Ayer conversaba con varios amigos en el salón de profesores de la Facultad de Humanidades sobre la muerte de la vida privada y la forma ridículamente ingenua en que hemos estado dispuestos a regalar los datos de nuestra intimidad más intima que constituyen nuestro ethos personal a cambio de los “beneficios” de vivir hipercomunicado e interconectado.
La generalidad de los presentes en la discusión asumió como un hecho incontrovertible la desaparición absoluta de nuestra privacidad. Es una idea generalizada entre los académicos que la gran cantidad de datos que captan y almacenan empresas como Google, Facebook, Twitter, Apple entre otras tienen como finalidad última ser utilizada para la publicidad, el mercadeo político y el control social por parte de los distintos estamentos del Estado.
Sin embargo, pocos maestros intuyen los verdaderos motivos que motivan a estas grandes empresas a brindarnos de manera gratuita los maravillosos servicios que recibimos.
La mayoría de las personas no alcanzan a ver dónde está el negocio de Google al colocar en nuestras manos servicios tan extraordinarios y eficientes como Google Map y Waze. El gran negocio está en saber las rutas que realizamos diariamente, cuantas horas, minutos y segundos permanecemos en cada locación.
El buscador de Google por otra parte sabe cuáles son las páginas que visitamos diariamente, cuales contenidos buscamos con más frecuencia, que tiempo dedicamos a cada contenido, a qué hora entramos a determinadas páginas, que tipo de equipos usamos y en qué lugar estamos cada vez que nos conectamos.
Google assistant, Siri, Alexa y Cortana nos conocen mejor de lo que sospechamos y podrían hacer más por nosotros si les diéramos la autoridad para compartir nuestra información con los asistentes de nuestros amigos. Con toda esa información y los algoritmos adecuados podrían informarnos sobre la probabilidad de éxito que tiene el negocio que pensamos realizar con un relacionado o cuál es la persona de nuestro círculo con la que nos iría mejor en una relación romántica.
Facebook sabe cuáles son tus amigos, las fotos y los videos que más te gustan, con qué persona tiene una relación más allá de la simple amistad, si te comunica a través de mensajería privada, por el chat, por Whatsapp o Instagram.
Empresas como Amazon, podrían cuando las leyes lo permitan, por medio de la inteligencia artificial leer nuestro rostro mientras nosotros leemos cualquier texto en formato digital, vemos un vídeo o una película. Esto permitirá saber cuáles palabras nos entristecen, cuales nos hacen reír, cuales párrafos y contenidos nos aburren tanto que nos hacen dejar la lectura, como cambia nuestro ánimo al ver determinados contenidos o escuchar algún sonido.
Muchos se preguntaran sobre cuál sería el objeto de captar toda esta información. Por lo pronto se me ocurre que esta data podría ser de mucha utilidad a la hora de escribir un nuevo libro, hacer un video o una película, pues se podrían eliminar los contenidos que resulten de poco interés y concentrar esfuerzos en producir aquellos que tienen amplia aceptación.
Dice Yuval Harari en 21 lecciones para el siglo XXI que “La tecnología no es mala. Si sabes lo que quieres hacer en la vida, tal vez te ayude a obtenerlo. Pero si no lo sabes, a la tecnología le será facilísimo moldear tus objetivos por ti y tomar el control de tu vida. Sobre todo porque la tecnología es cada vez más sofisticada a la hora de entender a los humanos, por lo que puedes verte sirviéndola cada vez más, en lugar de que ella te sirva. ¿Has visto a esos zombis que vagan por las calles con la cara pegada a sus teléfonos inteligentes? ¿Crees que controlan la tecnología, o que esta los controla a ellos?”
Lo que realmente resulta preocupante de todas estas especulaciones es lo que podría resultar de las revoluciones en la biotecnología y la infotecnología. El propio Harari en Homo Deus nos informa que “…las ciencias de la vida las que han llegado a la conclusión de que los organismos son algoritmos. …cuando los biólogos llegaron a la conclusión de que los organismos son algoritmos, desmantelaron el muro que separaba lo orgánico de lo inorgánico; transformaron la revolución informática, que pasó de ser un asunto simplemente mecánico a un cataclismo biológico, y transfirieron la autoridad de los individuos humanos a los algoritmos conectados en red.”
Siendo así las cosas, los estados y las grandes corporaciones poseedoras de nuestra data personal estarán en capacidad de manipularnos a voluntad. El mismo Harari señala que la combinación de los conocimientos de nuestro funcionamiento biológico y la información personar “A medida que la biotecnología y el aprendizaje automático mejoren, será más fácil manipular las emociones y los deseos más íntimos de la gente…”
Solo algunas personas están aterrorizadas por las grandes amenazas que se ciernen sobre nuestra libertad individual, toda vez que en el futuro próximo las grandes corporaciones y los estados poseerán la biotecnología y la infotecnología para crear algoritmos que controlen nuestras acciones, pero cientos de millones aceptan sin ningún reparo despojarse de sus datos.