¡Miro al futuro con fe y esperanza!

Geraldo Roa 2

No sé si el año sabático es un privilegio o un derecho. Tampoco estoy seguro de si el desmonte del cincuenta por ciento de la carga docente, a los profesores que cursan doctorado o a los doctores que se dedican a la investigación, es un privilegio o un derecho. Ignoro si velar por la superación personal y académica, a través del estudio continuo y la producción de ideas, es vista con buenos ojos en nuestro medio. La verdad es que a veces dudo mucho que todavía sea posible hablar de una academia al estilo de Platón y Carlomagno. Mucho menos sé qué se entiende por derechos y qué por privilegios en nuestra amada Alma Mater. No obstante, mis más auténticos tutores uasdianos siempre me aconsejan cumplir los deberes para no tener algo que se me pueda objetar al momento de reclamar los derechos que me corresponden, verbigracia, al ser evaluado por mis estudiantes y mi coordinador de Cátedra.

Mis dudas aumentan aún más cuando escucho a más de un gerente de docentes en nuestra academia, decirles a pares profesores, cuando solicitan año sabático o medio tiempo por estudios doctorales o investigación, que ese “es un privilegio que no beneficia a la universidad”. Y yo me pregunto, ¿cómo que es un privilegio? ¿Que no beneficia a la universidad? ¿Cuáles son las prácticas que benefician a la universidad y cuáles la perjudican? ¿Y qué es o quiénes son o somos, mayestáticamente, la Universidad? Nadie me ha dado respuesta.

Doctorado UPV UASD

¡Y yo que pensaba que el año sabático era un derecho adquirido por el docente, después de diez primaveras continuas de trabajo ejemplar; y que beneficiaba a la universidad porque era el tiempo en el que el docente recargaba su energía, yéndose a su casa, a su campo o a otro país a romper con el protervo síndrome del libro inconcluso, y a plasmar el texto esquematizado en su memoria, pero que por culpa de las ignominiosas cuarenta horas de sacrilegio docente, no había podido imprimir sobre el papel! Pensaba también que la academia, como tal, motivaba a sus profesores a que cursaran doctorados, y que si el Estatuto Orgánico establece media carga para quienes así lo hicieran, era motivo de regocijo de todos los gerentes de la docencia y de la investigación. Lo creía porque, como todos mis colegas, soy docente y porque amo investigar, estudiar, leer y escribir; y estoy totalmente convencido de que mi amor por los libros y por el aprendizaje beneficia grandemente a mis alumnos y a mí mismo, pero ahora no estoy tan seguro de que los estudiantes y los profesores, especialmente quienes nunca hemos ocupado cargos ajenos a la docencia, seamos parte de ella.

¡Pero aún más! Cuando recibí los tres mil quinientos pesos de incentivo por parte de la Universidad por haber cursado un doctorado en Lingüística Hispánica en una universidad norteamericana, pensé que en realidad era un error. Al acercarme a la instancia correspondiente, me informaron que no estaba equivocado. Ese es el precio de todos mis estudios doctorales. Sin embargo, me animó saber que como doctor recibiría un incentivo muy significativo por cada clase de postgrado que impartiera y, efectivamente, así llegó a ser por dos ocasiones, hasta que alguien, con muy poco criterio académico –imagino–, luchó y luchó hasta conseguir que ese incentivo se eliminara, alegando que ese es un privilegio inmerecido. Ese gerente posiblemente no tiene doctorado, pero tampoco habrá cursado ninguna maestría de forma regular. No espero mucho de personalidades semejantes, aunque no dudo que alguien con ese perfil siga escalando y luchando en contra de quienes amamos los libros.

Cualquiera pensaría que todo en nuestro medio puede pasar desapercibido. Sin embargo, detengo el rumbo de mis pensamientos por un instante para creer que el futuro vendrá para bien. Veo en el horizonte una nueva generación de docentes, lectores y escritores con un profundo sentido ético y con un deseo intrínseco de trabajar por el bien de nuestra sociedad, junto a un grupo veterano que siempre ha amado y aún se desvive por la academia y por su destino, que en definitiva es el porvenir de la patria. ¡Miro al futuro con fe y esperanza por un mañana mejor!

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