LA EUTANASIA
Calidad de vida y valor moral
Profesor Novas.
Muy bien, compañeros, me parecen interesantes sus
conclusiones sobre el caso de Janet: la violación y el aborto;
aunque, naturalmente, siempre quedarán puntos en discusión
en todo asunto que envuelva una decisión de tipo moral. Ahora,
si ustedes me lo permiten, pasaremos a analizar el segundo caso
de la noche: Fenelón, eutanasia y calidad de vida.
Todos sabemos que las diferentes culturas dan una
respuesta distinta al problema de la muerte. En algunas culturas
prima siempre una actitud realista y pragmática al aceptarla
como un evento natural de la vida; en cambio, en otras culturas
se asume la muerte de manera estoica, tanto por el moribundo
como por sus familiares. En la cultura dominicana, la muerte es
algo más que un acontecimiento natural que debe sobrevenirnos
a todos los seres vivos. Nuestra cultura ha asumido la visión
cristiana y ello nos obliga a tener presente que, para nosotros,
la muerte no solo es un evento natural de la existencia, sino que
también es el momento preciso a partir del cual iniciamos el
camino hacia el más allá o por el cual nos encontraríamos con
nuestro Hacedor.
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Formar parte de estos valores nos obliga a reflexionar
profundamente cuando un ser querido nos pide que le ayudemos a
morir dignamente, sobre todo cuando estamos convencidos de que
esto es lo más humano para él y para nosotros.
En nuestro país es poco frecuente hablar de este tema;
sin embargo, nuestra cultura ha generado sus respuestas, pues
no deja de ser cierto que siempre se ha practicado y se practica la
eutanasia, aunque nunca se le ha llamado por este nombre: “aguas
de las siete tinajas”, “el té de las tres cruces” son solo algunos de los
eufemísticos nombres con que se le llama.
Me imagino que todos conocen lo que significa el concepto
de eutanasia; se trata de un término que proviene del griego eu
(bien) y thanatos (muerte), que debe entenderse entonces algo así
como «muerte buena». En tal sentido se considera eutanasia toda
muerte que sea provocada por motivos piadosos. De más está decir
que el único ser capaz de dar muerte a sus semejantes por motivos
piadosos es el ser humano, dada su condición de res cogitans,
condición que lo hace consciente de sí mismo y del mundo, lo que
naturalmente lo pone en condición de juzgar lo que entiende más
piadoso para él y para sus semejantes.
El caso que les contaré a continuación ocurrió en el barrio
Arroyo Arriba, de Santo Domingo, y podría parecer un caso
intrascendente para quien no se haya visto enfrentado cara a cara al
dolor y a la desesperación de alguien cercano, que en el ocaso de la
vida pide que lo ayudemos a morir. Por esta razón, este caso es una
de las situaciones más difíciles a las que he tenido que enfrentarme,
ya que la persona involucrada era un pariente cercano, al que no fui
capaz de ayudar a morir dignamente, a pesar de que me lo pidió
insistentemente.
Sin embargo, lo penoso de todo esto es tener conciencia
de que Fenelón es solo uno de los miles que mueren a diario bajo
el sol de esta ciudad, sin que existan instituciones estatales con
respuestas efectivas para sus males.
Como bien ustedes saben, mi esposa tiene como profesión
la medicina y, como cosa natural de su profesión, se relaciona con
personas que padecen enfermedades, y ello nos llevó a visitar al tío
Fenelón.
Es costumbre del dominicano visitar a los enfermos; máxime
si se trata de un enfermo terminal. Es que al parecer nadie quiere
perder la oportunidad de compartir un último momento con el que
está muriendo. Para nosotros, el moribundo es un ser especial que
está a punto de pasar a un mundo extraño, mágico, incierto; es una
especie de puente entre la vida y la muerte.
Creo incluso que algunos dominicanos acuden ante la
presencia del enfermo para satisfacer cierta morbosidad, de poder
decir, por ejemplo, lo que el fulano le dijo antes de morir; otros lo
hacen por el temor que le produce el aterrador acontecimiento,
en la creencia de que el futuro muerto podría tomarles en cuenta
cualquier falta de atención; en tanto que otros acudimos en esta
circunstancia de la existencia humana, y prestamos la mayor de las
atenciones, porque sabemos que nada humano nos ha de ser ajeno
y que lo que podemos hacer por el enfermo, lo hacemos realmente
por y para nosotros mismos, dado que nuestra vida no tiene más
sentido que el que le damos con nuestras acciones y que, cuando
somos capaces de sentir amor o dolor por alguien que pasa por su
momento de mayor soledad y abandono, como es el de enfrentarse
a su propia despedida, de algún modo nos enfrentamos a nosotros
mismos.
Es ese trajinar el que nos llevó a casa de Fenelón, un
pariente nuestro, de unos 60 años de edad, que, según se nos
había informado, estaba en sus horas finales, razón por la que
precipitamos nuestra visita. Pero, grande fue nuestra sorpresa al
ver que el hombre al que suponíamos agonizando, estaba más vivo
que cualquiera de nosotros y lo único que le hacía falta era atención.
¡Cruel destino el de aquel que sembró en terreno árido!
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Según el análisis semiótico que realizó mi esposa, esos no
tenían que ser necesariamente los últimos días de Fenelón, pues
con atenciones médicas adecuadas podrían prolongarse sus días
bajo el sol por unos cuatro o cinco años más. De modo que -como
todo extranjero que juzga el problema desde su condición-ofrecimos
a Fenelón y a sus hijos nuestra intermediación para lograr su
hospitalización en uno de los centros de Salud Pública o del Instituto
Dominicano de Seguro Social. Todo ello bajo el entendido de que el
interés de todos era el mismo: prolongarle la vida hasta donde fuera
posible y, en todo caso, procurarle la mejor calidad de vida en su
trance hacia la muerte.
¿Qué nos motivó a actuar de ese modo? Entender en aquel
momento, como entendemos ahora, que «la vida es humana si
posee cierta calidad» y que «no vale la pena vivir si no se vive con
dignidad».
La propuesta nuestra fue acogida con entusiasmo por el
enfermo y por sus hijos. Todo el mundo estuvo de acuerdo en
aquel momento, quizás porque pensaron erróneamente que esto
significaba deshacerse de un problema. Maldita es la existencia del
que mora bajo el sol, pues todo es esfuerzo inútil, ya que Fenelón
fue ‒en sus años de fortaleza‒ uno de los hombres más esforzados
de cuantos han nacido de mujer. Todo ¿para qué?
Y, como preciso reloj, una semana después habíamos hecho
los contactos necesarios y estábamos de regreso en casa de Fenelón,
para transportarlo al hospital Francisco Eugenio Moscoso Puello,
donde mi esposa gestionó su ingreso. Al juzgar los hechos, ahora
en la distancia, pienso que quizás nos precipitamos con nuestra
propuesta, ya que el entusiasmo de la familia duró solo unos días.
Al principio sus hijas se turnaron en las visitas al hospital, pero, a
partir de la segunda semana, nadie estuvo dispuesto a atenderlo o
a pagar los gastos de algún examen y, como ocurre siempre que no
aparece alguien dispuesto a hacerse responsable de estos enfermos,
el hospital lo envió a su casa para que terminara de morir.
Preguntarán ustedes que si nosotros no pudimos haber
hecho algo más, como pagar algún examen de esos o comprarle
algunas medicinas; pues claro que lo hicimos, quizás más de lo
que aconsejaban las circunstancias; y seguramente pudimos
haber hecho algo más, pero no lo hicimos, porque comprendimos
rápidamente el realismo de estos casos. Pues sin la participación
decidida de sus hijos, todo esfuerzo que realizáramos los parientes
indirectos era un esfuerzo inútil, pues el mal que mataba a Fenelón
no era el cáncer de próstata, sino la soledad.
«
cruel es la realidad del hombre pobre que vive bajo el sol
de estas tierras
»
Recuerdo claramente aquel día en el Moscoso Puello cuando
me dijo, «Novas, yo estoy decidío a to’; yo no temo a la muerte; si
hay que morirse ya no me importa; lo que no quiero es seguir con
este dolor, ya no lo aguanto más. Dios me perdone, pero no tengo
familia, todos mis esfuerzos fueron inútiles; tanto trabajar para
que sea una nieta de 14 años la única que se haya compadecido».
Aquellas palabras me parecieron tan terribles, que aún hoy me
quitan el sueño; porque todos los que conocimos a Fenelón cuando
estaba joven y en salud, sabemos que siempre trabajó como un
esclavo para sus hijos; nunca fue parrandero, ni buscó excusas para
rehuir sus responsabilidades; y escucharlo diciendo que todo fue
inútil, es un trago amargo para los que aún trabajamos para los
nuestros.
Lo más triste de todo fue escucharle decir que estaba
dispuesto a tomarse cualquier medicamento o veneno que le
ayudara a morir rápido y sin dolor, para librarse de la desgracia que
significa la conciencia de haber trabajado tanto para merecer tan
poco.
Muchas veces me pregunto si mi actitud de no facilitarle
el veneno que me pedía fue una decisión correcta, pero lo cierto
es que no tuve el valor de volver a su casa, para no enfrentarme
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a la desventura que significa ver a un hombre bueno sufriendo
terriblemente, pidiendo a gritos que le ayuden a morir.
Debo decirles que aunque no fui capaz de volver a su casa,
sí me mantuve al tanto de su evolución, a través de mi madre, que
lo visitaba viernes tras viernes y recibía de él el mismo pedido,
siempre: «Diana, ya no aguanto más, pregúntele a la doctora que si
no aparece algo que me ayude a morir de una vez, tengo más de un
mes que no doy del cuerpo, ni orino; no aguanto más
¡Qué terrible
es no tener familia!».
Este pedido se repitió todas las semanas y ni mi esposa ni yo
nos atrevimos a responder a este llamado, ni a volver por su casa;
seguramente por el temor de sucumbir ante sus pedidos.
Afortunada o desgraciadamente, todo terminó la madrugada
del sábado 16 de marzo de 2002, cuando Fenelón no aguantó más y
se ahorcó, en la soledad de su habitación.
Triste final para un hombre honesto y trabajador. Quizás era
más humana la eutanasia, pues acaso hubiera evitado a su nieta de
14 años el trauma que le significó encontrarlo ahorcado.
Chago, el marxista.
Cualquier persona que no sea un hipócrita respetará el
derecho que tienen las personas de elegir la forma de morir que
mejor les parezca, y la eutanasia es una solución tan humana como
necesaria en casos como el de Fenelón. También es evidente la
irresponsabilidad histórica del Estado Dominicano, que nunca ha
sido capaz de asegurarle una muerte digna a hombres como este,
que han trabajado toda su vida y luego deben morir abandonados
a su suerte, en medio de la pobreza y la incomprensión de sus hijos.
Todo ser humano merece que se le permita tomar sus
propias decisiones, sobre todo cuando se trata de mantener la
dignidad; y una muerte rápida, sin agonía, es mucho más humana
que un sufrimiento irracional y sin esperanza de mejoría futura.
Narciso, el pragmático.
Es cierto lo que dice Chago. En las condiciones de ese señor,
la eutanasia es un imperativo conveniente y práctico, tanto para él
como para la familia. Claro que no vale la pena vivir en condiciones
tan lamentables y mucho menos debemos culpar a la familia por no
dedicarse a su cuidado, porque de seguro ellos tenían sus propios
problemas. Y si él vivió bajo la creencia de que la familia funcionaba
como una especie de seguro social o fondo de pensiones, creo que
hizo una mala inversión, porque donde debió invertir fue en la
educación y no en comida, pues el pan sin letras engendra cerdos.
De todos modos, profesor, a ese señor le faltó pericia, si
realmente quería quitarse la vida, pues debió llamar a la gente
que sabe de ese tipo de cosas. De seguro que cualquier viejo de su
barrio le hubiera resuelto el problema. Por ejemplo, los campesinos
de La Colorada han practicado decenas y decenas de eutanasias:
activas y pasivas, bajo el nombre de té de las tres cruces. El método
puede ser distinto, pero el fin y el resultado es el mismo, muerte
letal y sin sufrimiento.
¿Quién de nosotros no ha escuchado hablar del «agua de
las sietes tinajas» o el «té de las tres cruces», entre otras formas
de producirle la muerte a un enfermo terminal? Yo supongo que
ustedes tienen conciencia de que la liga de agua de siete tinajas
no le produce la muerte ni a un pajarito y mucho menos un té de
tres cruces, si las cruces no son de árboles de corteza venenosa.
De modo, compañeros, que está claro que no se trata de otra
cosa que de un veneno letal, que suprime la vida y el dolor casi
instantáneamente.
Rubén, el hedonista.
Supongo que to’ el vivo sabe lo que pensamos nosotros
sobre cualquier cuestión que implique dolor y sufrimiento; ustedes
saben que nosotros nunca elegiremos el dolor. La vida tiene algún
sentido en tanto nos permita disfrutar de algún placer; fuera de ahí,
no vale la pena.
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Yo sé que existen muchos sufridores, como los estoicos, que
pregonan que el sufrimiento purifica el espíritu, cosa que nosotros
no ponemos en duda; pero, no nos interesa purificar más que
nuestro cuerpo, que es, al fin y al cabo, nuestro único porvenir y
presente, pues nadie vive en la piel de otro. Del asunto del espíritu,
que se ocupe de purificarlo aquel que vino a esta vida a perder su
tiempo; nosotros sabemos que somos este cuerpo y nada más.
El verdadero hombre vive con los pies en la tierra y no espera
nada del más allá ni del más acá; es un ser que odia terriblemente
la mojigatería de algunos infelices que se aferran a unas vidas
miserables y sin futuro.
Elsa, la católica.
¿Qué puedes saber tú, Rubén, sobre lo que es un verdadero
ser humano? ¿Acaso lo eres tú? No creo que una persona que
olvide que la vida es un don maravilloso dado por Dios, esté en
capacidad de decirle a nadie cuál es el sentido auténtico de la vida.
Ciertamente, Rubén, el camino hacia nuestro Señor es un
camino de sacrificios; pero también de felicidad; pues el sufrimiento
solo es un medio para aprender. El sufrimiento de Fenelón fue el
medio que Dios quiso utilizar para que los que lo vieron aprendan.
Creo que la mejor inversión que hace un hombre en su vida es
cuando forma a sus hijos en los valores del cristianismo. Ningún
cristiano abandonaría un pariente a su suerte.
Es evidente que él no aprendió nada en toda su vida y,
aunque pedía perdón a Dios a cada momento, únicamente lo decía
por decir algo, no porque lo tuviera en su corazón, pues el que
conoce a Jesús no se aparta de su camino, y el suicidio va en contra
de su ley. Pues, como decía el Papa Juan Pablo II, en la Encíclica
«Humanae vitae», «la contraseña del católico debe ser su defensa
de la vida en cualquiera de sus etapas o momentos».
Como ustedes pueden ver, nuestra iglesia y su magisterio
siempre ha estado opuesta a cualquier medida que ponga término
a la vida humana, no importa su calidad. Pues quien atenta
contra la vida, por la razón que sea, comete una grave falta ante
Dios. Ahora bien, cada ser humano está dotado de la capacidad
de discernimiento racional, y no vamos a hacer la apología de un
discurso fingido e impracticable, pues son miles los católicos que
aprueban la eutanasia y la practican. Pero, yo hablo con la autoridad
que me da mi propia práctica y no por lo que digan o hagan los
demás que se dicen católicos; yo nunca he apoyado ni apoyaré
ninguna práctica que atente contra la vida.
Amelia, la cristiana.
Bien dicho, Elsa. Estamos en perfecto acuerdo con todo lo
que has expresado; sin embargo, existen ciertos casos en que la
eutanasia es más piadosa que mantener la «vida», tal es el caso de
los enfermos que se mantienen vivos mediante respiración artificial
o que se les está suministrando un medicamento que lo único que
hace es prolongar sus sufrimientos y que, además, mantienen a toda
la familia en un permanente estado de agonía, tanto emocional,
como económicamente.
Sabemos que es un don de Dios dar o quitar la vida, por lo
que es un atrevimiento del hombre querer mantener la vida más
allá de lo que Él ha dispuesto. Dios le ha dado al hombre la facultad
de curar las enfermedades, pero no le ha dado el poder de dar
vida y, cuando una persona es llamada a la presencia del Señor, el
cristiano debe ser conforme con su voluntad.
Yo acepto y he practicado la eutanasia pasiva; es decir, aquella
donde dejamos de suministrarle al enfermo un medicamento que
prolonga el sufrimiento o un aparato mecánico que mantiene
ventilados los pulmones, cuando en realidad la vida consciente ya
ha cesado. Al desconectarlo, simplemente estamos dejando que se
haga la voluntad de Dios.
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Pula, el nihilista
¡Qué buena pesca hicimos hoy, profesor Novas! En vez de
una cristiana, hemos pescado dos. Esto solo viene a demostrar que
la filosofía no ha avanzado nada en estos últimos tiempos y que
caminamos como el cangrejo, p’atrás; pues nadie se atreve a decirle
a la gente que la religión, como la moral, y sus falsas promesas de
una vida mejor en un paraíso, solo es un espejismo; creíble tan
solo por los imbéciles; ya que ni siquiera los sacerdotes, pastores y
predicadores que viven de estas patrañas se las creen.
Dice un amigo mío que no existe nadie más nihilista que el
que vive del púlpito; porque eso si es no creer en nada, vivir de los
demás vendiéndoles ese veneno. Sin embargo, me apena que dos
mujeres jóvenes, inteligentes y hermosas se dejen atrapar de esos
espejismos de la falsa conciencia.
Pienso que estar envuelto en esa maraña de la religión fue
lo que impidió a Fenelón tomar la decisión más correcta desde el
principio, pues lo que hizo al final debió hacerlo desde cuando se
enteró de que su cáncer era terminal. Yo nunca buscaría la piedad
de nadie, mi vida es mía y yo mismo me la quito; la eutanasia puede
ser más humana que el suicidio, pero el suicidio tiene ese toque
personal del «yo quiero», porque es un desprecio absoluto del «tú
debes» de la moral y de la religión.
Los libres no necesitan consejos, ni guías espirituales que
les digan «la vida es un don»; saben que la vida es un instante
irrepetible que debe vivirse con pasión y sin temor. Para todos
los sufrimientos, nuestra sociedad ha creado el remedio ideal:
drogas, sexo, alcohol, violencia y diversión; pero, cuando ninguno
de estos remedios sirve, el suicidio es la mejor de las soluciones
que tenemos para evitar el dolor, la soledad y la miseria de la falsa
compasión humana.
Alex, el kantiano.
Profesor, está visto que Pula, Rubén y Narciso no tienen
remedio, pues todas sus opiniones están fuera de todo lo razonable
y, antes que mejorar a la humanidad, la destruyen.
Profesor Novas.
Alex, ¿no le parece que esas expresiones están llenas de
realidad?, pues nuestra sociedad busca cada vez más ese tipo de
soluciones y no las religiosas o racionales; como son la suya, la de
Elsa y la de Amelia. Estamos de acuerdo en cuanto dices que de
esa manera se destruye lo que de humano hemos logrado; pero es
lo que tenemos hoy, y por esa simple razón es válido escuchar su
discurso, ya que es legitimado día y noche en las calles.
Alex, el kantiano.
Mucho me gustaría decirle que no tiene razón y refutar su
punto de vista, profesor Novas; pero, desafortunadamente, debo
aceptar que esa es la realidad. Sin embargo, usted sabe que nuestra
ética no discurre sobre lo que el ser humano hace, sino más bien
acerca de cómo debe hacerlo; nuestra ética es de fines, no de
medios. Eso mismo podemos decir sobre la eutanasia, el suicidio
y cualquier otro método que pretenda poner fin a la vida bajo el
supuesto de evitar el sufrimiento.
Está claro que una acción de ese tipo es una invitación para
que nuestros hijos, nuestros hermanos y nuestros amigos resuelvan
de manera análoga cualquier dolor de muela.
Preservar la vida es un imperativo categórico de la moral
racional, pues no debemos obrar más que de acuerdo a la máxima
universal que dice: «obra de manera tal que tu acción pueda ser
tomada de modelo para todos los seres racionales»; está claro que
solo predicamos con nuestro propio ejemplo.
De esa manera quedará claro que no hay ninguna razón
o argumento que justifique el uso de la eutanasia, ni siquiera la
eutanasia pasiva que Amelia, irresponsablemente, defiende.
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Finalmente, profesor Novas, debo recordarles a los
muchachos que aquello que le hacemos a nuestra propia persona
también se lo hacemos a la humanidad completa; ya que en
nosotros ‒como individuos‒ está representada la humanidad
entera; en tanto cada ser humano es un fin en sí mismo, nunca
un medio.
Y, cuando apoyamos el suicidio asistido, estamos tomando
como medio a ese sujeto y no como un fin. Con esto quiero decir
que lo peor que Fenelón pudo haber hecho fue suicidarse, por
cuanto su acción demuestra su desprecio de todos los valores de
la humanidad; y si tanto amaba a esa nieta, debió resistir hasta
el final para decirle, aunque fuera a ella sola, lo mucho que la
amaba; pues, aunque la vida le resultaba un estorbo, la preservaba
porque no quería darle un mal ejemplo.
Karlos, el existencialista.
Profesor Novas, en esta ocasión, voy a limitar mi
participación a decir que cada hombre elige lo que considera
mejor para sí mismo y para los demás. Si se asume, consciente
y voluntariamente, que la eutanasia es una buena solución; pero
debe ser decisión exclusiva del enfermo que padece la dolencia.
Por eso el Estado debe reglamentar este asunto para evitar que se
utilice este medio para evadir responsabilidades; dado que podría
darse el caso de que las personas que rodean a un enfermo quieran
salir de él y usen la excusa del motivo «piadoso», evadiendo así
la responsabilidad moral y legal que conlleva decidir abandonarlo
o matarlo.
Cada ser humano es dueño de sí mismo y nadie puede
elegir por él. Yo, por lo pronto, estaría dispuesto a asistir a
alguien que quiera suicidarse o inyectarle drogas mortales, si se
encuentra en un estado agónico, donde ya no puede decidir, si
me ha manifestado anteriormente que le gustaría ser librado del
sufrimiento mediante la eutanasia.
La libertad de elección es algo que debe respetarse, aun
en las ocasiones en que no estemos de acuerdo.
Recuerde, profesor, que la vida no es más que el sentido
que cada uno de nosotros le da con sus acciones y decisiones. Y
la muerte no es más que un episodio más de nuestra existencia.
Joseph, el estoico.
Profesor, aunque les parezca extraño a muchos de los
que están presentes, nosotros, que llamamos al ser humano a
buscar la felicidad por medio al sacrificio personal en beneficio
del bienestar de los demás, somos los primeros que, en casos
como estos, en los que está de por medio una grave dolencia, no
ponemos reparo alguno en tomar la decisión de quitarnos la vida
por medio del suicidio o de la eutanasia.
Profesor Novas.
¿No les parece contradictorio que ustedes, que son
capaces de sacrificarse por dolencias ajenas, son los primeros en
abandonar esos postulados y tomar la salida que parece menos
estoica?
Joseph, el estoico.
Profesor, usted acaba de decir la clave de la filosofía
estoica; pues, solo en apariencia, la eutanasia no es estoica; ya
que, si usted analiza las premisas fundamentales de nuestro
pensamiento, se dará cuenta de que la eutanasia o el suicidio es
lo más estoico que puede existir.
De modo que es comprensible que el estoico no se aferre
afanosamente a la vida; sobre todo, en condiciones tales que, más
que contribuir a que el hombre crezca espiritualmente, reduce
sus capacidades de entendimiento. El estoico vive de acuerdo a la
naturaleza y, negarse a morir con dignidad es un acto de cobardía
suprema, ya que lo natural es dejar que las cosas pasen como
deben pasar.
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Naturalmente, la elección que hacemos para nosotros no
tienen que ser válidas para todo el mundo; nuestra filosofía postula
que se le permita al ser humano mantener su dignidad. Pero el
suicidio o la eutanasia debe ser una decisión del que padece la
dolencia; nunca una decisión del Estado, los familiares o los amigos,
a menos que el enfermo haya expresado antes su voluntad de morir.
Recuerden que entre los romanos era práctica frecuente que
una persona, una vez entrado en edad o en el comienzo de una grave
enfermedad, para la cual no se conocía ningún tratamiento médico
efectivo, «un día cualquiera, como el no quiere la cosa, se despedía de
todos sus amigos, elegía el momento más adecuado y se suicidaba».
Todo ocurría, sin que a nadie le pareciera una cosa del otro
mundo, sino algo natural. ¿Qué puede ser más humano que esto?
Pula, el nihilista.
¿Verdad, Joseph, que han sido los cristianos los que han
torcido el sentido de la cultura de Occidente, con sus supersticiones?
Joseph, el estoico.
Yo no diría tanto como eso, Pula, pero, antes de su llegada,
Occidente aceptaba la muerte como parte del orden natural de las
cosas, sin buscar nada en el más allá.
Esteban, el aristotélico.
Profesor, me gustaría retomar algo que muy pocos han
analizado y que fue planteado por usted; me refiero al concepto
«calidad de vida»; porque, según pienso, ahí está la clave de la
cuestión. Si la vida se convierte en algo calamitoso, creo que es
inhumano empeñarse en mantenerla. Esto no quiere decir que
no se agoten todos los medios para lograr que el paciente consiga
mejorar su calidad de vida; pero, una vez agotados estos recursos, la
eutanasia es una solución aceptable moralmente; proceder de otra
manera sería negarse a aceptar la muerte como un acontecimiento
natural de todo ser vivo.
Obra moralmente incorrecto quien le niega medicina a quien
puede recuperar la salud o una cierta calidad de vida dentro de su
estado de malestar; pero también obra incorrectamente quien se
empeña en suministrar un medicamento o en aplicar un medio que
lo único que hace es prolongar el sufrimiento de la persona.
Profesor Novas.
Finalmente, en blanco y negro, ¿quiénes están de acuerdo
con la eutanasia?
Pula.
Yo estoy de acuerdo.
Alex.
Yo me opongo a todo tipo de eutanasia.
Elsa.
Nunca aceptaré ese crimen.
Amelia.
Solo estoy de acuerdo con la eutanasia pasiva, nunca con la
eutanasia activa.
Karlos.
Totalmente de acuerdo con el derecho a elegir.
Esteban.
Estamos de acuerdo.
Joseph.
Enteramente de acuerdo: la muerte es algo natural, no es
una tragedia.
Alex, el kantiano.
¿Y usted, profesor, está de acuerdo?
EULOGIO SILVERIO EL PROBLEMA DE LA ELECCIÓN MORAL
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Profesor Novas.
Le respondo en otra ocasión, pero ya usted vio que no fui
capaz de hacerlo; sin embargo, para mí mismo estaría de acuerdo.
Recuerden que el próximo tema es la cuestión de la
ingeniería genética y la clonación
Nos veremos…
CUESTIONARIO
La eutanasia
1. ¿Estaría usted en disposición de autorizar la
eutanasia a un ser querido que padezca una enfermedad terminal
y que esté sufriendo terriblemente?
2. ¿Si usted se encontrare en la situación de Fenelón,
optaría por la eutanasia?
3. ¿Qué consideración le merecen las afirmaciones del
profesor Novas, en el sentido de que «la vida es humana si posee
cierta calidad y que no vale la pena vivir, si no se vive con dignidad»?
4. ¿Está usted de acuerdo con la actitud de Novas
de retirarse del entorno de Fenelón «para no verse tentado a
suministrarle un medicamento que terminara con su sufrimiento»?
5. ¿Qué lectura podemos hacer del discurso de
Fenelón? “Novas, yo estoy desedío a to”, yo no temo a la muerte;
si hay que morirse ya no me importa. Lo que no quiero es seguir
con este dolor, ya no lo aguanto más. Dios me perdone, pero no
tengo familia, todos mis esfuerzos fueron inútiles. Tanto trabajar,
para que sea una nieta de 14 años la única que se ha condolío de
mí».
6. ¿Qué consideración le merecen las expresiones del
marxista en el sentido de que «Todo ser humano merece que se
le permita tomar sus propias decisiones, sobre todo cuando se
trata de mantener la dignidad; y una muerte rápida, sin agonía, es
mucho más humana que un sufrimiento irracional y sin esperanza
de mejoría futura.»?
7. ¿Está usted de acuerdo con la visión del pragmático
«Quién de nosotros no ha escuchado hablar del «agua de las siete
tinajas» o el «té de las tres cruces», entre otras formas de producirle
la muerte a un enfermo terminal? Justifique su punto de vista.
8. ¿Cómo se puede valorar la postura existencialista
frente a la eutanasia?
9. ¿Con cuál de estos personajes se identifica usted?
Explique por qué
10. Critique brevemente la postura de los demás
personajes.
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AUTONO
LA EUTANASIA
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