Es impresionante como cada día perdemos la capacidad de hacer silencio y estar con nosotros mismos, sin el celular u otras tecnologías, viendo la soledad como una enemiga a la cual hay que correrle a cualquier precio. A esto se adhiere una sociedad que nos ha enseñado a creer que tenemos que opinar en todo, que disfrutar de la vida siempre es estar en tornados de música, con personas y diciendo a cada momento lo que consideramos que son nuestras verdades.
Aristóteles hace más de 2000 años expresaba que somos seres sociales por naturaleza, que nos desarrollamos y somos lo que somos partiendo de este encuentro con ella. Esta afirmación es incuestionable, porque necesitamos el contacto y la socialización para adquirir un lenguaje, una identidad, pensamiento, cultura, etc. Sin embargo, es necesario trascender la programación social para obtener una identidad propia y orientar nuestras vidas, siendo la soledad buena compañía en algunos casos para este proceso.
En este sentido, Octavio Paz decía que el ser humano es el único ser que sabe cuando está solo, por eso sufre y entra en angustia, no obstante, considero que cuando este ser se entrena para el manejo de este estado, en ella se quita todas sus máscaras, sus incertidumbres existenciales, sus miedos y es lo que realmente es. Igualmente puede encontrarse con su yo, escuchar la voz de su interior, sus pensamientos se clarifican, conoce la condición humana y se mira a sí mismo.
Como ejemplo podemos traer a Jesús, Buda, Lao Tse y otros personajes que profundizaron en la trascendencia humana, porque conocían perfectamente la importancia de apartarse en algunos momentos para organizar sus pensamientos, conocerse más y comprender la realidad. Esto lo hacían estando solos y sabían que el ruido constante es el peor enemigo para el encuentro de quienes somos.
Sabemos que este es un proceso muy difícil y más partiendo de una cultura que se ha desarrollado en lo ordinario, en lo exterior y en el constate ruido, pero como Jesús, Buda y otros personajes espirituales, si queremos tener un poco de tranquilidad interior, los estados de soledad cuando se asumen libremente y no son impositivos, son oportunos para esto.
Esto no quiere decir que nos volvamos ermitaños, solitarios, antisociales o misántropos, para nada, lo contrario, es sacar espacios para pensar y organizar nuestros pensamientos, nuestras vidas, para aquietar la mente, la peor enemiga en algunas situaciones, superar los momentos depresivos y con ellos, de seguro seremos mejores seres humanos, ciudadanos, padres, hijos, etc.
Asimismo, saber manejar y convivir con o los momentos de soledad es un imperativo categórico, ya que la única compañía segura que tendremos es la nuestra, porque nadie nos puede garantizar que los amigos, la pareja, los hijos y los familiares siempre estarán para ofrecer compañía. Entonces, debemos aprender a convivir con nosotros mismos, a tolerarnos, a tenernos compasión y saber hablarnos cuando estemos perdiendo el horizonte.
En fin, es un reto, ya que es un entrenamiento que debemos manejarlo solos, igual que aprender a morir, porque la escuela, la familia ni la sociedad se enfocarán en este estado psicológico, lo contrario, nos enseñan a huir de él y por eso cuando llegan esos momentos algunos entran en pánico y pierden la oportunidad de encontrarse consigo mismos.