Andrés Merejo (A.M): En el texto Ciencia, Tecnología y Sociedad (1990) editados por Manuel Medina y José San Martín, hay una reflexión en el campo interdisciplinar, multidisciplinar y transdisciplinar por parte de estos autores sobre el mundo tecnológico y su implicación en lo social, natural y científico, así como del propio Mitcham, Medina, Durbin, San Martín, Winner, Cutcliffe, y otros. ¿Qué relación intelectual ha tenido usted con algunos de estos pensadores, y cuales puntos convergen y divergen en torno al enfoque filosófico sobre el mundo tecnológico y social?
César Cuello Nieto (C.C.N):
Creo importante señalar, que mi formación en los niveles de maestría y doctorado en los Estados Unidos se forjó en el contexto de las reflexiones y debates escenificados en el seno del movimiento de Ciencia, Tecnología y Sociedad (STS, por sus siglas en inglés). Fue a través de mi participación en las actividades y discusiones de este movimiento como conocí a la mayoría de los pensadores de la ciencia y la tecnología que mencionas. Sin embargo, mi mayor acercamiento en términos de posiciones ha sido con Carl Mitcham, Paul Durbin, Langdon Winner, Manuel Medina y Stephen Cutcliffe, entre otros. Con Mitcham y Durbin, cultivé una relación muy especial, pues fueron quienes dirigieron mis estudios de maestría y doctorado respectivamente y esto me mantuvo en contacto permanente con sus posiciones sobre los aspectos sociales, éticos, medioambientales y filosóficos de la tecnología y la ciencia. Con el resto de los colaboradores del texto Ciencia, Tecnología y Sociedad (1990) que señalas, mis contactos fueron más que todo a través de sus publicaciones y las conferencias suyas en las que participé.
En cuanto a mis convergencias con estos autores, hay muchas. Con Mitcham concuerdo en reconocer que los estudios STS revelan las muchas y sutiles formas en la que ciencia y tecnología han sido sometidas a múltiples influencias sociales y religiosas (así como a influencias políticas e ideológicas, agrego yo), al tiempo que apuntan hacia la necesidad de clarificar o de escoger entre formas alternativas de influencia, antes que tratar de deshacerse del todo de ellas (Mitcham, 1980). Asimismo, con Mitcham (1980) y varios otros autores del movimiento STS, concuerdo en que el proyecto de la modernidad tiene desde su origen la tendencia a generar múltiples formas de alienación humana, así como a crear nuevos problemas al tratar de resolver los viejos y al sustituir los vínculos de la naturaleza por nexos artificiales. Este tema de la alienación lo he discutido ampliamente en varios de mis escritos y considero que todavía es y seguirá siendo por mucho tiempo un tema de debate. Particularmente, por esa forma problemática y contradictoria en que la tecnología se produce, reproduce y entra en el tejido social, específicamente, en las sociedades dominadas por clases y élites económicas y políticas, convirtiéndose a su vez en instrumento para esta denominación.
En tales circunstancias, en mi criterio, no parece haber otra alternativa que una transformación estructural de la sociedad que libere a las personas de ese estado de subordinación y alienación. Esto parecía verse claro en las condiciones que se planteaban en la sociedad industrial clásica del siglo XIX y comienzos del XX, sin embargo, con los cambios que devinieron a partir de la segunda mitad del siglo XX, este cambio dejó de ser una alternativa visible a simple vista. Pero menos visibles se hicieron las fuerzas motrices de esta transformación.
(A.M): Desde un enfoque filosófico y crítico relacionado al proceso social tecnológico y digital que caracteriza la modernización de nuestro tiempo. ¿Dónde usted sitúa el filosofar de H. Marcuse con relación a su discurso filosófico del “Hombre Unidimensional”? ¿Qué diferencia o ruptura filosófica guarda este discurso con respecto al discurso tecnológico de Carl Mitcham o al de Cutcliffe; ambos discursos fundamentados en Ciencia, Tecnología y Sociedad?
(C.C.N): Como pone de manifiesto Herbert Marcuse (1972) en El Hombre Unidimensional, “El progreso técnico, extendido hasta ser todo un sistema de dominación y coordinación, crea formas de vida (y de poder) que parecen reconciliar las fuerzas que se oponen al sistema y derrotar o refutar toda protesta en nombre de las perspectivas históricas de liberación del esfuerzo y la dominación”. Para Marcuse, en su etapa actual de desarrollo, la sociedad capitalista se muestra capaz de contener un cambio social cualitativo que establezca instituciones esencialmente diferentes, así como una nueva dirección del proceso productivo y nuevas formas de existencia humana. Estos argumentos de Marcuse, a pesar de haber sido escritos a comienzos de la segunda mitad del siglo XX, parecen tener plena vigencia en la actualidad. Efectivamente, el inusitado avance de la tecnología, particularmente de las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) y su expresión en forma de redes sociales y otras conexiones ciberespaciales, parece haber invisibilizado aún más los mecanismos de manipulación y alienación humana que este mismo avance tecnológico hace posible, dificultando mucho más las posibilidades de surgimiento de movimientos transformadores que apunten a la superación dialéctica del sistema capitalista.
Obviamente, Mitcham y el resto de los pensadores del movimiento STS que conocí están muy lejos de esta aproximación crítica del sistema capitalista y de la esencia contradictoria del desarrollo tecnológico en los marcos de dicho sistema. Su visión crítica de la tecnología y de la ciencia no llega a cuestionar el carácter contradictorio de las relaciones de producción capitalistas y su expresión en la dinámica igualmente contradictoria del desarrollo científico y tecnológico como elementos integrantes de las fuerzas productivas. Pero no solo no fue STS un movimiento antisistema, sino que ni siquiera llegaba a cuestionar el estilo de vida excesivamente consumista y dilapidador de recursos naturales y tecnológicos de los Estados Unidos y otros países del capitalismo altamente desarrollado. Su propósito era, más que todo, “hacer frente a los impactos negativos de la ciencia y la tecnología” (Cutcliffe, 1980). Esto debía conducir a la “mejora” del sistema, haciéndolo más acorde con las aspiraciones de los grupos más críticos dentro de éste y, asimismo, mejorar la educación en ciencia y tecnología para mayor eficiencia y eficacia del sistema. Y esto es entendible, pues este movimiento surge en las condiciones concretas del contexto y los conflictos de la sociedad norteamericana. Así lo expone Cutcliffe (1980) en su texto, “Ciencia, Tecnología y Sociedad: Un Campo Interdisciplinar”:
El campo interdisciplinar de los estudios de ciencia, tecnología y sociedad (STS, siglas en inglés), surgió a raíz de los grandes movimientos sociales de la década del sesenta y de principios del setenta. Los grupos de activistas que afirmaban hablar en nombre del interés público (sobre el consumo, los derechos civiles o el medio ambiente), y las manifestaciones de protesta contra la guerra de Vietnám, las empresas multinacionales, la energía nuclear, etc., marcaron la pauta de dicho período. Así surgió la crítica de la idea de progreso bastante radical si tenemos en cuenta el contexto norteamericano.
De esta limitante de los estudios STS con respecto a la profundidad de la crítica del rol de la tecnología en el sistema capitalista deriva una de las principales divergencias con mis amigos del movimiento. Esto, a pesar de que, en la misma línea de pensamiento de Mitcham y otros pensadores de los estudios STS, Cutcliffe (1980), y con quien coincido totalmente, reconoce que la ciencia y la tecnología son procesos sociales impregnados de valores, por lo que, ni una ni la otra son monstruos autónomos con vida propia, pero tampoco son simples instrumentos neutrales que puedan ser fácilmente modificados y utilizados para la necesidad o el interés de turno. Para Cutcliffe, la ciencia y la tecnología son complejas empresas que tienen lugar en contextos específicos configurados por valores humanos y por personas que se reflejan y refractan en las instituciones culturales, políticas y económicas.
Otro aspecto importante que me distanciaba del movimiento STS era que viniendo yo de un país subdesarrollado, en donde el desarrollo tecnológico y científico era todavía una aspiración lejana y sin duda, influenciado por las posiciones en boga en ese momento de Jorge Sábato, Francisco Sagasti, Amílcar Herrera, César Varsavsky y Osvaldo Sunkel, entre otros, era obvio que mi enfoque de este tema no podía quedarse en la crítica de los males que la tecnología y la ciencia producen en el seno de las sociedades capitalistas desarrolladas y la búsqueda de mejoras dentro de éstas. Yo buscaba discutir los temas tecnológicos y científicos de cara a las sociedades subdesarrolladas, particularmente latinoamericanas. Pero en la mayoría de los foros que participaba y en los textos que producía el movimiento STS, la discusión de la tecnología en nuestros países era escasa, por no decir nula. Claro, debo reconocer que Carl Mitcham hizo extraordinarios esfuerzos por ubicar y aglutinar en torno al debate de los temas de STS y filosofía de la tecnología a profesionales de las ciencias sociales y filósofos latinoamericanos. De este esfuerzo surgió el Primer Congreso Interamericano de la Filosofía de la Tecnología, que se celebró en octubre de 1988 en el Centro de Filosofía e Historia de la Ciencia y la Tecnología de la Universidad de Puerto Rico, en Mayagüez. De este congreso surgió un libro con las actas de todas las ponencias de los participantes bajo el título: El Nuevo Mundo de la Filosofía y la Tecnología, editado por Mitcham, et. al (1990) e impreso con mi intermediación en Editora Corripio, en Santo Domingo. Un segundo congreso del mismo tipo, y en el que participé como expositor, se celebró nuevamente en Mayagüez en 1991, pero del cual no tuve conocimiento si se publicaron o no las actas. Sin embargo, estos esfuerzos, a mi modo de ver, no llegaron a conectar con las necesidades del contexto sociocultural, económico y académico particular de la heterogénea gama de países de la región latinoamericana. Por el contrario, el movimiento STS (CTS, en castellano) siguió su propio camino en la región, hasta devenir en un campo de estudios con fisonomía propia, que, según lo expone Vaccarezza (1998) en su artículo “Ciencia, Tecnología y Sociedad: El Estado de la Cuestión en América Latina”, incluye una variedad de objetivos y problemas de análisis, como innovación, políticas, construcción de saberes, gestión, ente otros. En la región latinoamericana, sostiene Vaccarezza, lo que podría llamarse el movimiento CTS surge vinculado a la reflexión de la ciencia y la tecnología cono elementos integrantes de las políticas públicas, lo que da lugar a la configuración de un pensamiento latinoamericano particular sobre política científica y tecnológica.
(A.M): En su texto La Compleja Existencia de la Tecnología, donde abarca la relación Tecnología, Ciencia, Desarrollo, Sociedad y Medio ambiente (2012) hay una crítica a la concepción tecnológica cuando se asumen sobre el campo ingenieril, que es acrítica y unilateral, al margen de la filosofía que aborda lo tecnológico en el ámbito de la praxis social y de los fenómenos sociales complejos. Sus reflexiones apuntan a que el tecnólogo entienda desde una perspectiva crítica y constructiva “todas las implicaciones socio-culturales y medioambientales del cambio tecnológico” y, asimismo, a que comprenda y asuma de manera consciente la parte de responsabilidad que le corresponde frente a la sociedad y los individuos por los efectos indeseables de las tecnologías que diseña y desarrolla, cuestiones estas, que, “ no es posible comprender en los marcos de la propia tecnología” (p.53).¿Dónde hay coincidencias y dónde hay diferencias entre el discurso ingenieril de la tecnología y el discurso humanístico de la tecnología? ¿Ambas no pueden desentenderse de los valores y las estrategias de intereses que mueve a los sujetos, incluyendo al sujeto cibernético que se mueve en el cibermundo del siglo XXI?
En el libro La Compleja Existencia de la Tecnología (Cuello, 2012), tal y como lo sugiere este título, mi principal esfuerzo está puesto en mostrar la complejidad del fenómeno tecnología. Allí, desde el primer capítulo, expongo, que, como todo fenómeno complejo, la tecnología tiene múltiples dimensiones, múltiples formas de expresarse, múltiples vinculaciones, múltiples condicionamientos, así como múltiples formas de existir y reproducirse y, al mismo tiempo, arrastra un sin número de incertidumbres y cuestiones sin responder. Como lo plantea Landon Winner (1979: 279), en su libro Tecnología Autónoma:
“La sociedad tecnológica está constituida por una multiplicidad de partes, cada una de ellas configuradas por una miríada de interconexiones. La totalidad de estas interconexiones -la relación de éstas entre sí y de cada una de ellas con el todo- es algo que ya no resulta comprensible para nadie. En medio de la complejidad de este mundo, la gente tiene que enfrentarse con acontecimientos y funciones extraordinarias que le resultan ininteligibles”.
Esta realidad deja claro por qué la mayoría de las personas suele reconocer sólo la forma inmediata e instrumental de la tecnología, o sea, su lado útil, su expresión superficial cosificada en objetos-productos, herramientas y maquinarias individuales, en tanto que sus demás dimensiones y manifestaciones permanecen ocultas, invisibles para la percepción del común de la gente. Esta percepción superficial, fenoménica de la tecnología genera a su vez una determinada manera de relacionarse el ser humano con los objetos tecnológicos, así como una determinada forma de visualizarse a sí mismo, a la sociedad y al resto del mundo. No hay que olvidar que la tecnología es una expresión de la inteligencia humana orientada a la solución de problemas y situaciones prácticas inmediatas. O sea, que su esencia práctica consiste, precisamente, en su utilidad, y esta utilidad tiene lugar en el marco de relaciones sociales específicas, histórico-concretas, no abstractas ni atemporales.
Contrariamente a esta visión compleja, en el ámbito de la ingeniería, la tecnología tiende a verse como un conjunto de conocimientos, experiencias y destrezas ligadas al diseño, producción y manipulación de procesos y artefactos. Entonces, lo que pasa con los tecnólogos e ingenieros es que ellos están llamados a dar respuestas por medio de la tecnología a las demandas y ofertas de soluciones inmediatas de parte de la gente. Pero el diseño y construcción de soluciones los obliga a centrarse fundamentalmente en los aspectos meramente técnicos y operativos de los artefactos o procesos que buscan traer a la luz, esa es su primera razón de ser. De esa manera, la tecnología viene a ser estrictamente una actividad restringida a expertos y especialistas en las áreas ingenieriles y técnicas concretas, interesados más que todo en sus resultados directos e inmediatos de la tecnología, particularmente, en su eficiencia, eficacia y efectividad.
(A.M): Entiendo, que estos planteamientos se derivan de la visión filosófica de la tecnología de Carl Mitcham, cuando dice que las ingenierías dan respuestas a preguntas como: ¿Cuál es el mejor material con el cual construir determinados artefactos? ¿Cuál es el procedimiento más eficiente para producir un producto en particular o para lograr los efectos deseados? ¿Cómo se pueden combinar ciertos materiales y energías para crear nuevas invenciones? En este sentido, ¿cuáles entiende usted son las limitaciones que desde la perspectiva filosófica ponen de manifiesto estas preguntas y sus respuestas?
(C.C.N): Lo que yo sostengo a partir de los planteamientos de Mitcham es, que el alcance de estas preguntas y sus evidentes respuestas señalan claramente los límites de la visión ingenieril de la tecnología. Como se sabe, los ingenieros y los tecnólogos en general, operan en los marcos del proceso productivo para dar respuestas a esas preguntas, lo que los mantiene estrechamente involucrados en la producción de bienes y servicios, ellos forman el núcleo principal y decisivo del equipo humano necesario para mantener dicho proceso en movimiento y reproducción.
En consecuencia, estos profesionales están obligados a vivir en un ambiente restringido, atados a las necesidades y requerimientos inmediatos de la producción y la gestión empresarial. Ellos son los responsables de dar respuestas rápidas y resolver los problemas cotidianos del proceso productivo y su reproducción, esa es su obligación inmediata. Esto implica, que, con tan solo su formación técnica, los profesionales de la ingeniería no están en condiciones de entender todas las implicaciones y repercusiones sociales, humanas y medioambientales de la tecnología, ni siquiera de aquellas que operan en forma directa. Sin este entendimiento, tampoco es posible que puedan comprender y asumir a cabalidad la parte de responsabilidad que les corresponde frente a la sociedad y los individuos por los efectos indeseables de las tecnologías que diseñan, desarrollan y manipulan. De estas limitantes a la hora de diseñar y objetivar los nexos del ser humano con la sociedad y la naturaleza deriva, en consecuencia, una visión del mundo y del ser humano que no rebasa los límites de su quehacer técnico y operativo. Pero de esto podemos seguir dialogando más adelante.
Fuente: https://acento.com.do