insurrección de su propio pueblo y con el estratégico apoyo que le diera el Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte, para derrumbar ese poder rotundamente nefasto.
Toda la plataforma jurídica de la dominación haitiana aparece radicalmente expuesta en Recueil général des lois et actes du Gouvernement d´Haiti (1880) de Jean Baptiste Listant de Pradines. Al penetrar en el manojo de disposiciones del Gobierno haitiano durante los años de su predominio, se vuelve evidencia el propósito sustentado por el dictador Jean Pierre Boyer:
La destrucción de las instituciones religiosas;
La eliminación de la enseñanza, de la lengua y la cultura de los dominicanos: tradiciones, calendario religioso, transmisión de las doctrinas ; todo quedó pulverizado;
La suplantación de la población dominicana, el decreto de Boyer sobre Plan de J. Granville, permitiría traer libertos estadounidense, a los cuales se les pagada el pasaje y la implantación, al mismo tiempo, que se fomentaba la emigración de familias blancas dominicanas.
En resumidas cuentas: se anulaba la enseñanza y la institución religiosa, dejando proliferar a sus anchas las supersticiones del vudú; se suplantaba a la patria, mediante el predominio de la población extranjera y se proscribía cualquier posibilidad de independencia del grupo dominicano, porque, además, no teníamos libertad. Era, en rigor, un régimen sin Dios, sin patria y sin libertad.
Para una parte de los historiadores, que son los responsables de fraguarles un pasado a los niños dominicanos, todas esas eran medidas progresistas ( Véase El Nacional CPEP, 7/10/15 “ Educación descuida enseñar historia” ). Estos consideran que la República Dominicana penetra en la modernidad política en la medida que ahonda en la separación de la Iglesia y del Estado. De esos credos anticlericales se hallan plagados los manuales, igual actitud se asume contra la hispanidad. Ese enfoque los llevó a unas conclusiones positivas de la dominación haitiana, omitiendo incluso la declaración del Manifiesto del 16 de enero de 1844, memorial de agravios de esa dominación oprobiosa. Han idealizado la dominación haitiana..
En los mentideros, en las tertulias privadas, se mantuvo vivo el ideario nacional: los dominicanos seguían bautizando a sus hijos, rezándole a su Dios y moldeando su vida, con arreglo a tradiciones que habían llegado hacía más de trescientos años. No habían logrado hacer desaparecer la voluntad de ser nación. Para saber quiénes éramos en aquel momento de incertidumbres y de nieblas, Juan Pablo Duarte, hizo entrar en el ruedo de las consideraciones la perspectiva cristiana, que era, una forma del ver el mundo que nos une con el resto de los países de Hispanoamérica. Si los haitianos hubieran logrado desarraigar esa realidad y la lengua en que se expresaba el pueblo, hubieran quedado aniquiladas las fuerzas interiores que impulsaban a la Independencia. Nosotros hemos ido a la Independencia para defender nuestra identidad amenazada, para preservar fundamentalmente lo que somos.
Es muy difícil imaginarse esa etapa sombría de la vida del pueblo dominicano. El Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte, pudo educarse gracias a unas cuantas figuras excepcionales como su maestro Manuel Aybar, el presbítero Gaspar Hernández y muy particularmente, don Francisco Vicente Moscoso, que sabía tantas cosas, que se le apodaba el Sócrates dominicano. En las casas curiales, en las penumbras y a escondidas del régimen, se formaban los patriotas. Eramos una sociedad, penetrada de las más extravagantes supersticiones, naufragada en la impotencia y corroída por el pesimismo.
En una situación de desinformación total de la población, despotismo irracional, menosprecio absoluto de las enseñanzas religiosas, y proscripción de todas las tradiciones, importación de poblaciones—esclavos libertos de Estados Unidos– para suplantarnos y borrarnos definitivamente y dominio militar de toda la vida nacional, pensar por cuenta propia e imaginar que podía libertarnos de una catástrofe peor que las siete plagas de Egipto, era, en rigor, una hazaña. Y esa fue obra de un visionario. Del hombre que organizó las Juntas Populares, el movimiento que encarnaría la independencia y que representaría el ideario de libertad.
Con el lema Dios, Patria y Libertad, Duarte definió el carácter de una nación que ya existía plenamente, y definió, además, la identidad religiosa del Estado que debería nacer sobre las cenizas de la dominación haitiana. El régimen haitiano no logró imponer su religiosidad ni su lengua ni su forma de Gobierno ni sus leyes. El pueblo dominicano no se hallaba condenado a la sumisión. El proyecto de los dominicanos era reconstruir la vida. Inmediatamente se produjo la Independencia volvieron a renacer la escuela, la Universidad, las Iglesias, las instituciones y las viejas tradiciones. El proyecto de Independencia dominicano no fue una vuelta a la monarquía ni a las crudas formas del absolutismo haitiano, sino la de un gobierno democrático, electivo, representativo y popular.
La vigencia del lema trinitario
Al concebir la bandera, en el Juramento de los Trinitarios, Duarte injerta la cruz blanca a la enseña haitiana, centra el carácter del nuevo Estado, con una visión netamente cultural, de oposición religiosa. En todo el pensamiento duartiano campa por sus respetos la figura de Dios. Interpretación que será plasmada en el escudo, donde se hallan la cruz y la Biblia, abierta en Juan 8 : 31 y 32: “ y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.
Por hallarnos en una dualidad territorial y política esa realidad debió ser concebida como un proyecto permanente. La independencia dominicana siempre ha estado amenazada por la expansión demográfica o por los desbordamientos a los que pueden conducir el colapso o la inviabilidad del Estado vecino. Esas circunstancias han colocado en tela de juicio la existencia del lema esencial Dios, Patria y Libertad. Se ha echado al ruedo un proyecto, cuya ambición ha sido anular los resultados históricos de nuestra Independencia de 1844. Es decir, pulverizar el esfuerzo de todas las generaciones pasadas.
Hemos llegado, en realidad, a una circunstancia que le niega el ejercicio a la autodeterminación al pueblo dominicano. Se planea imponer una agenda que pisotea brutalmente los valores cristianos, que anula la soberanía de la patria y cuya implantación suprimiría la libertad del pueblo y todas sus conquistas democráticas. Ningún pueblo puede considerarse libre en un sistema federal. O peor aún: fragmentando su cohesión nacional. La libertad es el derecho al Gobierno propio sin injerencia extranjera. Así define la situación el pastor Ezequiel Molina:
“ Hay un proyecto de desbaratar la nacionalidad dominicana. Hay un proyecto de unir a Haití con República Dominicana. Y, en cada foro internacional que va nuestra representación sale a relucir ese interés. ¿ Por qué? Eso no es político. Eso no es humano. Eso es diabólico.(…) Van a destruir nuestra nacionalidad, pero tendrán que destruir primero a la Iglesia de Jesucristo. Y tengo la impresión de que no se va a poder. Aquí hay un pueblo que honra a Dios, aquí hay un pueblo que habla con Dios, aquí hay un pueblo que ama a Dios. ¡Este es un país cristiano! El vudú no va a poder con nosotros. Candelo no va a poder con nosotros. Belie Belcan no va a poder con nosotros. ¡Estamos cubiertos por la sangre del cordero!”.
En estas especialísimas circunstancias, ¿qué sentido tendría el Juramento de los Trinitarios? Si entra en el teatro de las maniobras sociales un proyecto que echa por tierra a Dios, que disuelve a la patria y que, finalmente, anularía la libertad, ¿ cuál la propuesto del pensamiento duartiano? ¿ qué enseñanza extraer en los hombres que fundaron, con el sacrificios de sus vidas, el Estado dominicano? He aquí las palabras del Juramento Trinitario:
“Juro y prometo por mi honor y mi conciencia, en manos de nuestro presidente Juan Pablo Duarte, cooperar con mi persona, vida y bienes a la separación definitiva del gobierno haitiano y a implantar una República libre y soberana e independiente de toda dominación extranjera que se llamará República Domicana” “
En estos momentos, en que se ha desvanecido la frontera, en el que los desplazamientos demográficos del vecino amenazan nuestra unidad nacional y se hallan bajo amenazas todas nuestras conquistas sociales y nuestra frontera jurídica y la imagen internacional del Estado, la fuerza que mueve al pueblo dominicano es la lucha por su identidad colectiva. Es la lealtad a los hombres que junto Duarte fundaron esta patria mil veces gloriosa.