El papel del intelectual | por Umberto Eco

Umberto Eco

El sindicato más grande de Italia, CGIL, organizó una conferencia e invitó a algunos académicos a que dieran su opinión sobre varios problemas. Yo hice algunos comentarios improvisados y, claro está, los periódicos solo reportaron parcialmente mis observaciones.

Algunas personas me pidieron que aclarara lo que había querido decir y esa es la razón de esta columna. Asistí a la conferencia un tanto preocupado, como suele suceder casi siempre, cuando una entidad política quiere pedir a los “intelectuales” que expresen sus ideas sobre cómo Italia puede avanzar como país. No hay nada que me irrite más (pero, en el fondo también me hace sonreír, cuando por fortuna no me piden nada) que ver cuando usan a los intelectuales como “oráculos”.

Naturalmente, que aún hoy sostengo que un intelectual es alguien que trabaja con su mente y que es lo opuesto a alguien que trabaja con sus brazos. Hasta alguien que lleva las reservaciones de un hotel en una computadora usa su mente, contrario a un escultor, que usa sus manos.

Digamos entonces que un “intelectual” es alguien que realiza un trabajo creativo en las ciencias o en las artes; e incluimos, por ejemplo, a un granjero que inventa una teoría nueva sobre la rotación de las máquinas cortadoras. En resumen, una persona que escribe correctamente un texto de matemáticas en una escuela secundaria, no es un intelectual, necesariamente; pero una persona que escribe ese libro mientras emplea un nuevo y más eficiente método pedagógico, si lo es.
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Ahora que hemos aclarado el asunto, examinemos la antigua Grecia, que nos ofrece tres figuras distintas de intelectuales. La primera es Ulises quien en La Ilíada asume el papel del “intelectual orgánico” de acuerdo con el modelo de los viejos partidos izquierdistas. Agamenón le preguntó a Ulises cómo conquistar Troya y él viene con la idea del famoso “Caballo de Troya” y debido a que pertenece a un grupo orgánico, no se preocupa por lo que le pase a los hijos de Priamo.

Entonces, justamente como hacen muchos otros intelectuales orgánicos, que entran en crisis y se unen a una comunidad con gurú y todo; o que se van a trabajar a una gigantesca corporación, Ulises empieza a navegar dentro de su mente y a ocuparse de sus propios asuntos. La segunda figura intelectual de los griegos es Platón. No solo que él tiene sus propias ideas acerca de cómo trabaja el oráculo, sino que los filósofos son los que deberían enseñar a gobernar apropiadamente.

El experimento con el dictador de Siracusa no fue un episodio feliz y es mejor estar alertas con los filósofos que tienen modelos o fórmulas concretas para realizar el mejor de los gobiernos. Si tuviéramos que vivir en una isla de Utopía, tal y como la concibió Tomás Moro, o en algún suburbio en expansión diseñado por Charles Fourier, nos hallaríamos en una situación más incómoda que un moscovita en el reinado de Stalin.

La tercera figura es Aristóteles, quien fue el tutor de Alejandro El Grande. Por lo que podemos decir, Aristóteles nunca le impartió un consejo preciso sobre lo que debería hacer: si deshacer el nudo gordiano o casarse con Rossana. En cambio, Aristóteles le enseñó a Alejandro lo que era la política de manera general, así como lo que era la ética y cómo se desarrollan las tragedias griegas y cuántos estómagos tienen los rumiantes.

No obstante, dejando a un lado el conocimiento que le impartió, no sabemos en qué se benefició con todas estas enseñanzas, aun si Aristóteles no hubiera sido su maestro: quizás hubiese sido suficiente que un amigo le sugiriera que leyera los libros de Aristóteles.

Es por eso que solo hay dos caminos en los que los políticos deben permitirse la contribución de los intelectuales. Uno: Que los verdaderos intelectuales (es decir, los que son creativos), deben expresar sus ideas interesantes por escrito y que entonces, los políticos se limiten a leer esos trabajos, únicamente. Dos: que los políticos se den cuenta de que, en ciertos temas, ni ellos ni los intelectuales tienen ideas claras (o que no se sabe lo suficiente), en cuyo caso un buen político debe solicitar una investigación de mercado.

Eso es todo. Si un intelectual resulta un miembro de un partido político y trabaja en su oficina de prensa, pues entonces, no tiene nada que ver con su verdadero rol en la sociedad. Eso es un ejemplo de un ciudadano quien, como cualquier otro, desea poner sus habilidades profesionales al servicio de su grupo, justo como lo hace un masón, que podría trabajar gratuitamente en su tiempo libre para reparar la sede central de su partido.

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En un breve artículo en el periódico italiano Corriere della Sera, Luciano Canfora, de manera muy afable, me señala que no mencioné a Sócrates. Es correcto. Tenía en mente un cuarto tipo de intelectual griego, pero ese día no tenía tanto tiempo asignado para hablar.

«Sócrates lleva a cabo su papel, criticando el lugar donde vive y luego acepta ser sentenciado a morir, porque quiere enseñar a otros la importancia de respetar la Ley».

No estoy seguro si él fue uno de ellos o no, pero el intelectual que tengo en mente tiene otro tipo de deber, asumiendo, desde luego, que él sea parte de un grupo. No debería hablar mal de sus enemigos (que es para lo que existe la oficina de prensa), sino que debería hacerlo en contra de los propios miembros del grupo.

Tiene que ser como la conciencia crítica del grupo. Tiene que molestar constantemente. De hecho, en los casos más radicales, cuando el grupo asciende al poder mediante una revolución, el molestoso intelectual es el primero en ser fusilado o enviado a la guillotina.

No creo que a todos los intelectuales les gustaría llegar a ese punto, pero deberían aceptar la idea de que el grupo (del que han decidido ser parte), no les quiere mucho o los consiente, entonces resultan peores que los intelectuales orgánicos. Son intelectuales del régimen.

Tomado del periódico ecuatoriano Hoy, domingo 29 de diciembre de 2002

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