«Las palabras expresan lo que en nuestro mundo interior hay de convencional»[1] de esta manera inicia «Filosofía del silencio» un texto que destaca por su aguda redacción, abordando la filosofía con aportaciones significativas del Dr. Alejandro Arvelo. Estas contribuciones, tanto en el ámbito político como humanístico, arrojan luz sobre el papel fundamental del ser humano como entidad racional y reflexiva en el mundo. El texto nos insta a meditar en silencio, siguiendo la noción de Nietzsche, que nos dice que «no es poca habilidad que conservamos nuestra serenidad en medio de ocupaciones oscuras y desmesuradamente llenas de responsabilidad»[2] nos incita a actuar con prudencia, reservando nuestras palabras para cuando puedan ser respaldadas por auténticos fundamentos. El silencio, según se argumenta, debe ser empleado como una herramienta que precede a argumentos bien concebidos y estructurados.
Un punto central del ensayo es la crítica a la creciente valoración del silencio en la actualidad. Vivimos en una sociedad que ha transitado de una cultura disciplinaria a una centrada en el rendimiento. La sobreexposición al positivismo y la autoexplotación nos han llevado a un punto donde parecemos opinar sobre todo sin un verdadero dominio de los temas en cuestión.
Así mismo podemos ver que se resalta la naturaleza profunda y contemplativa del filósofo, donde la cualidad más determinante no es la cantidad de palabras pronunciadas, sino la radicalidad de su ser. Desde una perspectiva metafísica, se hace evidente la importancia de la reflexión profunda sobre la existencia y la verdad, en contraste con una mera locuacidad. La síntesis y la contundencia lógica son exaltadas como cualidades valiosas en el filósofo, lo que sugiere la búsqueda de una claridad conceptual y argumentativa en su exploración de las cuestiones fundamentales.
Se presenta al filósofo como un ser apartado de lo convencional, que reserva sus palabras para momentos cruciales en los que son indispensables, lo que evoca la noción de que el ser virtuoso no habla por hablar, sino que se comunica cuando sus ideas son pertinentes y significativas. Este concepto conecta con la idea de que el pensamiento filosófico está en constante diálogo interno, priorizando la búsqueda de la verdad sobre la necesidad de audiencia externa.
La noción de que el filósofo se encuentra en diálogo consigo mismo refleja la importancia de la autoindagación y la autoconciencia en la filosofía. La idea de que la labor del filósofo se dirige hacia el interior, hacia el centro de su pecho, sugiere una búsqueda interna de comprensión y sabiduría, en lugar de una simple preocupación por el mundo exterior. Por tanto, el ensayo retrata al filósofo como un estar profundamente comprometido con el pensamiento radical y la búsqueda interna de la verdad, en lugar de la simple locuacidad.
[1] A. Arvelo, Filosofía del silencio, Santo Domingo, SANTUARIO, 2023, P.17.
[2] F. Nietzsche, El ocaso de los ídolos, Barcelona, Tusquete, 1972, P.17.