En la genealogía de la moral, Nietzsche examina el problema de los juicios morales, qué son nuestros juicios morales, de dónde vienen nuestros juicios morales, quién inventó la culpa.
Afirma de manera categórica que originariamente tanto el concepto del bien, como el concepto del mal fueron inventados por los fuertes, los sanos, los poderosos, los libres, los nobles, los aristócratas, los amos.
Los amos se atribuyeron a sí mismos el derecho de nombrar las cosas y, naturalmente, denominaron buenas todas sus acciones, usos y costumbres y malas las acciones, los usos y costumbres de los débiles, los sometidos, de los esclavos.
Debemos recordar que todo esto ocurre en un momento histórico donde no existía la institución del Estado, ni la iglesia católica, ni los papas, ni la Francia “revolucionaria” para hacer La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y, mucho menos, la Omnipotente y Omnisciente Organización de las Naciones Unidas para establecer de manera imperativa e inequívoca a través de la Declaración Universal de los Derechos Humanos lo que es el bien y lo que es el mal.
Es justo reconocer la vigencia de estas ideas, aun después del surgimiento del Estado. En Grecia, por ejemplo, Platón en su obra la “República” pone en boca de uno de sus personajes la afirmación de que lo justo es hacer bien a los amigos y mal a nuestros enemigos. Lo que evidencia que, posterior al surgimiento de la institución del Estado, prima la cosmovisión de los amos.
En la actualidad, la idea de Platón de que lo justo es hacer bien a los amigos y producir mal a los enemigos, encuentra respaldo en la neurociencia. Pues distintas mediciones han mostrado que los seres humanos sentimos empatía frente al dolor y el sufrimiento de aquellos a los que consideramos cercanos y que, en cierto modo, somos indiferentes frente a la desgracia de aquellos que son lejanos.
Estas conclusiones de la neurociencia parecen darle la razón a Nietzsche cuando afirma que la psiquis humana se estructuró para sentir satisfacción e incluso placer con el sufrimiento de aquellos a quienes consideramos enemigos. Sé que muchos de ustedes estarán en desacuerdo con esta idea porque se visualizan buenos, nobles e incapaces de sentir placer con el sufrimiento de otros.
Por lo general, consideramos que sentir placer con el sufrimiento, la tortura o la muerte violenta de un enemigo es cosa de seres primitivos como pensaba yo hasta que un día, frente al televisor, viendo una película donde presentaban una violencia absurda, donde unos señores súper adinerados, compraban el derecho de asesinar de manera impune a seres humanos de su elección, que a su vez les eran entregados por una red criminal que se dedicaba a este comercio.
Llegué al final de la película pensando que yo no sería capaz de, en ninguna circunstancia, sentir placer con el asesinato de otro, aunque este fuera mi peor enemigo, pero en la escena final de films descubrí lo placentero que me resultó ver al malo de la película, quien parecía haberse salido con la suya, ser asesinado de manera cruel por un muchacho que había escapado de aquel infierno al que había sido llevado.
Como ustedes pueden ver, cada uno de nosotros está estructurado para sentir placer haciendo daño a nuestros enemigos, aunque nuestra falta de autenticidad nos conduzca a negarlo. La diferencia entre unos y otros está en la fundamentación ideológica de lo que es el bien y de lo que es el mal.
Excelente reflexión. Sería interesante en una segunda entrega abordar la visión del mal desde la tesis de la Banalidad del mal que sostiene Hannah Arendt
Es una buena reflexión. Nos invita a revisar si realmente somos tan buenos como creemos, pero más que eso a, partiendo de la propuesta nietzcheana, cuestionar de dónde nos han llegado los valores que hoy en día exhibimos. No obstante, en mi opinión, lo que la neurociencia puede hacer no es únicamente darle la razón a Nietzsche con relación a que heredamos una valoración impuesta por los poderosos, sino que además puede decirnos si hay fundamentos biológicos (como alguna predisposición genética) para que actuemos como actuamos, especialmente cuando disfrutamos del mal que le ocurre a quienes consideramos nuestros enemigos, o si sólo se trata de que hay unos influjos sociales que nos impulsan a desear, sentir y actuar de ese modo o cualquier otro.
Las afirmaciones de Nietzsche en tornos al origen de nuestros juicios morales, me parece genial. Lo que parece estar confirmando la neurociencia es que todo nuestro entramado moral depende en un alto porcentaje de nuestras experiencias psicológicas, más que de cuestiones racionales, históricas o culturales.
Entiendo que la clave de lo que dice Nietzsche y de los resultados de la neurociencia está en la experiencia psicológica que han tenido los sujetos a lo largo de toda su historia, pues aceptar la idea de que sentimos placer frente al sufrimiento de nuestros enemigos tiene un fundamento biológico equivale a negar la posibilidad de la libertad humana.