Ante los avances recientes sobre la inteligencia artificial (IA) que la sitúan en lugar superior (en aspectos muy localizados) por encima de las capacidades humanas promedio, se desarrolla la discusión sobre quién deber decidir.
Por un lado, se plantea que la toma de decisión en cualquier escenario social debe recaer sobre las personas, debido a su agencia moral –entiéndase la agencia moral como la capacidad de discernir entre lo bueno y lo malo, por lo que supone una carga de responsabilidad–, mientras que otros plantean que, en aquellas áreas en que se ha demostrado que la IA es más eficaz que las personas, la decisión debe ser tomada por los algoritmos.
La discusión respecto a ceder o no la toma de decisión a la inteligencia artificial por encima de la decisión de los seres humanos debe ser concebida de forma amplia y pluridimensional. En esta entrega nos centraremos en la postura que defiende la supremacía de la IA sobre las personas.
La postura de defensa de la IA puede abordarse desde la posibilidad de articular el conocimiento objetivo generado por la humanidad en diferentes algoritmos interrelacionados que, al no tener emociones, les libera de la toma de decisiones emocionales que, en múltiples escenarios, es considerado como negativa en el proceso de toma de decisión. En este sentido, la ausencia de emociones en el proceso de toma de decisión es interpretado garantía de decisión correcta y racional. En este aspecto se abre, al menos dos discusiones sobre lo racional que podemos abordar en otra entrega (diferenciar entre razón y ausencia de emociones, diferenciar entre lo racional y lo socialmente correcto).
Retomemos la discusión sobre la toma de decisiones en manos de la IA. En estos planteamientos se parte de la práctica de la programación a lo interno de las corporaciones, distinto a la programación que puede desarrollar un sujeto de forma independiente, en cuyo proceso es capaz de desarrollar una IA limitada respecto a sus conocimientos, su creatividad personal y en la que, además, traslada sus sesgos al algoritmo. El proceso de desarrollo de IA asociado a las corporaciones supone la existencia de una estructura que incluye sistemas articulados en fases y procesos de diseño, desarrollo y validación interdependientes que posibilitan el desarrollo de algoritmos libre de sesgos (este aspecto está en discusión), que integren tanto el conocimiento del personal interno, así como el conocimiento al que la corporación puede acceder en función de su experiencia y recursos. De estos procesos ha resultados modelos de IA capaces de tomar decisiones de forma más eficiente que una persona común (más rápido y más objetiva).
En la actualidad se dispone de diversos escenarios en que se registrado la supremacía de la IA en el proceso de toma de decisión. Por ejemplo, se ha identificado, a partir del análisis estadístico, que los carros autónomos resultan en menos accidentes que los carros conducidos por personas. Asimismo, en el contexto judicial se ha puesto a prueba la idoneidad de la IA para la toma de decisiones justas e imparciales en contraposición al sesgo que pueden presentar los jueces. En el estudio de los veredictos en el contexto judicial, se ha vinculado tanto el estado de ánimo de los jueces, el tipo de alimentos que ingieren en las horas previas a un juicio, hasta la hora en que se desarrolla el juicio en la emisión de un verdecito de culpable. Un software no presentaría ese tipo de problemas, por lo que, desde esta perspectiva, se les puede considerar más eficaces.
La diminución de objetividad que puede resultar de la influencia de los factores personales y ambientales en la toma de decisiones realizada por las personas constituye uno de los principales argumentos en densa de la IA como referente en la toma de decisión.
Con el uso de la IA se ha logrado emular ciertas funciones del cerebro humano de forma aislada como el reconocimiento visual, reconocimiento del habla, análisis de textos. Sin embargo, los esfuerzo en este ámbito están orientados a desarrollar una IA general, cuyo alcance sea superior a la integración de las IA disponibles en la actualidad y que, en última instancia, sea capaz de emular todas las funciones cognitivas del ser humano.
Si partimos de que, en con el nivel desarrollo actual, se percibe que la IA puede tomar mejores decisiones que las personas dentro de procesos bien delimitados como en la conducción de un vehículo, no resulta descabellado pensar en la posibilidad de que, en presencia de una IA general, se puedan cubrir situaciones de mayor complejidad y, eventualmente, que sea capaz de tomar «mejores decisiones» en cualquier dimensión que un ser humano promedio.
Afortunada o lamentablemente, según la postura que suscite nuestro apoyo, aún se precisa de grandes avances para alcanzar la IA general.