Donald Davidson y lo que significan las metáforas

Alejandro Villamor Iglesias

El filósofo Donald Davidson comienza su trabajo “Lo que significan las metáforas” afirmando que la interpretación de la metáfora no requiere de un esfuerzo creativo entre emisor y receptor guiado por reglas (p. 564). Esta idea se explicita en la primera nota a pie de página, contraponiendo esta tesis con la de Max Black. Más allá de este hecho, la principal tesis que defiende el autor norteamericano en este artículo es que el significado de las metáforas se reduce al significado literal de las palabras que la componen (p. 564). Esto es, las metáforas no tienen ningún significado oculto más allá de la literalidad. Como el mismo autor reconoce, esta es una tesis altamente polémica en la medida en que se enfrenta contra ciertos “puntos de vista contemporáneos” según los cuales la metáfora tiene, precisamente, un significado o sentido añadido al literal (p. 565). Esta es una idea compartida tanto por críticos literarios como Richards, filósofos como Black, psicólogos como Freud o lingüistas como Lakoff (p. 565).

Dentro de este último punto de vista algunos sostienen, respecto a la paráfrasis, que las metáforas son susceptibles de ser parafraseadas literalmente, y otros que no (p. 565). Sin embargo, Davidson añade que bajo su punto de vista las metáforas no son parafraseables (p. 565). Ahora bien, esto no responde al mismo motivo que autores como los anteriormente nombrados, sino que para Davidson las metáforas no se pueden parafrasear por la simple razón de que, al reducirse su significado a la literalidad, no hay nada que parafrasear (p. 565). En relación con esto, el autor toma distancia de aquellas posturas, por ejemplo, las del neopositivismo lógico, que han negado que las metáforas tengan un contenido cognitivo aparte del literal, por lo que rechazan su uso para el ámbito filosófico o científico (p. 565). Por la contra, para Davidson las metáforas sí tienen utilidad en estos campos, ya sea en el “elogio”, la “descripción” o, por ejemplo, la “prescripción”, aunque ello no se deba a ningún significado oculto más allá de la estricta literalidad (p. 565). Este uso productivo de las metáforas, sea en el campo filosófico o en el científico, conduce inmediatamente a la distinción entre el uso y el significado de las palabras. Una diferenciación dentro de la cual la metáfora pertenecería “exclusivamente” al ámbito o dominio del uso (p. 566). En concreto, este es un uso imaginativo de las palabras y de las oraciones que se encuentra en dependencia con el único significado que tiene la oración metafórica, que es el literal (p. 566).

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Acorde a la teoría de la metáfora davidsoniana, la recurrencia al significado metafórico no serviría para poder explicar el modo en que las palabras de la metáfora funcionan (p. 566). Por la contra, ideas como las de significado o verdad metafórica “no explican la metáfora, sino que es la metáfora la que las explica” (p. 566). Es decir, la reducción del significado de la metáfora al significado literal de sus palabras, reiteremos, supone que este supuesto significado metafórico se aloje ya en la metáfora (p. 566).

Según Davidson, en el estudio de las metáforas la cuestión del significado metafórico se ha introducido como consecuencia de la similitud a la que la metáfora nos remite (p. 567). Así, ante el uso metafórico de algunas palabras como “niño” aplicado a un adulto, existe la tendencia a buscar un significado metafórico que encaje (p. 567). Este problema nos dirige a la propuesta que entiende la metáfora como un significado extendido acorde a la cual el uso de la metáfora supone la construcción de un nuevo significado en relación con la extensión de la palabra que se use (p. 567). De esta manera, cuando decimos de un adulto que es un niño, estaríamos diciendo literalmente que es un niño. Y aquí reside precisamente el principal inconveniente de esta propuesta, que impediría el uso de la metáfora: “hacer una metáfora es asesinarla” (p. 567).

Asimismo, se puede entender a la metáfora como una especie de ambigüedad. Es decir, dependiendo del uso que se haga de ella, la oración puede tener un determinado significado en un contexto ordinario y otro en un contexto metafórico (p. 568). Ahora bien, esta no sería una propuesta aceptable en la medida en que “en el contexto metafórico no tenemos necesariamente dudas sobre su significado”, de hecho, generalmente se capta sin problema que se está dando una metáfora (p. 568). El uso metafórico de una oración no tiene por qué ser necesariamente ambiguo. Empero, existe otra posible manera de entender a la metáfora como una forma de ambigüedad en la cual una expresión tiene varios significados posibles (p. 568). Con todo, si bien este se considera un “dispositivo legítimo” en tanto “juego de palabras” (p. 568), no se puede afirmar lo mismo respecto a su estatus como metáfora pues, según el autor, no lo es. Pero aun manteniendo este punto de vista se podría decir que los términos metafóricos son ambiguos al tener un significado literal y otro figurado que se encontrarían conectados por una especie de regla que diría algo así como que “en su papel metafórico la palabra se aplica a todo lo que se aplica en su papel literal” (p. 569). Esta sería una concepción a su vez muy similar a la posición de Frege respecto al significado de los términos en los contextos oblicuos, según la cual aquí se produciría una especie de regla que diría algo así como que “el significado de la palabra en los contextos especiales hace que la referencia en esos contextos sea idéntica al significado en los contextos ordinarios” (p. 569). Empero, más adelante el filósofo norteamericano descarta la analogía de estas concepciones planteando un contraejemplo destinado a mostrar que es preciso admitir una diferencia entre el uso metafórico de una palabra y uno que sea, aunque desconocido, literal (p. 570). Una cosa es aprender a usar una palabra, y otra cosa es emplearla efectivamente. Las metáforas muertas vendrían a mostrar el nuevo uso que se hace en la metáfora de una palabra ya conocida (pp. 570-571). Tal y como se ilustra con el uso actual del término “boca” para referirse a los ríos y a las botellas (p. 571).

Davidson apunta a que existen dos teorías que relacionan el símil con la metáfora. Según la primera de ellas la el significado de una metáfora es idéntico al significado “literal de un símil correspondiente” (p. 572). La otra identifica la metáfora con un símil elíptico (p. 572). Mientras que la primera establecería una diferenciación entre la metáfora y el símil relacionado, la segunda es una teoría más simple al suprimir esta distinción identificándolas a ambas (p. 572). Con todo, ambas compartirían el error de hacer que el significado oculto de la metáfora “sea demasiado obvio y accesible” (p. 572). Un significado, este, que se encontraría observando el significado del símil correspondiente. A pesar de que este problema ha sucedido que esta propuesta ha sido generalmente aceptada debido a que ha sido confundida con otra teoría (p. 573). El error se toparía en que según esta última teoría, objeto de confusión, el significado de la metáfora iría más allá del significado del posible símil correspondiente (p. 573). Por otra parte, las metáforas y los símiles se distinguirían semánticamente al ser los símiles verdaderos, mientras que casi todas las metáforas son falsas (p. 575).

Como en el caso de los símiles, las metáforas también se diferencian de las mentiras. Si bien una oración puede emplearse sin cambiar su significado tanto para hacer una metáfora como para mentir (p. 577), la diferencia se establecería en el uso que se hace de dicha oración (p. 577). Cuando mentimos lo que estamos haciendo es hacer una aserción de tal manera que estamos dando la impresión de creer algo que en realidad no creemos (p. 577), mientras que la metáfora, dice literalmente Davidson, “no se ocupa de esta diferencia” (p. 577).

Finalmente, en lo que concierne a las teorías que quieren “sacar a la luz” el contenido de las metáforas, sugiere Davidson que, de ser cierto que las metáforas tienen un contenido cognoscitivo especial, ¿por qué les resulta tan difícil a estos teóricos sacar este contenido a la luz? (pp. 578-579). Para solucionar este problema la propuesta del filósofo pasa por abandonar la idea de que la metáfora transmite un mensaje (p. 579). Es decir, abandonar la idea de que las metáforas tengan el susodicho contenido cognoscitivo oculto de alguna forma. De esta manera, el principal error que cometen los defensores de la existencia de ese contenido cognoscitivo consiste en confundir el contenido de la metáfora con su efecto (pp. 579-580). Para Davidson, en cualquier caso, no existe ningún contenido oculto en cada metáfora (p. 581), sino que su riqueza estriba en hacer “ver una cosa como otra” a través de un enunciado literal que “dispare” la intuición del individuo hacia ese fin (p. 582).

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