El proceso de conocimiento Humeano (II)

Alejandro Villamor Iglesias

Los materiales del conocimiento: las percepciones

Sumergiéndonos en la obra humenana, la denominación que nuestro autor otorga a las experiencias del sujeto cognoscente —a todos los contenidos de nuestra mente[1] en general— no es otra que la de percepción. Cualquier contenido de la mente, pues, es ya una percepción, proveniente siempre, asimismo, de la experiencia. Así, mientras en Locke y Berkeley estos contenidos de la mente en general eran las ideas, Hume los denomina percepciones, siendo las ideas un tipo concreto de percepción.

Siguiendo a Locke, Hume considera que las percepciones no son homogéneas, sino que se puede constatar claramente que existen diferencias de índole cualitativa:

Everyone will readily allow, that there is a considerable difference between the perceptions of the mind, when a man feels the pain of excessive heat, or the pleasure of moderate warmth, and when he afterwards recalls to his memory this sensation, or anticipates it by his imagination. These faculties may mimic or copy the perceptions of the senses; but they never can entirely reach the force and vivacity of the original sentiment (…) All the colours of poetry, however splendid, can never paint natural objects in such manner as to make the description be taken for a real landscape. The most lively thought is still inferior to the dullest sensation (Hume, 2004, 52).

Si bien en Locke hablábamos de ideas simples y de ideas complejas, en Hume los contenidos de nuestra mente se dividen en impresiones e ideas (a pesar de la extensión de la cita, consideramos importante reproducirla en su totalidad por su enorme relevancia para la cuestión):

Todas las percepciones de la mente humana se reducen a dos clases distintas, que denominaré impresiones e ideas. La diferencia entre ambas consiste en los grados de fuerza y vivacidad con que inciden sobre la mente y se abren camino en nuestro pensamiento o conciencia. A las percepciones que entran con mayor fuerza y violencia las podemos denominar impresiones; e incluyo bajo este nombre todas nuestras sensaciones, pasiones y emociones tal como hacen su primera aparición en el alma. Por ideas entiendo las imágenes débiles de las impresiones, cuando pensamos y razonamos; de esta clase son todas las percepciones suscitadas por el presente discurso, por ejemplo, con la sola excepción de las que surgen de la vista y del tacto, y con la del placer o disgusto inmediatos que este discurso pueda ocasionar (Hume, 2005, 43).

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Así pues, la principal distinción establecida por el escocés entre las impresiones y las ideas reside, esencialmente, en el grado de vivacidad y fuerza con que se presenta a nuestra conciencia. No obstante, tal y como nos indica García Roca en la obra citada, no está del todo claro hasta qué punto (o en qué sentido) es esto así. Al llevar a cabo una exégesis más pormenorizada de las propias palabras de nuestro filósofo, se muestra patente que la diferencia no es tanto cuantitativa como cualitativa. No se trata exactamente de una suerte de gradación de impresiones a ideas en vivacidad, sino de que la percepción misma entre ambas es diferente. Por lo que:

No hay ningún momento en que una impresión que disminuya progresivamente en intensidad pase a convertirse en una idea; al llegar a un mínimo de intensidad, simplemente deja de percibirse. Lo mismo puede decirse de las ideas; por más que aumenten en intensidad no pasan a ser impresiones (García Roca, 1981, 80).

Del mismo modo que venimos diciendo, podemos sintetizar la relación entre impresiones e ideas en dos puntos:

1) Necesariamente, se da en la mayor parte de los casos una correspondencia entre impresiones e ideas.

2) La existencia de una idea presupone, necesariamente, la existencia de una impresión previa de la que derive (García Roca, 1981, 87).

Deliberadamente, hemos utilizado el término ‘derivación’ en lugar de ‘copia’ por los motivos que venimos señalando. Caractericemos ahora, un poco más pormenorizadamente, cada uno de estos materiales del conocimiento humeanos.

Impresiones

Hume distingue dos tipos de percepciones: las impresiones o las ideas. De las impresiones aporta nuestro filósofo una concisa definición:

By the term impression, then, I mean all our more lively perceptions, when we hear, or see, or feel, or love, or hate, or desire, or will. And impressions are distinguished from ideas, which are the less lively perceptions, of which we are conscious, when we reflect on any of those sensations or movements above mentioned (Hume, 2004, 56).

Sin embargo, Ayer considera que esta definición, además de ser demasiado escueta, olvida el punto más importante a tener en cuenta de las impresiones, la inmediatez:

El rasgo destacable de las impresiones no es su fuerza o vivacidad sino su inmediatez; acaso esto en general tenga el efecto de hacerlas más vivas que las imágenes de la memoria o las criaturas de la fantasía, que Hume incluía en el campo opuesto de las ideas, pero los indicios empíricos no favorecen la suposición de que ocurra siempre así (Ayer, 1988, 50).

En cualquier caso, a modo de presentación, cabe destacar únicamente que el empirista inglés incluye dentro de las impresiones todas nuestras sensaciones, pasiones y emociones, que se presentan de un modo directo a nuestra mente. Asimismo, en virtud de esto, se establecerá una distinción entre dos tipos de impresiones: las impresiones de sensación y las impresiones de reflexión. Tomando como referencia estas denominaciones podemos sospechar por qué estará constituida cada tipo de impresión. Se continúa, además, de esta forma, con la tradición iniciada por Locke al distinguir todas las percepciones, impresiones e ideas, en simples y compuestas.

Impresiones de la sensación u originales

Impresiones de sensación, originales o simples. Estas son, pues, las primeras impresiones por las que se ve afectado el sujeto. En virtud de ello, Hume establece lo que denomina el ‘principio de la prioridad de las impresiones respecto de las ideas’. Según este principio, a toda idea debe preceder una impresión correspondiente. Para el caso, toda idea simple debe emanar de una impresión simple. En este punto simplemente cabe tener presente lo siguiente:

Las impresiones originales, o de sensación, son aquellas que surgen en el alma sin ninguna percepción anterior, por la constitución del cuerpo, los espíritus animales o la incidencia de los objetos sobre los órganos externos (Hume, 2005, 387).

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Por tanto, a esta primera clase pertenecen todas aquellas percepciones de los sentidos, así como todos los dolores y placeres del cuerpo. Se entiende que estas impresiones son primordiales, absolutamente necesarias, parafraseando al propio Hume, ya que por algún lado se tiene que comenzar. De este modo, las impresiones de la sensación son las impresiones originales, no precedidas por nada anteriormente. Ahora bien, a este respecto, nos encontraremos con dos elementos que podrían inducirnos a confusión en la lectura del escocés: la constante remisión a las impresiones como innatas y la cuestión de dónde surgen, si es que surgen de algún lado, estas impresiones simples.

La consideración del innatismo en Hume

En repetidas ocasiones Hume insiste que las impresiones son innatas. Esta afirmación puede llegar a chocarnos. Seguramente el motivo de esto no es otro que, teniendo presente el rechazo de la gnoseología racionalista por parte de los empiristas, la común idea de que los empiristas ingleses no aceptan el innatismo. Esta idea es cierta. El mismo Locke puso especial énfasis en señalar que no es posible afirmar la existencia de ningún de ideas innatas, tal y como lo hacían autores como Descartes o Spinoza. Para ello, recordemos, recurre a la analogía de la mente como una tábula rasa o una hoja en blanco, o, incluso, como una habitación oscura, cuya única fuente de luz es una pequeña rendija en la pared (una luz que hace referencia a la experiencia). Entonces, ¿en qué sentido puede ahora decir Hume que las impresiones son innatas?

El quid de la cuestión reside en el significado que nuestro filósofo le otorga al término “innatismo”. Un significado que Hume aclara en una importantísima nota a pie de página:

For what is meant by innate? If innate be equivalent to natural, then all the perceptions and ideas of the mind must be allowed to be innate or natural, in whatever sense we take the latter word, whether in opposition to what is uncommon, artificial, or miraculous. If by innate be meant, contemporary to our birth, the dispute seems to be frivolous; nor is it worthwhile to enquire at what time thinking begins, whether before, at, or after our birth. Again, the word idea, seems to be commonly taken in a very loose sense, by Locke and others; as standing for any of our perceptions, our sensations and passions, as well as thoughts. Now in this sense, I should desire to know, what can be meant by asserting, that self-love, or resentment of injuries, or the passion between the sexes is not innate? But admitting these terms, impressions and ideas, in the sense above explained, and understanding by innate, what is original or copied from no precedent perception, then may we assert, that all our impressions are innate, and our ideas not innate (Hume, 2004, 64).

No se puede decir más claro. Hume no toma el término innato, al modo racionalista, como refiriéndose a unas ideas ya instauradas en el momento de nuestro nacimiento, sino, meramente, como equivalente a natural, en el sentido de original, no proveniente de nada previo. En este sentido, Locke se equivocó al defender que ninguna percepción es innata, pues las impresiones sí lo son. Ahora bien, el problema al que debemos enfrentarnos es el siguiente: si las impresiones (de sensación o simples) son las primeras percepciones de nuestra mente, lo primero u original, de hecho, que aparece en el proceso de conocimiento, ¿de dónde proceden?

Referencias

Ayer, A. J., Hume, Madrid: Alianza Editorial, 1988.

García Roca, J., Positivismo e Ilustración: La Filosofía de David Hume, Valencia: Universidad de Valencia, 1981.

Hume, D., Tratado de la naturaleza humana, Madrid: Ed. Tecnos, 2005.

Hume, D., Autobiografía. Resumen del Tratado de la naturaleza humana, Barcelona: PPU, 1994.

Hume, D., Investigación sobre el entendimiento humano, Madrid: Ediciones Istmo, 2004.

Rábade, S., El empirismo. David Hume, Madrid: Ed. Trotta, 2004.

 

[1]Al contrario de lo que era común en la tradición racionalista (salvo algunas notorias excepciones), Hume, y los autores empiristas en general, comenzarán a utilizar el término mente (mens) para referirse al entendimiento en general. Esto puede ser así ya que, frente al alma o entendimiento, el término ‘mente’ trae consigo unas connotaciones mucho más corporales; además de que ya se asocia a la imaginación. El mismo autor escocés dirá en una nota a pie de página: «Mente, esto es, sujeto capaz de sentir, reflexionar, recordar, imaginar, pensar, razonar, querer, etc. Aquí el término sujeto no debe interpretarse como una sustancia ontológica sino desde el punto de vista funcional» (Hume, 1994, 62).

 

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