Mientras tanto, desde una perspectiva liberal, el miedo puede adquirir la forma de “furia”, de un ímpetu terrible por destruir a los opresores confundido con el ideal de justicia.
El debate político internacional del año 2020 estuvo protagonizado por la política del odio, un conjunto de prácticas dirigidas a obtener y preservar el poder mediante la confrontación pública y la demonización de los rivales ideológicos.
La política del odio se relaciona con el miedo, una emoción que forma parte de nuestra historia evolutiva, necesaria para nuestra sobrevivencia como especie, pero dañina si es exacerbada políticamente. Este es uno de los temas centrales del texto La monarquía del miedo, obra escrita por la filósofa estadounidense Martha Nussbaum, publicada por Paidós.
Como señala Nussbaum, el miedo es una emoción primaria -fundamento de otras emociones- que socava las bases de cualquier proyecto para una sociedad democrática. Está siempre latente, emergiendo en situaciones de crisis e incertidumbre, adquiriendo la forma de: ira, xenofobia, racismo, misoginia, o estigmatización.
Contrario a como suele pensarse, el miedo, transformado en la “demonización del otro”, no es un comportamiento exclusivo de los llamados sectores conservadores. También, en los movimientos liberales del espectro político, el miedo emerge como una emoción que obnubila la mirada de los demás, dificultando comprender las intenciones humanas y la complejidad de las situaciones políticas.
Así, desde una perspectiva conservadora, el miedo a perder “las raíces”, los viejos valores de la tradición, o los ideales que han ayudado a conformar una nación, hacen que una propuesta significativa de renovación sea vista con recelo, como el perverso deseo de destruir el hogar común.
Mientras tanto, desde una perspectiva liberal, el miedo puede adquirir la forma de “furia”, de un ímpetu terrible por destruir a los opresores confundido con el ideal de justicia.
Ante semejante escenario, no es posible un debate razonable sobre nuestras formas de vida, porque el discurso se intoxica con la suspicacia de que los demás sólo quieren destruir a mi clan, a mi familia y a mí mismo.
Y como consecuencia, se destruye la posibilidad de hallar soluciones a situaciones problemáticas que requieren la cooperación de ciudadanos con perspectivas filosóficas muy distintas de los problemas.
En mis próximos artículos, pretendo abordar el problema del miedo y sus consecuencias desde la lectura de Nussbaum. De paso, mostraré la importancia de que nuestro análisis de los problemas políticos, entre ellos, el de la construcción de una ciudadanía democrática, se aborde tomando distancia del clásico discurso intelectualista de la filosofía occidental, asumiendo una epistemología de las emociones.
Fuente: El reino del miedo | Acento