Educar para Transformar II

Juan A. Tarrazo Lama

Los maestros desempeñan un papel fundamental al ayudar a las personas a descubrir su verdadero potencial.  Aunque las relaciones entre docentes e instituciones educativas son complejas y cambiantes, ambos tienen el deber de promover la educación popular, la cual, tiene como objetivo capacitar a las personas para que sean activas, animadas y autosuficientes en su vida cotidiana. Por lo tanto, es crucial entender que una comunidad educada en su totalidad es verdaderamente educada.

La educación desempeña un papel revolucionario, ya que sin ella, no puede haber una verdadera revolución duradera.  Debemos aceptar que todos tienen la capacidad de aprender y progresar, pero esto solo se logra cuando reconocemos que todos somos capaces de aprender. Esa educación y esa revolución no se pueden cumplir sin la práctica del «ágape», más allá de él  la profesión se convierte en tan solo una forma de ocupar el tiempo y ganar dinero.

En la labor de los maestros es esencial diferenciar entre «instruir» y «educar»; pues, mientras que el primero implica compartir conocimientos, el segundo trata de enseñar a vivir plenamente.

Con frecuencia, observamos cómo algunos maestros poseen únicamente conocimientos teóricos que no pueden aplicar en la vida real, lo cual resulta poco beneficioso para sus estudiantes. Sin embargo, los auténticos educadores no se limitan a compartir conocimientos, sino que también enseñan habilidades fundamentales para desenvolverse en la sociedad. Todo esto lo llevan a cabo practicando el concepto de «ágape».

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La dedicación al estudio constituye una característica distintiva de los profesores, más allá de simplemente poseer conocimientos. Es por ello que un buen profesor se concentra en guiar a sus estudiantes en su proceso de aprendizaje y establecer una relación significativa con el conocimiento. Es a través del ágape y la vocación que esta conexión se vuelve posible.

Los maestros pueden ejercer su influencia en los estudiantes de diversas formas: algunos simplemente exhiben sus conocimientos sin verdaderamente enseñar, otros adoptan una actitud pretenciosa en su enseñanza, lo que confunde a los discípulos. Sin embargo, los mejores maestros son aquellos que se adaptan a las capacidades individuales de cada estudiante y logran alcanzar los objetivos educativos, ya que llevan a cabo su labor con pasión y reconocen que su trabajo implica relacionarse con personas y no con objetos.

Es interesante ver cómo algunos maestros se dedican al servicio de sus estudiantes, ayudándolos a adquirir los conocimientos necesarios para la vida. Por eso, los buenos maestros no solo son los que dominan los temas, sino que también son aquellos que ayudan a sus alumnos a estudiar, aprender y desarrollar un deseo genuino por el conocimiento, y lo hacen con buena voluntad.

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Un maestro excepcional no solo transmite información, sino que despierta el deseo de aprender en otros, inspirando un cambio significativo en su actitud y perspectiva. Un verdadero maestro es como un filósofo en el sentido más profundo, siempre ansioso por aprender más y compartir ese deseo con los demás. Por lo tanto, su objetivo es provocar un deseo auténtico de comprender y mejorar la vida propia, así como la de los demás a través del conocimiento.

En cuanto al reconocimiento Honneth (2009), explica que reconocimiento no es solo una cuestión de respeto o aceptación, sino que implica ser reconocido como una persona con dignidad y valor. Esto incluye el reconocimiento de nuestras capacidades y logros, así como el respeto a nuestra autonomía y autonomía personal. Algo que ha sido y es aún poco practicado en las aulas y las profesiones como la educación, que sin embargo es algo que exige su práctica para que sea eficiente. Parte de lo que ha provocado o sigue provocando, esta falta de reconocimiento a los estudiantes, se produce por lo que se llama  injusticia epistémica que se refiere a las formas de opresión, discriminación o desigualdad que afectan el acceso al conocimiento y la valoración de las capacidades intelectuales de ciertos individuos o grupos en la sociedad.

En consecuencia, los maestros  tienen una responsabilidad y desempeñan un papel esencial al guiar a las personas hacia su máximo potencial, ya que, la educación no solo implica transmitir conocimientos, sino también inspirar un deseo continuo de aprender y crecer.

Finalmente, este texto nos ofrece un compás moral de nuestra propia experiencia y nos permite cuestionarnos en qué patrón encajamos y cómo podemos ser mejores en nuestro desempeño y en el aporte a los estudiantes. Además pretende poner de relieve la importancia del reconocimiento y lo perjudicial que puede llegar a ser la injusticia epistémica para la educación, y la relación entre alumnos y maestros.

En consecuencia, si practicamos la  autocrítica, podemos convertirnos en buenos maestros, trascendiendo la mera enseñanza de datos y cifras, convirtiéndonos en catalizadores del desarrollo personal y social de nuestros estudiantes. En conclusión, nuestra dedicación y pasión por el conocimiento nos convierten en agentes de cambio y transformación en la vida de quienes enseñamos.

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