¿De quién es la filosofía? IV

Juan A. Tarrazo Lama

Uno de los principales problemas que enfrentamos con los niños, niñas y jóvenes es que a menudo les negamos la independencia, la participación y la libertad para expresarse. Los tratamos como seres inferiores, como si fueran meras páginas en blanco que debemos llenar con el contenido que nosotros, los adultos, consideramos adecuado. En lugar de eso, deberíamos partir del interés filosófico inherente que poseen las niñas, niños y jóvenes, brindándoles la oportunidad de desarrollar y manifestar sus características filosóficas. Es esencial reconocer su capacidad de reflexión, de formular preguntas profundas y de buscar respuestas desde su propia perspectiva única. Al hacerlo, les estamos otorgando un espacio donde puedan explorar, cuestionar y construir su propio conocimiento filosófico, permitiéndoles desarrollar su potencial intelectual y contribuir con su visión al enriquecimiento de la sociedad en general.

Antes de entrar en contacto con la filosofía, los niños y niñas experimentan diversas características filosóficas que son innatas en ellos. Estas características incluyen el asombro, que se manifiesta cuando se sienten sorprendidos e impresionados por algo; la curiosidad, que es una forma primordial de aprender a través del descubrimiento; la imaginación, que les permite pensar en nuevas formas y posibilidades; el afán de descubrir, que los impulsa a encontrar nuevas formas de ver y hacer las cosas; el deseo de buscar totalidad, en busca de sentido y significado; el cuestionamiento, que se manifiesta de manera genuina y sin prejuicios; la espontaneidad, que les permite actuar sin inhibiciones; la sencillez, que les permite expresar una perspectiva más simple y directa de la realidad; el error, que es una oportunidad para equivocarse, aprender y crecer, algo que en el mundo adulto suele ser prohibido o mal visto; y además, tienen una memoria activa y en constante desarrollo en el presente.

Estas características filosóficas son elementos fundamentales en el desarrollo intelectual y emocional de los niños y niñas. Al reconocer y fomentar estas cualidades, les permitimos expresarse, explorar el mundo que les rodea y construir su propio conocimiento de manera auténtica. Es esencial valorar y cultivar estas características desde una perspectiva respetuosa y enriquecedora, brindándoles la oportunidad de desarrollar su pensamiento crítico, su creatividad y su capacidad para encontrar respuestas y significados que les sean relevantes.

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Los adultos, lamentablemente, imponen a los niños y niñas una serie de características que van en contra de su naturaleza filosófica. Estas características impuestas incluyen el escepticismo, que les enseña a desconfiar de los demás y a no creer en su potencial; la competencia, que promueve la rivalidad y la división entre ganadores y perdedores; la individualidad, que fomenta el egoísmo y la falta de cooperación; la seriedad, que les hace perder su sentido de juego y diversión; el trabajo impuesto, que les quita el disfrute y el amor por el trabajo; y las ideologías, que les inculcan creencias distorsionadas que limitan su perspectiva filosófica.

Estas características representan patrones de conducta adulta dominantes que se imponen a los niños y niñas, socavando su capacidad de pensar libremente, de expresarse y de desarrollar su potencial filosófico. Es importante que como adultos reconozcamos estos patrones y trabajemos en proporcionar un entorno que respete y promueva las características filosóficas innatas en los niños y niñas, permitiéndoles explorar, cuestionar, colaborar y construir su propio conocimiento de manera auténtica.

Para establecer una relación más equilibrada entre los adultos y las niñas y niños, proponemos un enfoque de igualdad y respeto mutuo. En lugar de imponer a las niñas, niños y jóvenes la tarea de imitar el comportamiento de los adultos, que a menudo es autoritario y dictatorial, sugerimos una relación vertical entre las partes. En esta relación, los adultos deben ser capaces de nivelar con los niños, reconociendo y valorando la experiencia infantil y fomentando el pensamiento cuidadoso y reflexivo.

Esta forma de relación implica apreciar y activar la capacidad filosófica innata de las niñas, niños y jóvenes, permitiéndoles expresar su pensamiento de manera afectiva y empática. En lugar de imponer nuestra autoridad, debemos cultivar un ambiente en el que se fomente la colaboración, el respeto y la escucha activa.

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En consecuencia, en lugar de tratar de convertir a las niñas, niños y jóvenes en miniaturas de los adultos, debemos reconocer y valorar la importancia del juego, la creatividad y la espontaneidad en el desarrollo de su pensamiento. Como dijo Nietzsche, la madurez implica recordar la seriedad con la que jugábamos cuando éramos niños, y esa es una lección valiosa para guiar nuestras interacciones con las nuevas generaciones.

Debemos otorgar a los niños la atención y el respeto que merecen, pero también proporcionarles las herramientas necesarias para que puedan desarrollar un pensamiento crítico y autónomo. De esta manera, cuando llegue el momento, podrán reflexionar y tomar decisiones por sí mismos de manera informada.

Es nuestra responsabilidad como adultos brindarles una educación que promueva el pensamiento independiente y la capacidad de análisis. Esto implica ofrecerles oportunidades para explorar diferentes perspectivas, fomentar la curiosidad y el cuestionamiento, así como, proporcionarles las habilidades necesarias para evaluar la información de manera objetiva y formar sus propias opiniones.

Al equipar a los niños con estas herramientas, les permitimos tener un mayor grado de autonomía y les capacitamos para enfrentar los desafíos que la vida les presentará. Además, les brindamos la confianza necesaria para expresar sus ideas y contribuir activamente en la sociedad.

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Por tanto, al proveer a los niños con atención, respeto y las herramientas adecuadas para pensar de manera autónoma, les estamos brindando la oportunidad de convertirse en individuos capaces y comprometidos con su propio desarrollo y el de su entorno.

Las niñas y niños aportan una frescura invaluable a la filosofía, ya que abren nuevas líneas de investigación que exploran sus características filosóficas y su relación con esta disciplina. Además, a través de su experiencia vital, ellos ponen en práctica estas características, lo que enriquece aún más el campo filosófico.

Estas características filosóficas de los niños y niñas pueden ser equiparadas a aquellas establecidas por los primeros filósofos en el siglo IV a.C. De hecho, las preguntas fundamentales planteadas por estos primeros pensadores nacieron de estas características filosóficas ofreciendo una apertura hacia lo nuevo (logos) y una ruptura con las concepciones antiguas basadas en el mito.

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