«En el sexo hay de todo: metafísica, moral, estética, psicología y… política»

Para el filósofo francés Alexandre Lacroix (Poitiers, 1975) la forma de tener sexo en la actualidad está determinada por lo que denomina freudporn, un guion orientado al rendimiento y a la eficacia del último momento. Los preliminares, el ritmo, los cambios de posición, las conversaciones, la dominación, el orgasmo… En su nuevo ensayo, ‘Aprender a hacer el amor’ (Arpa), Lacorix trata todos estos temas desde la filosofía, diseccionando los condicionamientos que obstaculizan el camino hacia un acto de amor plenamente realizado.


¿Por qué tenemos que aprender a hacer el amor?

Todos hemos aprendido a hacer el amor, pero existe la idea errónea de que es una cuestión del cuerpo, de impulsos y hormonas; que es natural e instintivo. Y aunque no se estudie en la escuela como las matemáticas, hemos aprendido a hacer el amor a través de encuentros, parejas, películas, pornografía, libros… La forma de hacerlo en 2022 está muy estandarizada y sorprendería tanto a un inglés victoriano como a un griego de la Edad de Oro ateniense. La sociología de la sexualidad, y en particular la «teoría del guión sexual» desarrollada en 1973 por los investigadores estadounidenses John Gagnon y William Simon, demuestra que en el acto sexual hay poco margen para el azar o la espontaneidad: nos ajustamos a guiones, hay comportamientos esperados. Desde la seducción hasta el acercamiento de los cuerpos hay anomalías, cosas inquietantes que no se aceptan: se produce un bricolaje sobre la base de un guión tácito. Pero si quiero terminar de convencerte de que hemos aprendido a hacer el amor, solo tengo que proponer un experimento mental: imagina que siempre has tenido relaciones heterosexuales y que esta noche vas a tener una experiencia homosexual (o al revés); aunque hayas leído o visto cosas, te encontrarás en la situación de un principiante y la otra persona se dará cuenta de que no tienes experiencia. Entonces hay dos resultados posibles: o piensa que eres un inútil o decide enseñarte.

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¿Es necesario abordarlo desde el punto de vista filosófico? ¿No es suficiente la sexología?

Existe una antigua tradición literaria, la de las artes eróticas, que se ha visto eclipsada por el discurso sexológico en la época contemporánea. Pienso en Arte de amar de Ovidio o en el Kamasutra, escrito en el norte de la India en el siglo III. Son obras que siguen siendo muy bellas desde el punto de vista literario y filosófico y, sin embargo, están totalmente desfasadas con respecto a nuestra civilización, que lleva las huellas de la liberación sexual, así como los avances del feminismo y la condición de la mujer. Me pareció interesante probar a inventar un arte erótico para nuestro tiempo con el reto de imaginar una representación de la sexualidad diferente de la de la pornografía, sin ser moralizante. Se trata de valorar la relación erótica, de darle un alcance existencial y filosófico en lugar de reducirla a una gimnasia orientada al rendimiento y al orgasmo.

¿Esa obsesión de la sociedad actual por acostarse con cuantas más personas, mejor, ha convertido al sexo en algo frío?

El número de parejas sexuales no es en sí mismo un problema. Puede incluso considerarse un enriquecimiento personal. El conflicto empieza cuando surge una relación plana y consumidora con los compañeros de cama. Lo que me sorprende hoy es la similitud entre las aplicaciones de citas y las compras online: tener un match en Tinder es como pedir una pizza por Deliveroo, un capricho en mitad del fin de semana. Salgo saciado, pero un poco asqueado. Esta reducción del acto sexual a una mercancía accesible en unos pocos clics no es moralmente problemática, pero proporciona placeres efímeros y sin respuesta.

¿Tinder ha contribuido a frivolizar el sexo?

Las aplicaciones de citas te dan un «precio», es decir, una calificación de deseabilidad. Cuando creas tu perfil, las algoritmos establecen una clasificación básica basada en tus características, incluida tu edad. Es en un torneo de ajedrez: si te elige alguien que tiene más puntuación que tú, subes; si te elige alguien que tiene menos puntuación que tú, bajas. Así es como la IA garantiza que no se empareje a un estudiante de literatura de 20 años con un fontanero divorciado de 55, sin intervención del ojo humano. Eres como un bitcoin: tu valor fluctúa en función de las interacciones.

Aborda en el libro que Freud ha tenido una enorme influencia en nuestra representación del sueño sexual. ¿Ha llegado el momento de superar las ideas de Sigmund?

Si eres heterosexual y piensas espontáneamente en lo que podrías hacer con un ligue de una noche, visualizando el encuentro sexual en cuestión, es probable que tengas en mente más o menos la misma secuencia que tu vecino. Estos es lo que yo llamo «freudporn», un neologismo para explicar el guion actual, que bebe de dos fuentes: el psicoanálisis y el porno. En sus tres ensayos de teoría sexual de 1905, Freud establece un ciclo sexual supuestamente sano y normal: juegos preliminares, penetración, eyaculación del hombre en el interior de la cavidad vaginal. Este escenario se asemeja a un drama aristotélico, con la exposición, la trama y el desenlace. El porno convencional, especialmente el vintage, sigue este mismo patrón. Esto es problemático en más de un sentido: por un lado, el placer de las mujeres no se tiene en cuenta en la inmensa mayoría de las películas porno y, por otro, los espectadores masculinos pueden sentirse cohibidos por las actuaciones que ven en pantalla o desarrollar una concepción de la sexualidad que perjudica a sus compañeras. A pesar de los avances de las últimas décadas, tengo la sensación de que somos más conformistas de lo que creemos.

Como dices, tradicionalmente ha existido una relación de poder en el sexo en la que impera el disfrute masculino. ¿Cómo se pueden estas ideas dentro de una relación sexual?

Me impactó leer Coïts, un ensayo de 1987 de la autora feminista Andrea Dworkin. Se trata de un libro muy fino y complejo de literatura comparada, en el que destaca que el acto sexual habitual de un hombre sobre una mujer se vive como una depredación. Su advertencia, que yo relacionaría con la crítica del «freudporn», es muy interesante. Dworkin tiene el mérito de hacer estallar la ingenua opinión de que la dominación masculina solo existe en la sociedad y no en el dormitorio, como si todas las relaciones políticas se detuvieran en la frontera de lo íntimo. Lo cierto es que se ha tendido a presentar la sexualidad como el ámbito incivilizado por excelencia, el lugar de la transgresión, del salvajismo, de lo inefable.

En realidad, la relación sexual contiene toda una serie de actos y palabras, posiciones de dominación, que no son más que la prolongación exacta de la dominación en la esfera política y económica. Una vez leído el libro, piensas: «Vale, tiene razón. ¿Y ahora qué hacemos?». Resolver el problema político y económico es necesario, pero no podemos esperar varios años o décadas antes de tener sexo. En lugar del igualitarismo sexual, que rechazaría toda forma de dominación entre individuos, lo que al final sería aburrido, propongo el modelo de la «circulación del poder»: se pueden mantener los juegos de dominación, pero no debe ser siempre el mismo reparto de papeles entre hombres y mujeres. Debe haber juego, fases de transición o ambivalencia, sin saber quién gana al final.

¿El sexo puede tener una finalidad propia?

Está claro que el sexo es una actividad placentera en sí misma. No tiene un fin externo, que es el orgasmo. La obligación de disfrutar se ha exagerado. Para la sexóloga Shere Hite, una mujer está totalmente desposeída de su sexualidad si no se corre, y el orgasmo es el objetivo tanto de la masturbación como del coito. Esto provoca mucha ansiedad y estrés: el hombre se dice a sí mismo que no es un buen amante si no ha conseguido que su pareja se corra, la mujer se siente culpable si no se ha corrido, porque se dice a sí misma que es demasiado fría, que no sabe cómo hacerlo, que no podrá retener al hombre… Propongo cambiar esta mentalidad. En el libro, cito a un especialista en tao sexual que dice lo siguiente sobre el placer: «Imagínatelo como un paseo por un valle verde en primavera. No se sale a pasear porque sea agradable quitarse los zapatos al final, se hace por el placer del camino».

¿El sexo tiene que estar politizado?

Todo es política. Pero politizar el sexo no es necesariamente estar en contra del sexo. Al contrario, se trata de hacer que la relación sexual sea más rica y consciente. Añade una dimensión. Mi idea es que en el sexo hay de todo: metafísica, moral, estética, psicología y… política.

En su anterior libro, El nacimiento de un padre, habla de la trasformación de las rutinas con el nacimiento de un hijo. ¿Se puede mantener el romanticismo cuando se tiene un bebé?

Evidentemente, esto requiere cierta organización, pero, en términos más generales, las parejas estables tienen que enfrentarse a la dimensión de la costumbre. En mi ensayo dedico un capítulo al hábito, que se considera demasiado negativo: no es solo rutina. El filósofo Félix Ravaisson piensa que el hábito está estrechamente relacionado con la novedad. En una pareja, establecemos un hábito porque ha surgido algo en el presente, un gesto, una postura que nos ha gustado. Cada pareja tiene su «plato estrella», como decimos en el ámbito gastronómico. El hábito es un intento de traer al presente un encanto del pasado. La primera vez, no sabes cómo hacerlo. Así que el hábito tiene un lado positivo. Pero a veces el hábito pierde su savia. Puedes hacer una cosa durante tres años y luego pasar a otra, y no sabes muy bien por qué. No hemos hablado de ello, es una especie de placa tectónica de la intimidad. En una pareja, el guion evoluciona, se enriquece, se empobrece a veces; lo importante es que se mueva, que siga vivo.

Visto en: https://ethic.es/2022/12/sexo-porno-alexandre-lacroix/

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