Franklin Foer previene de las amenazas concretas provenientes de las grandes empresas tecnológicas que suelen ser agrupadas en el acrónimo GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon). De ellas dice que “quieren triturar la individualidad a favor del gregarismo” (Foer, 2017: 10). Estos monopolios tecnológicos “aspiran a moldear a la humanidad a su imagen deseada”, completando el “largo proceso de fusión entre hombre y máquina, reorientando así la trayectoria de la evolución humana” (Ibíd.). Foer también considera que el activo más preciado de estas empresas es nuestra atención, que están logrando arrebatárnosla mediante el constante bombardeo de datos (Ibíd.: 16). Estas empresas monopolistas están muy alejadas del espíritu antimonopolista que imperaba en sus orígenes, que pueden ser situados en la contracultura de los años 1960, de la que bebían algunos de los que pretendían transformar la humanidad mediante una revolución informática. Paradójicamente, “lo que comenzó siendo un sueño conmovedor —la humanidad unida en una sola red extraordinaria— se ha convertido en la base del monopolio” (Ibíd.: 21). Y una empresa especialmente destacada en este ámbito es Google.
El proyecto posthumanista radical de Ray Kurzweil (2005) —que consiste en el volcado de la mente humana en un ordenador para alcanzar la inmortalidad, logrando así superar la condición humana— es recuperado por Google, empresa en la que Kurzweil trabaja como director de ingeniería. Larry Page y Sergey Brin, los fundadores de Google, pretenden crear máquinas capaces de igualar y hasta de superar a la inteligencia humana. Es el proyecto de “IA completa” o “IA fuerte” (Ibíd.: 44). Page reconoce que la pretensión de Google es reconfigurar el futuro de la humanidad. En interpretación de Foer, “Page aspira a reorientar […] el curso de la evolución en el sentido darwiniano de la palabra” (Ibíd.: 45). Trata, pues, de crear una especie superior, aunque esté desligada del vínculo biológico. Se pretende así diseñar intencionalmente la evolución, pero prescindiendo del substrato biológico. En definitiva: “Page y Brin están creando un cerebro sin las trabas de los sesgos humanos” (Ibíd.).
El proyecto de Google está profundamente anclado en el dualismo. Y, además, este dualismo es radical, hasta el punto que el desprecio del cuerpo a favor de la mente acabará por desear la desaparición de aquél, quedando una mente completamente liberada de cualquier vínculo con la corporalidad. Es palmaria la coincidencia entre el proyecto de Google y el de Kurzweil. A pesar de que, según nos dice Foer, Page no ha hablado nunca públicamente de Kurzweil, es claro el apoyo a éste, puesto de manifiesto en las fuertes inversiones que se dedican a proyectos inspirados por él. Por ejemplo, en 2008 Google contribuyó generosamente a la financiación de la “Universidad de la Singularidad”, cuya sede se encuentra en un campus de la NASA en Silicon Valley. En 2013, con una inversión estimada de 1.300 millones de dólares, se crea en el seno de Google la empresa Calico (California Life Company), con el propósito de investigar la cuestión del envejecimiento y, en última instancia, solucionar el problema de la muerte.
En Google encontramos un claro punto de encuentro entre el posthumanismo más radical y la triunfante revolución digital. Y en esta empresa encontramos una referencia concreta que simboliza la amenaza a una visión del mundo a la que la humanidad ha consagrado sus mejores energías en los últimos milenios. Autores como Raymond Carr (2011), Maryanne Wolf (2018) o Jaron Lanier (2011) alertan sobre los peligros que acechan a la lectura y al pensamiento profundos como consecuencia de la influencia de Internet en su actual forma. Internet distrae y ello significa claramente que no fomenta disciplinas en las que la concentración atenta es requisito indispensable como, por ejemplo, la filosofía (o la ciencia). Tomadas así las cosas, Internet se situaría frente al proyecto de una filosofía (o una ciencia) que tratan de buscar un saber profundo, una interpretación profunda del mundo.
La filosofía (al lado de otras disciplinas, como las neurociencias, la historia de la escritura, etc.) se sirve de sus propias armas para analizar los efectos de Internet en la mente. Autores como Carr o Lanier insisten en poner de manifiesto el mecanismo perverso en el que, sin que resulte fácil advertirlo, nos estamos sumiendo en los últimos tiempos: la superficialidad a la que nos conduce la actual configuración de Internet hace que la proyectemos sobre nosotros mismos y sobre el mundo que nos rodea, y que nos consideremos a nosotros mismos y al mundo como entidades superficiales. La superficialidad llama a la superficialidad. Estamos tan acostumbrados a la superficialidad de Internet que tendemos a creer que el mundo es superficial. Si estamos condicionados por la estructura de Internet (o, en general, del lenguaje informático), responderemos consecuentemente con un lenguaje que le sea familiar. Ello puede conducir a una severa limitación en la expresión y, por tanto, en la inteligencia creadora del ser humano, en la medida en que nuestro lenguaje tenderá cada vez más a semejarse al lenguaje digitalizado, alejándose de las posibilidades creativas ofrecidas por el “imperfecto” lenguaje natural que escapa a la calculabilidad.
Si la filosofía desaparece, no habrá espacio para una reflexión crítica de Internet. Internet aparecerá como un espacio perfectamente “natural”, es decir, como un hábitat “normal” para la mente humana, enterrándose bajo su peso ese otro tipo de pensamiento, basado en la lectura y escritura profundas. No se trata de ceder a la tentación de caer en profecías apocalípticas, sino simplemente de reclamar un lugar para una crítica realizada a partir de la reflexión profunda, es decir, a partir de la lectura profunda cuya condición de posibilidad es la atención profunda. Lectura profunda que no deja de ser un ejercicio humano o, en otros términos, una antropotécnica no biomédica que trata de contribuir al mejoramiento del ser humano. De este modo, se protegerá la creatividad de la mente humana, esa vía de escape que muchos autores contemporáneos señalan como la alternativa a la uniformización reinante que es fomentada por el universo digital. Para salvaguardar la creatividad del pensamiento no será necesario recurrir a técnicas biomédicas (fármacos o modificaciones genéticas intencionales); bastará con recurrir a esas antropotécnicas tradicionales que tratan de mejorar el nivel de concentración necesario para alcanzar esa atención profunda que permite analizar los problemas en su detalle, tratando de proporcionar soluciones creativas.
La revolución digital presenta una serie de desafíos a la mente humana. La solución no parece provenir de las versiones más radicales del posthumanismo. Las posiciones más radicales de Inteligencia Artificial, como la de Kurzweil, se vinculan estrechamente con dicha revolución. Desde Google se considera que el cerebro humano es una computadora: no hay, pues, diferencias sustanciales entre la inteligencia con sustrato antropológico y la inteligencia artificial. En el horizonte se vislumbra llegar a un estado en que ambas sean indiscernibles. Ello significaría el triunfo de los intentos por cuantificar la inteligencia, lo cual favorecería contemplarla bajo el prisma de la productividad (Carr, 2011: 210), y representaría el triunfo del paradigma de la eficiencia o calculabilidad y la derrota de una concepción del pensamiento humano en la que la creatividad jugaría un papel primordial.
Posthumanismo y revolución digital son aliados en una tarea cuya víctima es el hombre dotado de un pensamiento profundo y creativo. Ante ello, cabe reivindicar un humanismo situado más allá del posthumanismo (Galparsoro, 2019), que defienda esas características a las que debería poder aspirar todo ser humano y que son negadas por las posiciones posthumanistas radicales: una mente abierta y creativa, capaz de mantener un espíritu crítico, incluso para con el hombre mismo. Pero este espíritu crítico ha de encontrar su límite en la continuidad de las condiciones que sostienen ese mismo espíritu crítico o creativo. Si se superara ese límite, el hombre dejaría de ser hombre. Estaríamos hablando de otro ser. La alianza del posthumanismo más radical con la revolución digital —encarnada en Google— representa una amenaza. Desde el campo de un saber que todavía aspira a la profundidad —en este caso, desde la filosofía—, hay que alertar de esa amenaza, que la propia filosofía empieza a experimentar en sus propias carnes.
Referencias bibliográficas:
Carr, Nicholas (2011). Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Madrid: Taurus.
Foer, Franklin (2017). Un mundo sin ideas: la amenaza de las grandes tecnológicas a nuestra identidad. Barcelona: Paidós.
Galparsoro, José Ignacio (2019). Más allá del posthumanismo. Antropotécnicas en la era digital. Granada: Comares.
Kurzweil, Ray (2005). The Singularity is Near. When Humans Transcend Biology: New York, Viking.
Lanier, Jaron (2011). Contra el rebaño digital. Un manifiesto. Barcelona: Debate.
Wolf, Maryanne (2018). Reader, Come Home. The Fate of the Reading Brain in a Digital World. New York: Harper Collins.
José Ignacio Galparsoro es doctor en Filosofía por la Universidad de París IV-Sorbonne y profesor titular en el Departamento de Filosofía, Universidad del País Vasco (UPV/EHU).