El proceso de conocimiento Humeano (III)

Alejandro Villamor Iglesias

El fenomenismo agnóstico

La defensa del innatismo de Hume está aquejada de unas graves consecuencias a las que no se encontraba sometida la propuesta lockeana. Y es que Hume pierde completamente la referencia del mundo externo, se encapsula completamente en la conciencia del sujeto cognoscente. El escocés nos deja en una absoluta imposibilidad de justificar que nuestras impresiones (de sensación) fueran causados por unos supuestos objetos de un mundo externo, a los que, además, consideramos semejantes. De hecho, el mismo Hume en los inicios del Tratado dejó patente su conocimiento de dichas consecuencias. Recordemos sus indicaciones acerca del origen de las impresiones de sensación en el alma originariamente por causas desconocidas (cfr. Hume, 2005, 51).

Por tanto, desconocemos por completo la existencia o no de unas causas reales de nuestras impresiones de sensación (y, posteriormente, del concepto de causalidad misma). De este modo, nos encontramos con lo que Sergio Rábade denomina el “agnosticismo fenomenista” humeano. Dada nuestra situación, jamás podremos llegar a saber, con certeza, si las impresiones son producidas; y, en el caso de que lo sean, si lo son por un Creador omnipotente o por unas cosas externas mismas. En cualquier caso, entre las “causas posibles”, sugerirá Hume tres posibles: “los objetos, el poder de la mente o el autor de la naturaleza” (Rábade, 2004, 317). Aunque, incluso, llega a nombrar más posibilidades del origen de las impresiones: estas pueden surgir “de la constitución del cuerpo, de los espíritus animales o de la aplicación de los objetos a los órganos externos” (Rábade, 2004, 317).

En definitiva, y en virtud de lo dicho, el autor del Tratado de la naturaleza humana nos presenta a unos sujetos encerrados en su propia conciencia. Una conciencia que, nunca sabremos, tiene un carácter referencial o no. Así pues, “el proceso de conocimiento empieza, pues, en esencial desconexión del mundo de los objetos” (Rábade, 2004, 318). En consecuencia, las impresiones son, a la vez, representaciones, dadas a posteriori —pero, se entiende, presentadas con inmediatez y con una gran fuerza y vivacidad—, pero cuya referencialidad estará siempre en duda.

Impresiones de reflexión

En lo concerniente a las impresiones de reflexión resulta menester, tal y como hemos hecho con las impresiones de sensación, aclarar sus puntos generales. A grandes rasgos, tal y como vemos recogido por García Roca, las impresiones de reflexión son aquellas que, al contrario que las de sensación, valga la redundancia, admiten la división. Es decir:

Las percepciones o impresiones e ideas simples son las que no admiten distinción ni separación. Las complejas son las contrarias a éstas, y pueden ser divididas en partes. Aunque un color, sabor y olor particulares son cualidades unidas todas en esta manzana, es fácil percibir que no son lo mismo, sino que son al menos distinguibles las unas de las otras (García Roca, 1981, 76).

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Siguiendo al propio David Hume en el Tratado de la naturaleza humana (Hume, 2005, 388-390), podemos decir que las impresiones de reflexión son aquellas que surgen, de manera secundaria con respecto a las simples, de las propias impresiones originales o de sus ideas. Estas impresiones podrían surgir incluso de ideas. Por ejemplo, muchas pasiones, que se consideran impresiones de reflexión, surgen del dolor o del placer corporal (que, recordemos, son impresiones de sensación): “Un ataque de gota produce una larga serie de pasiones, como pesar, esperanza, miedo, etc., pero el ataque mismo no se deriva directamente de ninguna afección o idea” (Hume, 2005, 388). Así, las impresiones de reflexión se dividen en dos clases: las impresiones serenas o las impresiones violentas:

El sentimiento de la belleza o fealdad de una acción, de una composición artística y de los objetos externos pertenece a la primera clase. Las pasiones de amor y odio, tristeza y alegría, orgullo y humildad, son de la segunda (Hume, 2005, 388).

En general, dentro de este grupo se enmarcan nuestras emociones, deseos y pasiones; incluidas las de amor, odio, orgullo, humildad… Las impresiones de reflexión son aquellas que, si bien no son originarias —y, en este sentido, no innatas para Hume— ya que se encuentran únicamente precedentemente de sus respectivas ideas, comparten el nivel de intensidad y vivacidad que las primeras impresiones. De hecho, pasiones y deseos pueden derivar, como hemos dicho, de las ideas simples de las impresiones de sensación. Estas impresiones son consecuencia de la introspección, esto es, de la aptitud de nuestra mente para percibirse a sí misma.

Ideas y concepción de “idea” en el empirismo

Si bien no es empleado de la misma forma, la ‘idea’ fue un término ampliamente utilizado en la Modernidad. Tanto en la gnoseología racionalista como en la empirista, el término gozó de un notable protagonismo. Como hemos ido viendo, el término en Hume tendrá, eso sí, un papel distinto del que la tradición empirista le venía otorgando.

Diferentes concepciones de idea: Locke y Berkeley

Para John Locke, las ideas eran todos los contenidos de nuestra mente en general. Sin estar implantados en el sujeto desde su nacimiento, las ideas son, para Locke, todo lo que constituye al sujeto. Algo que, como hemos visto, Hume no considerará:

Según Locke, el término idea se usa para designar no sólo los datos inmediatos de experiencia o datos sensibles sino también los conceptos e ideas universales. La idea es, pues, “todo lo que la mente percibe en sí misma, o es objeto inmediato de percepción, del pensamiento o del entendimiento” (Locke, Ensayo sobre el entendimiento humano, Lib., II, cap. VIII, 8). Hume, por el contrario, restringe el campo de las ideas a meras copias débiles de una impresión. Locke, identifica la idea a todo contenido mental; Hume sólo habla de ideas cuando se refiere a una clase determinada de contenidos: aquellos que la mente produce en ausencia de su impresión correspondiente (Hume, 1994, 64).

Dicho de un modo superficial, lo que Locke denomina ideas Hume lo llama percepciones. Así, mientras el punto de partida del proceso cognoscitivo está para Locke en las ideas, para Hume está en las impresiones (de sensación). Asimismo, como hemos dicho, para Locke no podemos hablar, en ningún caso, de ideas innatas en el sujeto; para lo cual empleará la metáfora ya mentada de la mente como un papel en blanco.[1] Con todo, cabe tener presente en todo momento las enormes semejanzas que, por supuesto, guardan los análisis de las ideas/percepciones en Locke y Hume. Como sabemos, de hecho, Locke dividió sus ideas en simples y complejas: las ideas simples están, simultáneamente, fraccionadas en ideas de sensación, de reflexión y de sensación y reflexión. Algo que como ya hemos vislumbrado, Hume recogerá para su propio análisis.

Precedentemente a Hume, Berkeley recogió el concepto de idea tal y como había sido presentado por Locke. Empero, Berkeley criticó duramente ciertos aspectos de la filosofía lockeana. En concreto, podemos nombrar su crítica a las ideas generales abstractas. Esto es, para Locke, lo que existe son individuos concretos, singulares, particulares. Pero en tanto nuestro entendimiento trata de reducir la multiplicidad a unidad, trata de simplificar la realidad, sólo se queda con los rasgos generales de una multiplicidad de seres con un denominador común, formándose así las ideas abstractas como ‘perro’ o ‘árbol’. En definitiva, para el autor del Ensayo sobre el entendimiento humano, estas ideas tienen su fundamento en la realidad aunque no se correspondan con una realidad concreta. Para Berkeley estas ideas son totalmente ilusorias, sólo existen percepciones concretas: no el ‘perro’, sino este perro o este otro. Por ende, estas ideas carecerían de fundamento.

Tipos de ideas en Hume

Siguiendo con la observación del análisis de los elementos que componen el proceso de conocimiento humeano, nos topamos con las ideas. Reiterando lo dicho en apartados precedentes, podemos considerar a las ideas como las derivaciones, en cierto sentido, de las impresiones. Unas derivaciones que se tienen que corresponder con su respectivo tipo de impresión.

Ideas simples

Uno de los elementos que constituyen el radicalismo del empirismo humeano reside en el “principio de prioridad de las impresiones respecto de las ideas”. Según esto, para que toda idea tenga fundamento empírico o teórico —se entiende que toda impresión, al constituir la experiencia más inmediata, ya tiene dicho fundamento— ha de derivar necesariamente de una impresión correspondiente:

All ideas, especially abstract ones, are naturally faint and obscure; the mind has but a slender hold of them: they are apt to be confounded with other resembling ideas (…) On the contrary, all impressions, that is, all sensations, either outward or inward, are strong and vivid: the limits between them are more exactly determined: nor is it easy to fall into any error or mistake with regard to them. When we entertain, therefore, any suspicion, that a philosophical term is employed without any meaning or idea (as is but too frequent), we need but enquire, from what impression is that supposed idea derived? And if it be impossible to assign any, this will serve to confirm our suspicion (Hume, 2004, 60).

De este modo, términos de la metafísica tradicional, como Dios o alma, son desechados por nuestro filósofo. Por todo lo dicho, Hume pasará a mostrar que las impresiones simples siempre preceden a estas ideas simples aportando tres argumentos:

1) Para mostrarle a alguien, paradigmáticamente a un niño, la idea simple de cualquier sensación, es necesario mostrarle que ese alguien percibe dicha sensación. Así, por ejemplo, como nos dice Hume en el Enquiry, “un ciego no se puede formar una noción de los colores, ni un sordo de los sonidos”.

2) En consonancia con 1), no es posible percibir una impresión pensando simplemente en ellas. Es completamente imposible experimentar la impresión (con la fuerza y vivacidad en tanto impresión) de, por ejemplo, el sabor de una naranja o el mismo color de esta fruta, simplemente pensando en ello.

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3) Por último, y también en consonancia con 1) y 2), no podremos tener idea alguna de impresiones de las que carezcamos de sensación. En los ejemplos de 2) mismo, no podríamos si quiera pensar el sabor de una naranja no su color si en algún momento previo no hemos saboreado o visto una naranja.

Vemos pues que estas ideas simples, ni más ni menos, son simplemente las derivaciones —por ejemplo, en forma de recuerdo— que nuestra mente constituye de las impresiones simples (una simplicidad por la cual, nos dice Hume, no debemos para nada menospreciar dichas ideas).

Ideas complejas

Como su propio nombre indica, las ideas complejas son aquellas, tan sólo precedidas por las impresiones de reflexión, que están compuestas por ideas simples. En el Tratado de la naturaleza humana Hume distingue, de un modo semejante a como lo había hecho Locke, cuatro tipos de ideas complejas: las ideas de modos, ideas de relaciones y las ideas de substancias (Hume, 2005, 389). Por ideas de modos, sucintamente, Hume comprende todas aquellas ideas que se utilizan para referirse a propiedades complejas (esto es, divisibles en partes simples) de las cosas. Por ideas de relaciones se entiende las ideas que precisan o remiten a la relación con otras ideas. Con ideas de substancias se hace referencia a aquellas supuestas ideas complejas que remiten a aquello (presumiblemente la sustancia, material o espiritual) que subyace invariablemente bajo los entes y los constituyen como tales. Hume negará el fundamento empírico de este tipo de ideas.

Por otra parte, Hume también hace hincapié en otra importante distinción de ideas: las ideas de la memoria y las de la imaginación:

Hallamos por experiencia que cuando una impresión ha estado presente a la mente aparece de nuevo en ella como idea. Esto puede hacerlo de dos maneras: o cuando retiene en su reaparición un grado notable de su vivacidad primera, y entonces es de algún modo intermedia entre una impresión y una idea, o cuando pierde por completo esa vivacidad y es enteramente una idea. La facultad por la que repetimos nuestras impresiones del primer modo es llamada MEMORIA; la otra, IMAGINACIÓN. Ya a primera vista es evidente que las ideas de la memoria son mucho más vívidas y fuertes que las de la imaginación, y que la primera facultad colorea sus objetos con mayor precisión que la segunda (Hume, 2005, 52).

Puesto que el desarrollo de estas ideas nos llevarían un espacio excesivo, nos contentaremos con finalizar en este punto nuestra somera presentación del proceso de conocimiento en David Hume.

 

Referencias

Ayer, A. J., Hume, Madrid: Alianza Editorial, 1988.

García Roca, J., Positivismo e Ilustración: La Filosofía de David Hume, Valencia: Universidad de Valencia, 1981.

Alejandro Villamor Iglesias

Hume, D., Tratado de la naturaleza humana, Madrid: Ed. Tecnos, 2005.

Hume, D., Autobiografía. Resumen del Tratado de la naturaleza humana, Barcelona: PPU, 1994.

Hume, D., Investigación sobre el entendimiento humano, Madrid: Ediciones Istmo, 2004.

Rábade, S., El empirismo. David Hume, Madrid: Ed. Trotta, 2004.

 

[1]A lo cual responde Leibniz en los Nuevos Ensayos sobre el Entendimiento Humano (obra que no llegará a publicar por la muerte de Locke), donde defiende un innatismo de tipo virtual: nuestra mente no es comparable a una hoja en blanco sino que, en todo caso, habría que considerarla como un lienzo diversificado en pliegues. Las ideas innatas se encuentran potencialmente en nuestra mente, virtual o disposicionalmente. Lo que sucede es que van a tener que ser despertadas por la experiencia.

 

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